jueves, 8 de diciembre de 2011

La vida de Jesús Kevin.

En 1980 en las mil viviendas de alicante, un barrio marginal donde por las noches lucen hogueras de palés y nadie se atreve a cruzarlas, tuvo lugar un enlace matrimonial entre dos familias gitanas. Estaban en una habitación la joven que se iba a casar, su madre y la madre del novio. Iban a realizar la prueba del pañuelo.
- No es virgen- dijo la madre del novio con tono apesadumbrado.
Para que no llegara la sangre al río el patriarca de la familia del novio llegó a un acuerdo con la familia de la novia.
- La mari se casara con el hermano del novio, el jose.
La idea del enlace era para que no hubieran habladurías, pero todo el mundo se olía algo  pues al jose le gustaban más los hombres que al oso yogui los emparedados. La sorpresa fue mayor cuando a los pocos meses la mari se quedó embarazada. Todo el mundo pensaba que era un milagro. La mari dio a luz a un niño moreno de piel y con el pelo muy rizado. Todo el mundo coincidió en decir que era hijo del espíritu santo, porque su padre era gay y porque el niño era la viva imagen de Osvaldo do spiritu santo, un hombre brasileño que trabajaba como aguador para un clan de gitanos que vendían droga, en el  temido callejón de la muerte y conocidos como los tres reyes magos. Para que no hubiesen problemas entre familias y afectara al negocio de la venta de sustancias estupefacientes los reyes magos hicieron una visita a la familia. Le llevaron dinero y unas cuantas plantas de marihuana para que la familia obtuviera dinero con la venta menudeo.
 -¿Cómo se llama el niño?- preguntó uno de los tres reyes magos, El más moreno  apodado baltasar.
-Se llama Jesús Kevin- dijo la madre orgullosa.
Jesús Kevin fue creciendo en aquel barrio, el colegio no se le daba bien por lo que hizo un módulo de carpintería. Su padre tenía un pequeño taller de carpintería que en realidad era una tapadera para la venta de pope. Allí Jesús Kevin empezó a trabajar. Un día los visitó un gitano muy importante. Era del clan conocido como los romanos ya que sólo comían calamares a al romana. Hizo un pedido de varias puertas acorazadas capaces de aguantar los golpes de los arietes de la policía. Jesús Kevin se puso manos a la obra. Entre tanto trabajo un día quedó con sus colegas, eran conocidos como los doce apóstoles pues siempre íbamos hasta el culo de marihuana y tenían visiones divinas. Con ellos conoció a una paya con serios problemas de sobrepeso. La llamaban la “Marimadalenas”, pues sólo comía magdalenas a todas horas. Todo iba bien, el clan de los romanos le hacía  pedidos, Jesús kevin tenía dinero para quedar con sus colegas los apóstoles y su novia la “Marimadalenas”. Un día iban tan colocados que sólo pensaban que el agua que bebían era vino y que por eso pillaron un pedo que creyeron ver a Jesús Kevin andar sobre las aguas de una fuente. La verdad es que la fuente tenía poca agua.   Pero un lunes cualquiera vino corriendo un gitanillo de unos catorce años conocido como Lázaro al taller. Lázaro tenía problema de asma y cuando se ponía nervioso se desmayaba. Entró muy nervioso en la carpintería y al ver a Jesús Kevin se desmayó. Jesús Kevin se acercó y le puso uno mano en la frente, buscó en los bolsillos del chico el inhalador, se lo puso en la nariz y le dio una dosis.
-Lázaro, tranquilo “loco”, levántate y anda.- Lázaro se calmo y consiguió ponerse en pie. -Jesús Kevin, tío los del clan de los romanos andan buscándote.
-¿Por qué?
-Las puertas que les hiciste son una mierda, se han podrido con la humedad del ambiente y la policía ha entrado y les han quitado toda la droga. ¡Tienes que huir!
El clan de los romanos era muy peligroso por lo que Jesús Kevin huyó con sus colegas los doce apóstoles y su novia a otro barrio de alicante, se instaló en Ciudad de Asís, un barrio de gente trabajadora e hijos bakalas cuya vida se centra en su plaza, lugar de consumo habitual de consumo de drogas blandas. Allí se juntaban todas las tardes en la plaza a fumar porros, pero un amigo de Jesús Kevin, uno de los doce apóstoles le traiciono. Una noche después de ponerse hasta el culo de fumar hierba tenían mucha hambre, se compraron unas bolsas de doritos y estaban sentados cenando. Jesús Kevin le estaba comiendo la boca a la “marimadalenas” mientras los demás los miraban con cara de angustia. De pronto Jesús Kevin paró.
-Se que uno de vosotros me ha traicionado y ha revelado mi paradero al clan de los gitanos.
Todos se miraron incrédulo.
-Se que has sido tu- continuo Jesús Kevin señalando a su mejor colega “el judas”.
-Yo no he sido loco, tienes que creerme- dijo nervioso.
-Se que has sido tu porque sólo fumas marihuana, ya que es más barato, pero esta semana todos los porros que te has fumado son de hachís del bueno. Del que traen los argelinos a Alicante para que lo venda el clan de los Romanos.
Todos empezaron a discutir a grandes voces y a pegarse. De pronto un opel calibra paró  con un sonoro derrape frente a ellos. Del vehículo bajaron cinco gitanos del clan de los romanos, uno llevaba unas cadenas, otro una llave inglesa grande y los demás navajas de siete muelles. Estalló una pelea los golpes llovían por todas partes Jesús Kevin repartía hostias como panes, pero en medio del caos un gitano del clan de los romanos le clavó la siete muelles entre las costillas, justo debajo del pecho provocándole una perforación en el pulmón que sangraba mucho. Los del clan de los romanos se subieron al calibra y desaparecieron. Jesús Kevin se quedó tendido en el suelo desangrándose, la “marimadalenas” se permaneció llorando sobre su cuerpo inerte, mientras sus colegas corrían a esconderse del lejano sonido de las sirenas de la policía.
 Aún hoy sus colegas cuentan la historia como ejemplo de que no hay que engañar al clan de los romanos. 

viernes, 2 de diciembre de 2011

Las crónicas de wulfric (capítulo 7)

Agnus y Wulrfric recorrieron las tribus de la zona reclutando gente. Al principio todos dudaban pero al ver la impresionante imagen del musculoso hijo de los rayos se apuntaban a aquel extraño ejército. La gente no podía más, todos habían sufrido pérdidas de seres queridos por aquella maldita raza. Era la única oportunidad, uno de los hijos de los rayos le ayudaría a poner fin a aquel horror. Sólo tenían esa oportunidad.
-¿Wulfric, tienes algún plan?- preguntó Agnus mientras se calentaban aquella noche fría de primavera junto a una hoguera. La actividad de los hombres reclutados era frenética. Levantaron un campamento apenas a un día de la tribu de su padre.
-Si, lo tengo.
Aquella mañana los doses vieron algo que creían que jamás pasaría. Un pequeño grupo de hombres atacó la aldea de los hijos de los rayos. Pronto todas las casas ardieron. Sus habitantes salían tosiendo y aturdidos al verse atacados. Pronto  se armaron y subieron a sus caballos, entre las nubes de humo negro vieron una figura aterradora. Un hijo de los rayos encima de un oso gigante con una antorcha en las manos.
-Wulfric- articuló el jefe de la tribu que encabezaba a los hombres allí formados.
-Padre- dijo para si Wulfric, lanzó la antorcha con todas sus fuerzas. Wulfila se agachó y esta se clavó en la cabeza de uno de sus hombres matándolo en el acto.
Los cuernos empezaron a sonar y rápido todos los hijos de los rayos formaron.
-¡Quiero que matéis a todos esos cerdos que han osado atacarnos! ¡Que no quede nadie con vida!
-Padre, quiero matar a Wulfric- dijo Erik mirando fijamente a wulfric.
-Hijo mío, hazle sufrir.
Todos los hijos de los rayos iniciaron una carga hacia aquél pequeño grupo de hombres con armas de campesinos. todos corrieron al refugio del bosque. Al entrar en él los enormes jinetes una lluvia de flechas los recibió.
Erik logró escapar, sus ojos buscaban a Wulfric por todo el bosque. De pronto alguien cayó sobre él y lo tiró del caballo, los dos rodaron por el suelo.
-Vaya, si es mi hermanito- dijo Erik con tono burlón mientras desenfundaba su espada.
-Acabaré con todos vosotros.
Las palabras de Wulfric estaban cargadas de odio. Erik se lanzó con la espada en ristre, Wulfric sacó el hacha a tiempo y consiguió parar el golpe. Erik empezó a tirar estoques mortales, pero Wulfric los esquivaba. Un mandoble de espada desde lo alto intentó partir en dos la cabeza de Wulfric, levantó su arma con fuerza partiendo en dos la espada. Hizo un giro sobre su pie derecho de trescientos sesenta grados y seccionó la cabeza sorprendida de Erik.
Wulfric volvió a su viejo y ahora pasto de las cenizas hogar, todo estaba repleto de cadáveres. Pudo ver el de su padre ensartado por seis flechas. Era el único superviviente, no quedaba ni ser humano ni hijo de los rayos en pie excepto él. La cabaña en la que encerraban a las mujeres secuestradas se había librado de las llamas. Wulfric quitó el pesado travesaño que cerraba las puertas por fuera. Todas las mujeres salieron corriendo.
-¡Ana!- gritó varias veces.
-¡Wulfric!- sonó una voz al fondo.
Corrieron abrazarse. Ya era tarde, Wulfric notó una incipiente barriga de preñada en ella. Su destino estaba escrito.

lunes, 24 de octubre de 2011

Las crónicas de wulfric (capítulo 6)

Wulfric y Akila pasaron la noche en la cueva al amparo de una hoguera. A la mañana siguiente salieron en dirección a la aldea del padre de Wulfric, la primavera había hecho acto de presencia, todavía hacia frío, pero a esas horas de la fresca mañana el sol que nacía daba un poco de calidez. Wulfric no paraba de pensar en cómo atacar la aldea, andaba absorto. Una flecha surco el aire en una parábola perfecta clavándose en su muslo derecho. Wulfric hincó la pierna herida en la nieve que empezaba a derretirse. Levantó su brazo, se lo llevó a la espalda y sacó el hacha del minotauro la cual llenó el llano de destellos dorados al ser bañada por el sol primaveral. Unos gritos llenaron el claro y unos diez hombres salieron de entre de los árboles con espadas y herramientas del campo.
-A por él ahora que está sólo, él se llevó a mi hija- gritó un hombre de unos cincuenta años que parecía el jefe de ese grupo.La cara le era familiar a wulfric.
-Espera yo no...
No pudo terminar de hablar, enseguida se vio rodeado de hombres que le lanzaban ataques con armas de todo tipo. Wulfric consiguió pararlos, se puso en pie, levantó el hacha y la descargo con fuerza sobre uno de sus atacantes. El arma entró por la cabeza y atravesó el cuerpo entero cayendo inerte las dos mitades al suelo. Los atacantes se quedaron paralizados de miedo.
-Tú-gritó wulfric apuntando con el hacha al cabecilla- explícame que ocurre aquí o todos acabareis como vuestro amigo.
-¿Necesitas que te de un por qué asesino?-contestó el hombre con algo de miedo en su voz. -¿Necesitas que te recuerde como tu maldito pueblo atacó mi aldea asesinó a toda mi gente y secuestró a nuestras mujeres, entre ellas mi hija?
-Espera, tu pueblo vivía cerca del río y tu hija se llama Ana?
-Si-contestó con un hilo de voz a punto de romper de llorar.
-Yo no tuve nada que ver, fue la tribu de mi padre. Yo le busco para matarlo.
-¿Matarlos? ¿Tu sólo? Vaya, hemos encontrado a un hijo de los rayos loco-y sonrió tristemente.
 -Nunca podrás matarlos tu sólo.
-Pues si tanto los odiáis ayudarme!- Y su voz trono en aquel valle.
-Ayudarlo-dijo aquel hombre como pensando en voz alta. 
Se acercó a wulfric le y le tendió la mano. 
-Mi nombre es Agnus y soy el jefe de la aldea del norte, tengo una idea para acabar con la tribu de tu padre.

domingo, 2 de octubre de 2011

Las crónicas de wulfric (capítulo 5)

La tarde amenazaba con dejar paso a la noche, el bosque se detuvo dando paso a un paisaje montañoso, frío. El fuerte viento helaba todo lo que estuviera a ras de tierra, wulfric y akila buscaban algún agujero dónde pasar la noche que se acercaba al abrigo, caminaron durante un buen rato hasta encontrar una cueva. Se metieron dentro. Era enorme, la estalactitas y las estalagmitas crecian por todas partes creando una imagen aterradora. Olía a sangre. Unos golpes agudos y monótonos llenaban cada rincón de la cueva, una extraña luz que nacía del fondo creaba figuras formas
fantasmagóricas.
-Creo que hemos encontrado la casa de Krholl.-dijo mirando a Akila.
El oso se movía con miedo en aquel lugar. Los golpes monótonos pararon secamente. Una bestia enorme embistió a wulfric lanzandolo contra una estalacmita la cual se quebró. Quedó inconsciente. Akila se encaro a aquel ser, era una bestia enorme con cuerpo humano y cabeza de toro. Miró fijamente al oso y se lanzó contra él. Akila intento esquivar el ataque pero el minotauro era sorprendentemente veloz. Akila quedó fuera de combate. Wulfric se recuperó.
-Tú, bestia del averno vengo a por tu hacha, entregamela o tendré que acabar contigo-gritó.
-Ven a por ella.
Se echó la mano derecha a la espalda y sacó una enorme hacha dorada que llevaba atada a su espalda. Desprendia luz. La bestia se lanzó contra Wulfric lanzandole un hachazo con mucha fuerza. La consiguió esquivar y ésta quedó clavada en el suelo de la roca. El minotauro estiro de ella pero no pudo liberarla. Wulfric aprovechó y se lanzó encima de la bestia, quedando sobre sus hombros. Le agarró del cuello para intentar estrangularle, pero Krholl no flojeaba, salió corriendo estrellando su espalda contra las paredes de la cueva, wulfric sangraba por la boca, se iba a quedar sin fuerzas, reunió las pocas que le quedaban cogió los cuernos de la bestia y lanzó un grito aterrador que inundo toda la cueva, los cuernos se partieron separándose del cráneo de la bestia, wulfric los levantó y se los clavó en los ojos  con tanta fuerza que atravesaron el cráneo clavándose pocos centímetros en su pecho. Krholl exhaló un aullido desgarrador doblándose sobre sus rodillas y vomitando gran cantidad de sangre líquida y resto de sesos. Wulfric cayó al suelo rodando, sangraba por el pecho, parecían heridas superficiales. Se puso en pie, y fue hacia dónde estaba el arma, agarró el hacha con las dos manos y tiró fuertemente de ella, consiguió sacarla del suelo. La levantó sobre su cabeza y se sintió poderoso.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Las Crónicas de Wulfric (Capítulo 4)


Pasaron los días y Wulfric empezó a cicatrizar de sus heridas, volvió a su llano en el bosque al abrigo de una gran roca con el oso. Encendió una hoguera y fue al riachuelo que pasaba cerca de aquel claro a pesacar algo para comer. Oyó  un grito de mujer  que le alertó. Se puso rápido en pie y oteó todo el cauce y sus orillas, una chica corría aterrada, Wulfric se zambulló en el río lo cruzó a nado y alcanzó a la mujer
-¿Qué te pasa chica?- dijo Wulfric saliendo del agua totalmente empapado.
-Un oso enorme está en el río. 
-No te preocupes, viaja conmigo, es un buen amigo. La chica lo miró extrañada. 
-Sois una pareja peculiar. Wulfric sonrió.
-Qué haces por aquí tu sola.
-Vivo en una aldea a medio día de camino desde aquí, el frío hiela nuestros pozos y tenemos sed, así que traigo agua de aquí.
-Ten cuidado chica, el bosque es peligroso.
-Me llamo Ana-. sonrió dio media vuelta y se fue.
-Me llamo... Wul...fric...- ya se había ido.
Pasaron los días, Ana venía todos los medios días a por agua, poco a poco fueron haciéndose amigos, más que amigos. Wulfric olvidó la historia que la ninfa le contó sobre el hacha del minotauro. Una mañana de primavera, la chica no acudió a por agua. Tal vez con el deshielo ya no necesitaran agua y no mandaban a Ana, pensó Wulfric. No, ya estaban bien adentrados en la primavera, habria dejado de subir antes, además Ana ya no subía con cubos, subía a verlo a él. Wulfric decidió bajar al pueblo a ver que pasaba. Cuando llegó se le heló la sangre. Las casas habían sido pasto de las llamas, sólo quedaban cenizas. Pero lo peor era el olor a putrefacción y los cuerpos. Donde quiera que mirase habían cuerpos, unos con las tripas colgando. Otros con cara de horror ensartados por lanzas, diversos miembros esparcidos por toda la aldea. No había duda, los hijos de los rayos habían atacado el pueblo. Su padre había secuestrado Ana. Wulfric llamó a Akila con un agudo silbido. El oso apareció a los pocos segundos.
-Amigo tenemos un minotauro al que matar.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Las Crónicas de Wulfric (Capítulo 3)

La leyenda de krholl el conquistador.
Hace mucho tiempo, cuando el ser humano no habitaba este mundo tuvo lugar la gran guerra, en ella lucharon todos los seres mágicos que la habitaban. Existían dos grandes ejércitos, los seres mágicos que vivían en paz y los seres mágicos que querían conquistar todo el mundo para someterlo y así poder enfrentarse a los dioses de igual a igual. Pocas criaturas sobrevivieron a la gran  guerra por eso hoy en día existen extraños lugares en los que suceden cosas inexplicables o desaparecen personas. Son lugares en los que viven los supervivientes de aquella matanza. Al norte de estas tierras justo donde acaba el mundo conocido, existen unas cuevas en las que habita un ser muy poderoso. Es un minotauro, su nombre es Krholl el conquistador. Cuentan algunos seres que lo conocieron que antes de la gran guerra era un herrero excelente, y que al saber que el mundo estaba abocado a un enfrentamiento entre todas las razas forjó un arma muy poderosa. Se trata de una enorme hacha de doble hoja forjada con oro negro vomitado en la tierra por las lágrimas de gaia al ver que sus hijos iban a matarse. Es un arma pesada, que sólo un ser fuerte podría usarla. El minotauro escribió en su mango unas runas en su lengua, "la muerte es mi camino". Con ella participó en la batalla, destripó, seccionó miembros y desangró a todo ser que se le oponía, fue una matanza y muy pocos sobrevivieron. Al ver los resultados Krholl supo que había creado un arma mortal, se retiró a esas cuevas, con el único fin de que nadie se haga con el hacha, pues ningún arma humana ni armadura ni escudo puede detenerla. Así que wulfric si quieres acabar con tu tribu, tendrás que vertelas primero con el minotauro.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Las crónicas de Wulfric (Capítulo 2)

Wulfric vagaba sin rumbo fijo por aquel bosque, los largos árboles tapaban la luz del sol, la sangre de los inocentes de aquella aldea se había secado y formado una película en su cara. Tenía hambre y frío, pero jamás volvería, eran asesinos. Llegó a un riachuelo donde se pudo limpiar los restos de aquel día, se quedó sentado en una roca mirando una cría de arce que buscaba algo de comer en aquella alfombra blanca. Unas ramas de arbusto se movieron y una bestia emergió como un rayo. Era un lobo, con una velocidad endiablada se lanzó contra el arce clavándole los colmillos en el cuello, el pobre animal se derrumbó en el suelo vaciándose.  Más lobos aparecieron y comenzaron a arrancarle la carne a mordiscos mientras todavía parecía que el arce intentaba moverse. Wulfric se horrorizó, la naturaleza era tan cruel como su tribu. Fueron pasando los días alimentándose de agua y hierbas, se sentía débil, le empezó a entrar sueño y se quedó dormido en la roca junto a aquel riachuelo. Se despertó varios días más tarde, tenía que comer, iba a morir si seguía así, aquel lobo mató al arce más débil para dar de comer a su familia, ahora parecía entenderlo, la naturaleza no era cruel, se basaba en la supervivencia, su tribu era cruel, mataba para vivir a costa de los demás. Se puso en pie busco un árbol y comenzó a tallarse un arco y flechas, se acercó al cadáver del arce y con los tendones se hizo una cuerda para tensarlo, preparó un fuego encima de aquella roca junto al riachuelo, era un buen lugar, creaba un pequeño circulo despejado de árboles desde el que se podían ver las estrellas. Volvió más tarde con dos liebres, fue recuperando fuerzas.
Así fueron pasando los días y los meses, pronto llegó la primavera y los deshielos, Wulfric corría por el bosque, era su nueva aldea, se alimentaba cuando tenía hambre, no mataba por matar. Los años pasaron, Wulfric era un hombre, tenía 16 años, había desarrollado una musculatura asombrosa, mayor que los de su aldea, él se había criado en la naturaleza sin las comodidades del hogar, ni la protección del grupo. Los animales del bosque le respetaban, era la cúspide de la cadena alimenticia. Esto comenzó a crear problemas.
En aquellos tiempos en los que la raza humana apenas se empezaba a extender por las tierras del norte de Europa, todavía convivían con seres mágicos que llegaban ya a su etapa final en este mundo. En cada bosque una  ninfa lo gobernaba, intentaba mantener el equilibrio, que solo se comiera con hambre y se bebiera con sed, que se viviera en paz entre todas las criaturas. Wulfric empezó a desequilibrar el orden, las criaturas les respetaban, nadie iba a cazarle, le temían más que a la ninfa, una fría tarde se apareció en el claro donde estableció su casa la ninfa que reinaba en aquel bosque.
-No puedes vivir aquí, vete con los tuyos o me veré obligada a mandar que te devoren las criaturas que aquí habitan-. Era una mujer cubierta con pieles de lobo, sus ojos eran grises, su pelo negro, iba descalza.
-¿Quién eres tú para echarme de mi hogar?- la voz de Wulfric retumbó.
-Soy Grádiel, la reina de este bosque, si no cumples con mi orden morirás-. El suelo empezó a sudar una niebla muy densa, Wulfric puso una flecha en su arco y se preparó para un posible ataque. La niebla fue desapareciendo hasta descubrir que estaba solo. ¿Había sido un sueño? Mañana lo descubría.
El sol empezó a asomarse al horizonte, Wulfric se despertó, el viento estaba calmado, los pájaros no cantaban, todo estaba demasiado quieto, el aire le susurraba en el oído peligro. El suelo empezó a temblar, algo se acercaba, algo oscuro saltó de detrás de un árbol a gran velocidad le lanzó un zarpazo que esquivó echándose hacia atrás pero le rozó el pecho. Cuatro arañazos vomitaron sangre de su pecho. Se miró, era profundo, aunque no grave, miro hacia su adversario. Increíble. Uno oso el pelo negro brillante, pero lo extraordinario era su tamaño, medía unos tres metros de longitud, debía de pesar más de ochocientos kilos, pero se movía muy rápido.
El oso se puso sobre sus patas traseras y rugió, todo tembló, los árboles se estremecieron y Wulfric sintió miedo.
-Bien, parece que has encontrado un enemigo decente- dijo una voz femenina entre risas que procedía de las ramas de un árbol a las espaldas de Wulfric.
-¡Tú!- exclamó Wulfric con sorpresa girándose- Te mataré en cuanto termine con esta criatura.
-No podrás, se llama Akila, y es la criatura más feroz de este bosque, era cuestión de tiempo que os enfrentarais.
Akiila posó sus patas delanteras en el suelo, cargó su peso en las traseras y se lanzó contra Wulfric con las fauces abiertas, quien logró poner sus manos entre la boca de aquel animal impidiendo que se clavaran los comillos en su carne. Pero el ataque fue tan duro que cayeron rodando por el suelo. El animal le clavó las garras en un costado, arrancándole la piel de la que brotó sangre. Wulfric aulló de dolor, sacó sus manos de la boca de aquella bestia y le lanzó un puñetazo en la cabeza que hizo que el animal lo soltara y se retirara dando tumbos a recuperarse para lanzar otro ataque. Akila y Wulfric cara a cara, se miraban, a Wulfric le caía sangre del pecho y del costado izquierdo, los animales del bosque se acercaron formando un círculo, observaban, esperaba un cadáver para comer. Akila se lanzó al ataque a la vez que Wulfric, saltaron y se unieron en el aire la bestia fue a morderle la pierna, Wulfric la dobló, con sus manos cogió la cabeza y la trajo con fuerza hacia su rodilla golpeándole en todo el morro, cayeron los dos al suelo, Wulfric fue más rápido, se abalanzó sobre Akila le cogió del cuello y lo apretó con fuerza, intentaba asfixiarlo o romperle el cuello, lo que antes sucediera. Grádiel miraba fijamente, su bestia había pedido, el oso esperaba ya su final, pero Wulfric le soltó, le dio la espalda y miró a la ninfa.
-No lo mataré, no necesito su piel ni su carne, es demasiado para mi.- Tras estas palabras se desmayó, había perdido mucha sangre.
Hacía calor, olía a mezcla de hierbas, se sentía mareado y cansado, estaba en una cama, dentro de una cueva, vio a Grádiel poniéndole emplastos de hierba en las heridas.
-Estás muy débil, deberías seguir durmiendo.
-Vaya, primero me quieres matar y ahora me curas- su voz sonaba endeble.
-Lo que dijiste en el bosque solo lo puede decir un espíritu bueno, ¿eres de la tribu de los hijos de los rayos verdad?
-No, nací allí, pero nunca fui uno de ellos, por eso vivo en el bosque.
-El bosque no te esconderá  por mucho tiempo de ellos, te encontraran.
-¡Si lo hacen les mataré!- gritó y el dolor le invadió doblándose sobre si.
-Tranquilo muchacho, no creo que puedas vencerlos solo con un arco, necesitarás mucho más que eso.
-Iré a un pueblo y compraré una espada.
-¿Comprarás?- sonrió la ninfa- ¿con qué dinero? Además una espada no hará nada contra las armas de esa tribu, mírate a ti, has recibido heridas de muerte y has sobrevivido, necesitas un arma especial, forjada por criaturas oscuras con magia oscura.
-¿Dónde está ese arma? La necesito.
-Todo a su tiempo muchacho, primero tienes que mejorarte, luego Akila te acompañará. Si, suena raro, pero te ha cogido cariño, está fuera esperando a que te mejores.
-¿A dónde me acompañará?
-Normalmente no le diría a nadie de ir a ese lugar, pues allí encontrará su muerte segura, pero hay algo en ti… tu destino… no se, algo mágico en ti me dice que tienes un deber que cumplir. Te contaré la leyenda de Krholl el conquistador.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Las crónicas de Wulfric (Capítulo1)

Wulfric tenía diez años, vivía en una aldea en lo que actualmente conocemos como Noruega, era el menor de siete hermanos todos hijos del señor de la guerra  Wulfila. Wulfric era tratado como un esclavo”tu no eres un hijo de los rayos puro como tus hermanos”, “eres un bastardo que no merece ni siquiera vivir con nosotros”. Todo esto se lo repetían sus hermanos y le pegaban palizas. El motivo de que lo llamaran bastardo o impuro era porque Wulfric no tenía el pelo rubio como todos los de su raza, era de color negro, oscuro como la noche, además otra diferencia había en él, sus ojos, los hijos de los rayos tenían los ojos de color azul eléctrico, como los rayos de las tempestades, de ahí su nombre, Wulfric los tenía castaños, como los troncos de los árboles en verano. Cada dos semanas su padre junto con otros hombres de su tribu salía de cacería según decían ellos. Iban fuertemente armados junto con sus caballos para al cabo de unos días,  volver con carros repletos de comida, oro y objetos valiosos, pero a Wulfric le intrigaba los esclavos. Traían largas hileras de mujeres atadas unas a otras por las manos formando largas filas, las cuales eran recluidas en una casa larga y grande en la que solo habían camas. Lo peor venía por las noches después de estas cacerías, solo se oían los gritos desgarradores de pánico de las esclavas y las risas de los hombres de su tribu. Después tras nueve meses todas morían reventadas al dar a luz a los hijos de sus violadores, pues un niño de esta tribu es tres veces más grande al nacer que un bebé normal,  ningún bebé nacía hembra por eso secuestraban mujeres, para la supervivencia del clan. Los cuerpos inertes de las madres se consumían lentamente en las hogueras mientras la tribu se llenaba del llanto de los recién nacidos mientras eran inspeccionados en busca de alguna tara física que rompiera la perfección de la raza. Wulfric se escapó al nacer porque su pelo era rubio, pero se fue oscureciendo poco a poco con la edad.
-Tu bastardo, prepara mi caballo que nuestro padre me ha llamado para que le acompañe en mi primera cacería.- dijo Erik.
Erik era el hermano mayor de Wulfric, heredero de la tribu de su padre, era un ser increíblemente fuerte, alto y de porte noble. Cuando llegaban a los quince años de edad los hijos primogénitos acompañaban a sus padres en las cacerías y debían de demostrar su valor. Wulfric se dirigió a  los establos y preparó el caballo de su hermano, pero en ese momento empezó a sentir curiosidad por como eran las cacerías, él solo observaba grandes filas de guerreros salir del poblado para unos días después volver con grandes riquezas, comida y largas caravanas de mujeres, quería saber qué era lo que hacían. Mientras ensillaba al caballo de Erik un hermoso corcel negro de pecho ancho, se percató de que estaba un guerrero de la tribu preparando su caballo, pero estaba en un estado lamentable, había estado toda la noche bebiendo y ahora no se podía tener en pie, vio su oportunidad, se acercó por detrás y con la espada envainada de su hermano le golpeó con fuerza en la cabeza, agarró su caballo que se puso nervioso y lo tranquilizó, le puso la montura cogió su armadura de cota de cuero y sacando al animal del establo metió al guerrero inconsciente en él. Se puso su casco que por suerte le tapaba toda la cara, dejó el caballo de su hermano atado a la puerta de su casa, se subió al suyo se marchó al grupo de jinetes que esperaba al jefe y a su hijo.
-Hombre Gunnar te veo raro, ¿es que hoy no vas borracho?- dijo unos de los jinetes a lo que siguieron los demás con un sonoro estallido de risas. Wulfric agachó la cabeza y se puso el último.
-Pues parece que hoy ha bebido tanto que se le ha olvidado hablar- dijo otro entre carcajadas.
-Atención Wulfila se acerca— dijo el guerrero más veterano del grupo.
Todos se pusieron en formación subieron a sus caballos y se irguieron mostrando sus descomunales músculos.
-Padre en cuanto volvamos tienes que mandar azotar a Wulfirc, se está volviendo contra nosotros no acepta nuestras ordenes, le he dicho que preparara mi caballo y lo ha dejado atado a la puerta de casa, eso es inconcebible.
Wulfila miró a su hijo, tal era su fuerza y frialdad que provocaba miedo incluso en los miembros de su propia familia, y con voz grave como la de los truenos dijo -En cuanto volvamos será azotado. Muy bien mis guerreros, la cacería de hoy es importante, el invierno se está mostrando en su forma más hostil y seguramente en unas semanas nuestro poblado quede cerrado por las nieves. Hoy debemos conseguir los máximos alimentos posibles, en cuanto a las mujeres eso lo dejo a vuestra elección, serán más bocas que alimentar en este crudo invierno, traer solo las necesarias y más bellas, las demás matarlas.
 Dicho esto azuzó su caballo y los demás jinetes salieron en perfecta formación en columnas de cuatro tras él, eran unos cien guerreros, entre los cuales Wulfric ocupaba la última posición. Fueron dejando atrás el pueblo, pequeñas casas de madera que crecían entre árboles todo inundado por una inmensa capa de nieve, las chimeneas escupían humo que hijos y esclavos mantenían encendido para que a la vuelta de sus guerreros la casa estuviera caliente. Los caminos eran casi invisibles, suerte de los rastreadores que eran los mejores del norte, cabalgaron durante más de medio día encima de lenguas de nieve entre árboles frondosos, tuvieron que bajar de los caballos a la llegada de la tarde porque sus patas se hundían hasta el pecho dificultando mucho la marcha, que era eterna y reventaba a hombres y caballos por su extrema dureza.
-Como no encontremos pronto una maldita aldea moriremos todos de frío.
Era el comentario que más se oía entre los guerreros, en ese momento que ya empezaba a anochecer la columna se detuvo, recibieron orden de formar dos círculos, uno exterior que se encargaría de la defensa del grupo y otro interior, el cual relevaría al exterior a las tres horas, comieron y descansaron, a las tres horas le tocó hacer guardia a Wulfric, nunca en su vida había pasado tanto frío, se sentó encima del escudo de madera que portaba para que no le traspasara el frío, se apretó bien debajo de su capa y miró lo más lejos que pudo. La noche era clara, las estrellas brillaban con fuerza y la luna de un tamaño enorme mandaba sobre ellas orgullosa.
    -Cuando las noches están despejadas suele hacer mucho más frío, las nubes suelen aguantar el calor que se escapa de la tierra, va a ser una noche muy dura.
-Supongo-, dijo Wulfric al guerrero que había a tres metros suyo compartiendo la guardia.
 -Muchacho, tu no eres Gunnar, no hace falta que intentes disimular, la verdad es que de todos los guerreros que hay en la tribu has ido a reemplazar al más borracho y que más se hace de notar y en cambio tú pasas muy desapercibido, ¿quién eres?
-¿Me guardarás el secreto?
El guerrero asintió.
-Soy Wulfric, hijo menor de Wulfila.
-Me lo imaginaba hijo, tienes ganas de demostrarle a tu padre lo que vales ¿verdad?- soltó una risotada.- Me parece que tendremos unos buenos jefes cuando tu padre ya no pueda guiarnos, mi nombre es Gunnjorn, y tu verdadera identidad está a salvo conmigo muchacho. Así pasaron las tres horas hasta que vino el relevo, pero solo les dijo que recogieran que empezaban temprano la marcha, no podían permitirse muchas más noches como esa. Comieron rápidamente unas gachas de trigo y carne de caza, unos jabalíes despistados que los exploradores descubrieron por la noche y así con el estomago lleno la marcha se reinició, por lo menos durante las primeras horas el sol fue cogiendo fuerza dándoles un ínfimo calor haciendola un poco más llevadera. Gunnjorn se fue retrasando poco a poco hasta llegar a la altura de Wulfric.
-En cuanto lleguemos al poblado que vayamos a atacar no te pongas nervioso, tienes que seguir al pie de la letra las órdenes de los capitanes, los cuales formarán grupos para atacar por todas las direcciones y así provocar sorpresa y temor.
-Pero Gunnjorn, ¿por qué atacamos a esa pobre gente? Que yo sepa ninguna aldea nos ha atacado nunca, y no tenemos enemigos en toda la zona.
-Mi querido Wulfric, si no tenemos enemigos es gracias a estos ataques que crean el respeto en todas las tribus cercanas hacia nosotros. La mejor defensa es un buen ataque.
En ese momento un sonido grave sonó por encima de los árboles produciendo una desbandada de aves.
-¿Qué es ese sonido?
-Wulfric, hijo, ese es el sonido de la batalla, estamos cerca de un poblado y nos han visto, prepara tus armas y ten cuidado.
Wulfric tragó saliva, sintió miedo, era la primera vez que tenía esa sensación, se le secó la boca y se empezaron a oír gritos de los capitanes de sección organizándolos en grupos de veinte para atacar por los distintos flancos le tocó con Gunnjorn.
Su capitán alzó un hacha de tamaño descomunal que tapaba el sol que estaba ya muriendo por el horizonte y gritó:
-¡Hijos de los rayos nuestra supervivencia al invierno depende esta batalla! ¡Vivir o morir!
Todas las compañías arengadas por sus capitanes de forma similar gritaron al unísono.
-¡Vivir o morir! ¡Vivir o morir! ¡Vivir o morir!
Tantas voces unidas sonaron como un terrible trueno, el trueno que precedía en todos los ataques a los hijos de los truenos.
La compañía de Wulfric fue la primera en atacar, entraron al pueblo por la zona principal, una vía que lo dividía por la mitad, alzó una gran espada que pesaba demasiado todavía para él espoleó su caballo y gritó como los demás. Fueron recibidos por una lluvia de flechas, piedras y utensilios para la labranza, una piedra golpeó en el casco al Wulfric y cayó del caballo, varios campesinos fueron a rematarlo, uno llegó primero levanto un palo terminado en punta y al bajarlo un reguero de sangre le cayó en los ojos y la cabeza del campesino le cayó en los pies.
-Amigo mío, ten cuidado o tu padre se cabreará, haz uso del adiestramiento que todo hijo de los rayos recibe desde pequeño.
Wulfric se levantó agarró su espada con fuerza y corrió al encuentro de sus enemigos, fue asestando golpes, cortó por la mitad al primero, al segundo le cortó un brazo hizo un giro de trescientos sesenta grados volteando en el aire la espada y le cortó la cabeza, la cual rodó por el suelo. La nieve fue cogiendo un color rojizo a la vez que se iba derritiendo por el calor de la sangre que se iba vertiendo. Intentó localizar a su siguiente presa, algo raro pasaba, no atacaban, retrocedían, su compañía se unió a otra y cargaron contra los campesinos que se habían agrupado cerrando el paso. Fue una carnicería, en unos minutos cuerpos mutilados llenaron el suelo y Wulfric comprendió por qué esa tribu había actuado así. Detrás de los cuerpos sin vida se encontraban todas las mujeres protegiendo a los niños. Los soldados de su padre las empujaron y comenzaron a matar a los niños de todas las formas posibles, unos se encargaron de atar a las mujeres a una cuerda quedando todas unidas en una fila, las que intentaban negarse eran golpeadas hasta perder el conocimiento, los arqueros, entre risas, mataban a los niños que intentaban  apostando para ver quién tenía mejor puntería.
Wulfric estaba de pie, inmóvil, la espada se le resbaló de la mano y quedó clavada en la nieve, un hilo de sangre caía de la empuñadura y al contacto con el hielo formo un pequeño circulo oscuro. Gunnjorn  lo miraba sonriendo con la cabeza de un campesino cogida por los pelos con su gran mano izquierda. Wulfric hincó las rodillas en el suelo y las lágrimas llenaron sus ojos, se quitó todas las armas y se internó en un frondoso bosque que cerraba la parte izquierda del poblado. Desde ese momento nunca más se supo del séptimo hijo de Wulfila, nadie lo echó de menos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Las crónicas de Wulfric (Prólogo)


     Al principio de los tiempos cuando los seres humanos,  seres mágicos y los mitológicos compartían la tierra, existía una raza al norte de Europa conocidos como los hijos de los rayos. Eran seres humanos muy altos, de entre metro noventa y dos metros, con una musculatura asombrosa pero muy ágiles a su vez. Se distinguían  del resto de tribus del norte por sus largos cabellos rubios y sobre todo por que tenían los ojos del color azul eléctrico de los rayos que anuncian las tormentas. Se organizaban como clanes, había un Señor de la guerra que gobernaba sobre todos y varios jefes de cada clan. En sus tribus no existían mujeres pues sólo nacían varones. Desde que podían andar eran adiestrados en el arte de la lucha. Por todo ello y puesto que eran una raza guerrera y no conocían la agricultura, atacaban a aldeas vecinas matando a todos los hombres y secuestrando a  mujeres para violarlas y que engendraran a sus hijos. Hubo un momento en que la raza humana comenzó a estar en peligro de extinción, los hijos de los rayos eran una tribu muy numerosa y estaban diezmando a toda la población del norte de Europa. Por ello los dioses antiguos, preocupados por el desorden en su creación, decidieron poner fin a esta raza superior usando métodos al gusto de las deidades. Usarían el dolor y el odio.
    Esta es la historia de Wulfric, hijo del Wulfila Señor de la guerra de la tribu conocida como los hijos de los rayos que dominó el norte de Europa durante los primeros años de vida del ser humano, destinado a eliminar su tribu del árbol genealógico de la raza humana.

viernes, 29 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 24)

Cristian despertó, estaba en una cama con sábanas limpias en una habitación inundada por los rayos del sol. A su lado sentada en una silla estaba laura con el brazo vendado.
—Fue una herida limpia— dijo cogiendo de la mano a Cristian quien se incorporó y la besó en los labios.
Esa noche se celebró una gran fiesta en la ciudad. Gentes de todas las ladeas acudieron. Todos los amigos celebraban la victoria, pero estaban tristes, querían volver a casa. Salieron de la gran sala en la que se celebraba la victoria hacia una amplia terraza. Un hombre cubierto por una capa estaba allí, al sentir presencia se volvió.
—¡Erlond!— exclamron todos al unisono.
—Se lo que os preocupa, cerrad los ojos y juntad las manos.
El ruido de la fiesta empezó a desvanecerse hasta el punto de no oirse. Ana abrió los ojos.
—¡Oh diso mío! Luis, mira.
Todos abrieron los ojos, estaban en la vieja casa donde habían perdido el balón hace… Les parecía una eternidad. Encontraron la pelota en el salón justo detrás de un viejo sofá y salieron corriendo hacia el colegio. La campana sonaba avisando de que empezaba la clase, el primer día de clase.

—Y colorín colorado este cuento… Vaya se ha dormido.
—Cristian— irrumpió una voz desde la puerta de la habitación— te he dicho muchas veces que no me gusta que le cuentes esa historia a nuestro hijo.
—Pero Laura, puede que un día vuelvan a necesitar al heredero del último dragón blanco, y nuestro hijo debe estar preparado.

FIN

miércoles, 27 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 23)

El día despuntaba, Luis salio de la habitación donde dormía en la gran casa del señor de la ciudad. Salio con paso rápido en dirección a las murallas de la ciudad, la vista era aterradora. Un enorme ejército de minotauros estaba formando rodeando la ciudad. Empezaron a sonar unas campanas de forma nerviosa por toda la ciudad, que se llenó de una actividad frenetica. Cientos de hombres salieron de sus casas ataviados de armaduras y espadas, estos corrían a formar junto a los soldados de la ciudad que ya salían fuera de las murallas para presentar batallas a sus enemigos. Luis bajó corriendo de la muralla en dirección donde tenían todas las máquinas que habían construido. Allí en una gran explanada se encontraban varias catapultas y artefactos capaces de lanzar andanadas de 50 flechas. Luis empezó a gritar órdenes para desplegar las máquinas por diversos puntos estratégicos de la ciudad. De pronto un ruido ensordecedor trono por inundando todas las almas de terror. Ana y Arturo estaban en la muralla observando desde lo alto.
—Este va a ser nuestro fin- Comentó Arturo lleno de terror.
            —No, Cristian vendrá y matará a todos... Vendrá...— repitió para si misma en voz baja intentando convencerse. Una lágrima resbaló por su mejilla.
Todo empezó muy rápido, las ordas corrieron hacia los aterrados soldados que defendían la ciudad, su orden era aguantar. Conforme se iban acercando el suelo temblaba a los pies de los soldados.

— ¡Aguantad, por todos los dioses, aguantad!— Repetían una y otra vez los capitanes de cada compañía.
De pronto de encima de las murallas aparecieron cientos de rocas escupidas con una fuerza increíble, detrás de las rocas aparecieron miles de dardos que surcaban el aire clavándose sobre la carne de aquellas asquerosas criaturas, las piedras habían ocasionado numerosas bajas. En la ciudad se celebraba la victoria. De pronto una criatura apareció sobrevolando la ciudad, una especie de ser humano con unas alas escamosas negras caía en picado sobre la ciudad, era Lord Leven. Apuntó con sus puños hacia las máquinas, de ellos salieron bolas de fuego que fueron destruyendo todas las máquinas a la vez que incendiaban las casas de la ciudad. La actividad se hizo frenética. Toda la gente corriendo intentando apagar los fuegos y salvando las máquinas. Fue en vano. Todas las catapultas y arcos se perdieron. En el exterior las tropas de minotauros que habían iniciado una desorganiza huida se reagruparon ante la parada de la lluvia de piedras y flechas. Cargaron contra las tropas de la ciudad con extremada agresividad. Las tropas pongan cara valientemente. Lord Leven sobrevoló las tropas y empezó a escupir fuego ocasionado que las tropas se rompieran y los minotauros entraran en la ciudad. Todo estaba perdido. De pronto una bola de fuego blanca impactó contra lord Leven haciendo que cayera contra el suelo. Tras esto el cielo se llenó de lenguas de fuego blanco que cayeron sobre los minotauros aniquilando a cientos, lo que provocó que muchos huyeran despavoridos. El resto fueron masacrados por los soldados de la ciudad. 
Arturo y Luis apagaban fuegos de los tejados ardiendo, Ana y María ayudaban a los heridos. Algo raro había pasado. El ensordecedor ruido metálico de miles de armas chocando había cesado. Los angustiosos gritos de dolor también habían cesado. Ana miró al cielo, el sol estaba en su punto más alto, llevaban medio día luchando. Una sombra humana se recortaba con el sol. Era Cristian, de su espalda salían unas las de escamas blancas. Levantó una mano y saludó a ana. Lord Leven se levantó aturdido del suelo, ya lo comprendía, Xaj había fallado, Cristian había controlado su poder, nada podía hacer un fénix contra tanto poder. Se levantó y observó a los ojos a aquel chico, todo se iba a decidir en un combate a muerte entre ambos.

De los puños de ambos brotaron espadas flamígeras, los dos se lanzaron en un choque que provocó una lluvia de lenguas de fuego. Los soldados y minotauros que se quedaron boquiabiertos al ver el espectáculo corrieron para resguardarse del fuego que al caer todo lo prendía. La velocidad de movimientos de Lord Levén y Cristian era alta, luchaban sobrevolando el valle chocando sus armas.
—No puedes hacer nada contra mi muchacho, tu poder es muy débil.
—Eso ya lo veremos.
Lord Levén se envolvió en una bola de fuego que explotó y lanzó a Cristian contra el suelo que se quedó aturdido.
—Ahora malditos minotauros atacad— gritó el señor oscuro con furia.
Cristian estaba en el suelo mareado, vio como el ejército de lord Levén se rehacía y atacaba. Intentó levantarse. No tenía fueras. En lo alto de la muralla pudo ver a Laura, una flecha surcaba hacia a ella impactando en su brazo y tirándola al suelo.
—¡Nooo!— gritó Cristian. Se desmayó.
Su cuerpo empezó a convulsionar en el suelo, los ojos se abrieron de golpe, eran blancos. Se levantó y clavó su  mirada en el señor oscuro. Su cuerpo empezó a elevarse del  suelo hasta situarse a unos tres metros del suelo. El cielo empezó a oscurecer. Se despertaron truenos y rayos. Un agujero de luz rompió el oscuro cielo iluminando a Cristian. Su cuerpo se envolvió en una bola de fuego blanco. Lord Levén desde el cielo clavó la mirada en su enemigo.
—No puede ser.
Un grito retumbó en el valle la bola de fuego blanco se convirtió en una cabeza de dragón, el cual abrió la boca y vomitó fuego blanco hacia el señor oscuro, quien como defensa formó una bola de fuego. El cuerpo de Cristian cayó al suelo inconsciente. Estaba hirviendo. Los minotauros miraron hacia el cielo intentando buscar a su señor. No estaba, había desaparecido. El sonido grave de cientos de tubas resonaron en el  campo de batalla.
—¡Atacad!— gritaban los generales de la ciudad de Prosperius.
Los minotauros huyeron, Prosperius ganó la batalla.

martes, 26 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 22)

Cristian anduvo cabizbajo, no paraba de llorar, se encontraba solo, en un extraño país y había perdido al único ser que le uniría de nuevo con sus amigos y podría llevarlos de vuelta a casa. El camino ascendía, de pronto acabó. Un gran acantilado nacía a sus pies. Al fondo una vista aterradora. Un ejército enorme había rodeado la ciudad en la que estaban sus amigos. Era imposible bajar hasta allí. ¿Cómo era posible? Ese camino le llevaría a la ciudad, a socorrer a Luis, Arturo, Ana y Laura… Laura, que ganas tenía de verla, de tocarla…
— ¿Costernado?— Sonó una voz a su espalda.
— ¿Xaj?— Contestó Cristian dubitativo.
—Exacto, eres más duro que lo que cría.
— ¿Cómo has podido hacernos esto?
— No podemos permitir que tu dinastía vuelva a reinar en estas tierras. Sería el fin de Lord Levén, quien nos otorgó poder sobre la detestable y blanda raza humana. Deberías haber muerto luchando contra alguno de los cuatro guardianes, pero no, te has empeñado en seguir con vida. Tuve que matar al último para ahora, ser yo quien termine de una vez por todas con tu asquerosa existencia. Soy más poderoso que ellos, te aviso que este será tu fin.
Las palabras del fénix estaban cargadas de odio. Cristian se quedó atónito al escuchar todo aquello. Aquel animal les había traicionado. Con todo lo que habían pasado juntos…
—Acabaré contigo maldito traidor— Dijo Cristian mirando fijamente a los ojos del Xaj. Se puso en guardia, cerró su puño derecho e inmediatamente nació la espada flamígera, alzó su brazo izquierdo y una bola de fuego creó una circunferencia plana alrededor del antebrazo. Un escudo de fuego.
— ¡Ataca maldito judas!
El fénix ascendió y batió sus alas con fuerza, mandando un vómito de fuego a Cristian, quien alzando su escudo pudo desviar el mortal ataque por arriba y los lados prendiendo fuego en la escasa vegetación de la zona. Entonces el fénix descendió a gran velocidad, Cristian intentó asestarle un mandoble con la espada pero la velocidad de Xaj era superior. El pico del animal impacto en la carne del heredero provocándole un corte profundo. La herida le ardía. El fénix volvió a ascender. Cristian no podía hacer nada, tan solo esperar un fallo en el ataque y contraatacar. Xaj descendió a gran velocidad. Cristian se concentró, una aureola de fuego nació del suelo que pisaba. El fénix se aproximaba veloz. Cristian cerró sus puños con fuerza transformándose en una gran bola de fuego. Xaj al ver la defensa de su enemigo, concentró su poder y se convirtió en otra bola de fuego que se desplazaba a gran velocidad. Ambas esferas chocaron provocando una gran explosión de llamas. La temperatura fue tal que se derritieron hasta las piedras. Cristian salió despedido chocando contra una pared de rocas. Todo su cuerpo emanaba gran cantidad de calor. Estaba envuelto en humo. El fénix había desaparecido. Cristian se incorporó poco a poco. Estaba mareado. No encontraba rastro de su enemigo. De pronto todo empezó a temblar. Una bola de fuego nació de la nada justo frente a él. Levitaba. La bola explotó en una cegadora luz.
—Si piensas derrotarme con fuego lo llevas difícil, amigo— Al decir amigo el fénix llenó sus palabras de odio.
Cristian no podía más, apenas tenía fuerzas para tenerse en pie. Entonces el recuerdo de Laura le vino a su mente. Recordaba la ciudad rodeada de un imponente ejército. Allí estaban esperándole. No podía entretenerse más. Cayó al suelo. Se quedó apoyado en sus rodillas y manos. El suelo empezó a temblar de nuevo. Todo se veía arrugado a su alrededor por el calor que emanaba del suelo. Todo empezó a agrietarse, la tierra, las paredes de la montaña. Xaj se quedó estupefacto, no sabía lo que estaba pasando. De pronto el cuerpo de Cristian se puso en pie dominado por una extraña fuerza. Levitó. Sus ojos se quedaron en blanco. Empezó a convulsionar. Un grito de dolor inundó aquella montaña. Unas alas escamosas de color blanco nacieron bruscamente de su espalda. Miró fijamente a Xaj y se lanzó envuelto en llamas blancas en un ataque mortal.

sábado, 23 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 21)

Luís dibujó unos esbozos de catapultas y máquinas capaces de lanzar hondonadas de flechas. Organizó a los carpinteros y a los herreros para que cada uno hiciera su parte de las piezas. Los jefes de cada gremio se quedaron sorprendidos de las ingeniosas máquinas que tenían ante sus ojos dibujas en papel. Fuera en el patio principal del torreón de Lord Levén se celebraba una reunión con cada jefe de cada compañía, infantería, arqueros, lanceros, caballería… para preparar una estrategia. Luís tomó la palabra una vez más.
—Pondremos las catapultas dentro de las murallas por el centro, con el fin de diezmar la infantería enemiga. Por los flancos y subidos a las murallas colocaremos los lanza flechas, apuntando hacia los flancos para detener a la caballería enemiga y así impedir que envuelvan a nuestras tropas. Los arqueros inundarán el centro con una intensa lluvia de flechas creando un caos que obligue al ejército enemigo a retirarse. Justo en ese instante de confusión lanzaremos al escuadrón alpha a que aniquile a todo ser que permanezca en el campo de batalla.
Los jefes de las compañías miraban con asombro a aquel chico que había preparado tan minuciosamente una estrategia tan excelente. Se encontraban a cerca de la gran batalla que anunciaba la profecía y unos chicos la había planificado de sobremanera.
La ciudad se llenó de una frenética actividad. Hicieron acopio de víveres. Llenaron las calles de cubos de agua para apagar los fuegos de flechas incendiarias, se entregaron armas a todo varón que habitase en la ciudad o en las aldeas vecinas que tuviera un mínimo de trece años y fuerza para levantar una espada.
A la mañana siguiente Lord Levén junto con sus invitados subieron a lo más alto del torreón.
—Es increíble, nunca hubiera podido imaginar que se pudiera organizar un ejército semejante.
Estaban ya a un día de distancia, pero se podía observar una inmensa nube de polvo levantada por el andar de un terrible ejército de más de cien mil minotauros machacando la tierra. Cuando el viento soplaba hacia la ciudad se podían oír lejanos gritos de órdenes y el sonido de los cuernos organizándolo todo.

jueves, 21 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 20)

Cristian estaba tirado en el suelo sin aliento. Xaj se acercó.
—Lo estás haciendo muy bien, ánimo ya queda poco— La voz del fénix sonaba paternal.
—No puedo más Xaj, esto es muy duro, me duele todo el cuerpo.
—Tranquilo hijo, está todo previsto. Elegí el camino más largo no sólo para que se despertara tu poder, además este camino esconde el lago de la resurrección. Sus aguas devuelven todo el vigor a la persona que la beba. Incluso estando moribundo es capaz de devolverte la vitalidad.
Cristian se levantó a duras penas, se sacudió el polvo y prosiguieron la marcha. La noche se les echaba encima. Hacía frío. Buscaron un llano junto al camino donde poder hacer fuego. Las ramas que consiguieron de los árboles estaban húmedas, pero eso no impide que un fénix pueda prenderlas. Se acurrucaron junto al fuego y durmieron.
Se oyó un chasquido, Cristian se levantó sobresaltado.
—¿Xaj?
No obtuvo respuesta. Se levantó muy nervioso y miró a su alrededor. Un rugido ensordecedor lo dejó helado. Venía de su espalda. Al girarse Cristian observó una enorme criatura abalanzarse sobre él. La esquivó tirándose a un lado. Se puso en pie y pudo verla de frente. Era un ser aterrador. Medía unos cinco metros de largo por unos tres metros de alto. Su cuerpo era el de un león gigante, pero tenía cara de ser humano con densa cabellera y barba.
—Ten cuidado Cristian….
La voz del fénix provenía de detrás de un seto, estaba malherido.
—Es una mantícora, el guardián de la puerta sur, nos atacó al despuntar el sol…. Cuidado con su cola.
El animal se giró y apareció su cola. Cayó sobre Cristian con fuerza, clavándose en el suelo. Estaba rematada en púas de acero. Tenía miedo. No sabía como enfrentarse a esa criatura. Tenía alas enormes parecidas a las de los murciélagos pero en gigante. Las usaba para volar y moverse muy ágilmente. Se lanzó otra vez sobre Cristian que no pudo esquivarlo a tiempo. Su zarpa se clavó en la piel produciéndole un corte profundo. Dolor. La sangre caliente pronto brotó enrojeciendo toda su camisa. Cayó al suelo medio desmayado por el sufrimiento. La mantícora  dio velocidad a su cola con un giro de cuerpo y la lanzó contra Cristian. No tenía fuerzas para defenderse. Levantó su brazo izquierdo para protegerse la cara. Le temblaba. Un espasmo recorrió su cuerpo. Sus ojos se llenaron de sangre y cayó inconsciente. Despertó de golpe. Abrió sus ojos. No eran humanos. La púas de la cola de la criatura chocaron contra un escudo de fuego que brotó de su brazo izquierdo. Se puso en pie empujando la cola del animal haciéndolo rodar. De su puño cerrado nació la espada flamígera. Miró fijamente a la mantícora quien mostró una mirada de terror. Cristian corrió hacia ella. La mantícora dio media vuelta y empezó a batir las alas para huir. La espada penetró justo entre las alas saliendo por su pecho. La criatura abrió la boca y vomitó sangre. Sus patas se doblaron y cayó muerta. Cristian jadeaba. Sus ojos volvieron a normalidad. Miró a Xaj asustado.
— ¿Te encuentras bien?
El fénix estaba mal herido la bestia los descubrió durmiendo y le hirió de gravedad con un zarpazo.
—Cristian, necesito que me hagas un favor…
—Lo que quieras. Xaj. Pídeme lo que quieras.
—Necesito— le costaba grandes esfuerzos hablar.— Necesito que avives la hoguera y que dejes que mi cuerpo arda en ella.
—¡No puedo hacer eso Xaj!
—Hazlo.
Y el cuerpo del fénix quedó inerte. Cristian entre lágrimas hizo lo que le pidió.  Echó el cuerpo sin vida de Xaj y lo dejó sobre la hoguera. Se quedó inmóvil viendo como el fuego consumía el cuerpo de su amigo. Sus lágrimas caían al suelo. Era ya medio día cuando la hoguera se consumió dejando solo unas cenizas. Cristian volvió al camino y continuó andando. La herida del pecho le dolía con fuertes punzadas. No sangraba.

martes, 19 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 19)

Los cuatro amigos junto con el viejo guerrero salieron del bosque a un camino llano. Pararon para coger aire. Ualgaraj observó a su alrededor.
—Bien, parece que estamos cerca, sigamos antes de que se haga de noche.
Tras unas horas de camino oyeron un ruido de galope lejano, se volvieron para ver de que se trataba, era un jinete cubierto de polvo cabalgando a gran velocidad, Luís dio un paso al frente para entablar conversación. El jinete se acercaba cada vez más sin signos de querer parar, Luís dio un salto intentando esquivar al animal en vano, chocó contra el pecho del caballo que lo lanzó al margen del camino, jinete y caballo a penas se inmutaron.
—¿Estás bien Luís?— Dijo Arturo tendiéndole la mano para ayudarle a levantarse.
—Sí, parece que tenía prisa.— Se sacudió el polvo de la ropa y continuaron andando.
 El sol moría ya desangrado en el horizonte dando vida a una luna llena de tamaño espectacular cuando ante sus ojos apareció una ciudad increíble. Era enorme, de forma circular, estaba compuesta por una muralla que formaba un anilloperfecto, cerrando la ciudad completamente. La muralla de piedra marrón oscura alcanzaba una altura de unos diez metros, dando protección a una bella ciudad salpicad de tejados rojos caliza. La muralla tenía doce torreones que daban apoyo a las murallas, coronados en su parte superior con conos de piedra a fin de proteger a los diversos cuerpos de guardia que realizaban dentro sus relevos. Se dirigieron a la puerta principal, que era de un tamaño majestuoso, debía de medir más de 7 metros de alto por cinco ancho. Un soldado que montaba guardia en lo alto les gritó.
— ¡Quiénes sois y que buscáis!
—Somos viajeros perdidos que buscan dónde pasar una noche a cubierto— contestó Ualgaraj.
— Esta ciudad está en guerra no sois bienvenidos, volver por….
Una mano se posó en el hombro del vigilante de la puerta.
—Tranquilo dicen la verdad, me crucé con ellos hace unas horas en el camino, déjalos pasar.
Las puertas se abrieron lentamente dejando ver como era posible que tanto peso se pudiera mover, la respuesta era que había dos filas de cinco bueyes a cada lado de la puerta para que esta subiera y bajara. Entraron todos sorprendidos de la belleza de aquella ciudad, era hermosa, con sus casas de arquitectura sólida, de piedra hasta la altura de la cintura, y color blanco de cal hasta el techo.
—No ha cambiado casi nada. Dijo el viejo soldado pensando en voz alta.
—Tú debes ser Ualgaraj, antiguo general del Batallón Alpha, me complace volver a verte viejo amigo.
El hombre que hablaba derrochaba poder, su porte era noble, su ropa de telas preciosas, su rostro de hombre de cuarenta años surcado de arrugas de preocupación y decorado con una canosa perilla denotaba preocupación.
—Mi nombre es Lord Revén, regente de Prosperius hasta la venida de su verdadero heredero.— Su voz era grave y llena de preocupación.— Seguidme hacia mis aposentos, tenemos que preparar la defensa de la ciudad.
Recorrieron varias calles de principales de la ciudad. Eran anchas, la gente corría con víveres en cestas, otros tapiaban puertas y ventanas con tablones de madera. El miedo reinaba la ciudad. La calle ascendía hacia un gran torreón que emergía de la ciudad hasta alcanzar una altura asombrosa desde la que se divisaba toda Prosperius, se elevaba incluso por encima de las murallas. Entraron por una puerta finamente orneada con bestias diabólicas, unicornios y criaturas fantásticas. Ascendieron por una escalera de caracol durante un tiempo casi interminable. Llegaron a una gran estancia, muy iluminada, en el centro se hallaba un trono sin muchas florituras ni adornos. Lord Levén se sentó en él.
—Asomaos a la ventana— Dijo mientras tomaba asiento.
Se asomaron y vieron una gran columna de tierra.
—Eso que veis es un gran ejército que se acerca hacia aquí, la batalla final que cuneta la leyenda está cerca de celebrarse, Xaj me habló de vosotros, y de que uno era el heredero de estas tierras, el descendiente del último dragón blanco. Espero que sea cierto, o en este mundo reinará el terror para siempre.— Lord Levén pronunció todo el discurso sin apenas mirarlos, con la vista y la mente perdidas en la lejanía.
—Señor no debe preocuparse, el heredero está con nosotros, vendrá pronto.— Arturo hablaba con convicción.— Cristian venció al Kraken y nos ha protegido para que lleguemos con vida hasta aquí. Su poder ha ido creciendo exponencialmente. Venceremos.
—Sí Lord Levén— continuó Luís.— No se preocupe, prepararemos la defensa de la ciudad para hacerla inexpugnable. ¿Con qué maquinaria de largo alcance contamos?
—¿Maquinaria?— Pronunció el regente de la ciudad mirando fijamente a Luís.— No se a que te refieres.
—¿No tenéis catapultas, ni ballestas gigantes?
—No se de que hablas, las ballestas se inventaron hace pocas décadas por la raza de los enanos, pero son pequeñas, nadie podría manejar una ballesta gigante. Y ¿Catapultas? Jamás había oído hablar de esa cosa.
—Muy bien señor, tráigame papel y algo con lo que escribir, haré unos bocetos, también necesito hablar con los mejores carpinteros y herreros de la ciudad.
Lord Levén miró a un soldado que custodiaba la puerta movió la cabeza y el soldado salió corriendo por las escaleras de caracol en busca de lo que Luis había solicitado.
—Bueno, chico, mientras mi escolta busca todo lo que has solicitado yo solo puedo hacer una cosa, y es poner bajo las ordenes de mi mejor batallón al mejor general. Se levantó del trono y miró a Ualgaraj.— Mi querido general, se te devuelve el cargo de mando sobre le batallón Alpha, baja y disponlos para la batalla.
Ualgaraj se cuadró ante Lord Levén, lo miró a los ojos con una mirada de eterna gratitud.
—No se arrepentirá mi señor.

lunes, 18 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 18)

—Tienes que llegar a un estado de concentración total cuando quieras hacer uso de tu poder, es como hallarte en una especie de visión túnel en la que notas el viento cómo nunca antes, creando corrientes que te dan más velocidad, ves los movimientos de tu enemigo antes de que los realice, notas en tu interior una fuerza descomunal, como el rugido aterrador de un enorme dragón.
Cristian prestaba atención a todo lo que decía Xaj. Abandonaron la aldea para que aquellas gentes pudieran vivir en paz. Escogieron el camino del norte, más largo que el del este, pero con menos vegetación, para que las criaturas voladoras espías de Karkroll  los vieran y mandara hacia ellos al resto de los guardianes. El aire era frío, ascendían hacia unos picos nevados. Daba la sensación de que eran espiados. El camino lo reinaba un silencio molesto, sólo llenado con loas palabras del fénix, no se oía el piar de las aves ni se veía ser vivo cerca. Pero la sensación de estar vigilados les hacía ir con paso veloz.
El primer día transcurrió sin novedad, comieron y descansaron sin sobresaltos, con un poco de frío pero tranquilos. Amaneció el segundo día, Cristian recogió sus cosas, se puso la cota de malla, apagó el fuego tirando tierra encima y se dispuso andar.
—¡Cuidado!— Gritó Xaj.
Cristian se giró, una gran sombra caía en picado hacia él. Se lanzó al suelo y la criatura pasó rozando su espalda. Se levantó y vio una especie de pájaro gigante, tenía las de murciélago, los ojos eran amarillos, similares a los de un insecto y tenía cuatro patas como si fuera una mosca.
—¡Qué demonios es esa criatura!—Chilló Cristian
—Es una estirge, el guardián de la puerta norte, que no te coja con sus patas o te succionará la sangre hasta matarte.
Cristian se concentró, juntó sus manos y de ellas nació una espada flamígera. La criatura volvió a descender en picado a gran velocidad. Cristian se preparó flexionando las piernas y echando la espada hacia atrás. La criatura llegó veloz a su posición, Cristian descargó la espada pero falló. Era muy veloz.
—Cristian concéntrate, tienes que poder ver los movimientos de tu adversario, anticípate.
La estirge volvió a descender sobre Cristian quien no pudo hacer nada. La criatura le golpeó en el hombro lanzándolo con fuerza varios metros atrás sobre la tierra del camino. Se levantó una enorme polvareda. Xaj no conseguía ver el estado de Cristian. De la nube de polvo salió escupida una flecha de fuego en dirección a la estirge. Agitó sus alas para levantar el vuelo. No pudo evitar del todo la flecha que atravesó una de sus alas haciéndola caer torpemente al suelo. La nube de polvo se dispersó. Cristian apareció con su mano izquierda recta delante de él agarrando un arco flamígero. De su frente emanaba sangre de una brecha producida por el golpe. La estirge se levantó e intentó volar. No podía, su ala izquierda estaba inutilizada. Miró a Cristian con sus ojos de insecto, olió la sangre que le manaba de la herida y se lanzó contra él dando un salto. Cristian agarró con la mano derecha el arco situándola bajo su mano izquierda. El arco incrementó su llamarada ensanchándose. Se convirtió en una espada. La elevó sobre su cabeza y cargó contra la criatura gritando. Parecía que iban a chocar. En el último instante Cristian se apartó dando un paso hacia su izquierda, bajo la espada hacia la derecha descargándola sobre las costillas de la estirge. Lanzó un chillido de dolor desagarrador y se desplomó sin vida contra el suelo. 

martes, 12 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 17)

Ualgaraj los guió por el sendero que salía del poblado en dirección al este. El sol estaba en lo más alto del cielo llenando de calidad el ambiente, aunque la brisa fresca primaveral daba un toque de helor en el ambiente. El camino discurría entre la más variada vegetación. Árboles, arbustos y pequeñas plantas crecían a ambos lados impregnando su caminata de un alegre olor a flores. Iban charlando de forma amena sobre armas y formas de defenderse. Paraban sólo para comer y dormir. El primer día trascurrió por senderos llanos. El segundo día entraron en una zona en la que según Ualgaraj debían tener cuidado. Era una zona habitada por ladrones y salteadores de caminos. Hicieron un altor para comer.
—Oye Ualgaraj, ¿crees que tenemos alguna oportunidad contra el ejército de minotauros?
—Claro que si Luís, mientras estemos unidos y con la ayuda de Cristian venceremos.
Un chasquido de rama rota hizo que Ualgaraj se levantará como un rayo y empuñara su espada. Diez hombres ataviados con mantos oscuros irrumpieron en el camino y les atacaron ferozmente.
—¡Rápido Luís y Arturo, juntad vuestros hombros junto a los míos y ofrézcamelos un frente!
La idea funcionó, los tres consiguieron parar la primera embestida.
—¡Laura, Ana, dispararles con los arcos desde nuestro flanco derecho!
Obedecieron al instante con endiablada puntería. Las dos primeras salvas mataron a cuatro enemigos. Ualgaraj quitó la vida a otro, Luís hirió gravemente a uno y Arturo consiguió que su enemigo perdiera su arma. Los asaltantes huyeron. La experiencia de aquel viejo y soldado hizo que cuatro inexpertos soldados y un cojo anciano pusieran en huida a diez salvajes ladrones. Si era capaz de tal hazaña era impensable lo que haría al mando de un gran ejército de entrenados soldados defendiendo su ciudad natal.
—Debemos acelerar el paso, irán a por más gentuza para matarnos— dijo el viejo entre jadeos de cansancio por la escaramuza librada. —Partamos inmediatamente.

lunes, 11 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 16)

Xaj llegó al poblado, los amigos estaban durmiendo. El día empezaba y no podían desperdiciarlo. Un gran ejército se había puesto en marcha esa misma mañana. En cinco días llegaría a las puertas de Prosperius y la borraría para siempre. Tenían que llegar antes de tres días a la ciudad y organizar una defensa. El fénix entró en la casa de Ualgaraj.
—Buenos días Xaj, hacía mucho tiempo que no te veía— el viejo estaba calentando pan junto a la chimenea— Parece que la primavera ya llega.

—Mis saludos señor del escuadrón Alpha.
—De eso hace ya mucho tiempo— dijo con melancolía.
El aroma a pan tostado empezó a inundar la fría casa.
—¿Están durmiendo?
—Sí, No se de dónde has sacado a estos chicos. Son increíbles. Han matado al guardián de la puerta norte sin despeinarse.
—Así que aquella sombra era un guardián— la voz del fénix se llenó de preocupación. — Vendrán más, tenemos que salir de aquí o tu aldea quedará destruida.
—Están descasando en dos habitaciones, despiértalos. Estarán contentos de verte.
Los cinco amigos estaban en la calle con bolsas a sus espaldas cargadas de comida y recipientes de agua, llevaban armas nuevas, escudos, cotas de malla, yelmos… Parecían guerreros auténticos.
—He pensado que deberíamos separar el grupo, Cristian y yo iremos en busca del resto de los guardianes que Karkroll ha enviado, así mejorará sus poderes e impediremos que las criaturas puedan llegar a apoyar al ejército de minotauros que se dirige hacia Prosperius. Vosotros cuatro marcharéis hacia la ciudad para preparar su defensa.
—Mejor di nosotros cinco— Dijo una voz saliendo de la casa que hizo callar a Xaj. 
Era Ualgaraj, llevaba una reluciente armadura tocada con un penacho rojo escarlata en el casco.
—Hace más de veinte años que vivo en este poblado. No he podido hacer nada contra el Kraken. Fui un gran guerrero y han tenido que venir cinco muchachos a recordármelo. Deja que mi nombre figure en la historia de esta tierra como uno de los salvadores, aunque muera en ello, por favor.
El fénix miro a los ojos del caballero, observó como las lágrimas poblaban su expresión.
—Está bien, a pesar de tu cojera necesitan de tu valor y experiencia para llegar sanos y salvos a la ciudad. Nos vemos allí, no falléis.
Los cuatro amigos junto con Ualgaraj salieron del poblado mientras Cristian y Xaj se quedaron a fin de entrenar las habilidades adquiridas antes de enfrentarse a los guardianes restantes.

viernes, 8 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 15)

Karkroll estaba subiéndose a su caballo para encabezar el camino hacia el fin de Prosperius, Ural se acercó antes de que emprendiera la salida.
—Mi señor, la gárgola ha caído.
—¡Maldita sea! Espero que alguno de los tres restantes guardianes consigan liquidar a cinco niños, sino ¡Serán victimas de mi ira!
Tras estas palabras espoleó a su caballo un magnífico espécimen de pura sangre, de piel negra y un tamaño descomunal, más grande que cualquier equino jamás visto. Se colocó a la cabeza de su ejército, levantó la mano y avanzó por el camino que nacía. Un sinfín de cuernos sonaron con graves silbidos llamando a la movilización. Un ejército de más de cien mil minotauros comenzó la marcha levantando una espectacular nube de polvo.

jueves, 7 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 14)

Xaj llegó a Prosperius, a pesar de ir a bastante altura la ciudad era imponente. Se dirigió al torreón más alto que surgía del suelo como un dedo humano que intentaba tocar el cielo. Entró por la ventana y allí se encontraba sentado, era un hombre de cuarenta años de edad, musculoso, canas empezaban a asomar a su cabeza de pelo gris, una perilla adornaba su rostro dándole un aire de autoridad.
—Mis más sinceros saludos Lord Levén— pronunció el fénix.

—¡Xaj, amigo mío! Cuanto tiempo sin verte, espero que tu visita sea para traer buenas noticias.
—Me temo que no mi señor. Un enorme ejército mandado por Karkroll en persona se dirige hasta vuestra ciudad con el único fin de borrarla para siempre de Ugrundor.
—Vaya—la voz del gobernante se llenó de preocupación— así que el día que marca la profecía se avecina.
—Lord Levén, igual la profecía habla sobre el posible fin de la ciudad, también habla de un muchacho que la salvará. Ese chico existe, he estado con él. Va acompañado de otros cuatro amigos. En tres días estará aquí. Ellos junto con tus tropas salvarán la ciudad.
—Tres días—dijo pasándose las palmas de sus manos por la cara—¡Que preparen mi caballo inmediatamente!— ordenó a los soldados que estaban en la habitación.—Bien mi querido Fénix, si no tienes nada más que contarme sal en busca de esos chicos y tráelos ante mí. Yo tengo alertar a la ciudad, preparar a mi batallón alpha y reclutar hombres de todas las aldeas cercanas. La batalla que decidirá el futuro de mi gente estallará en menos de una semana y tengo mucho trabajo que hacer. El fénix se envolvió en llamas y salió por la ventana en dirección a Tyuark, la aldea donde se encontraban los chicos. Quería saber que había sucedido con aquella sombra que vio cuando pasaba cerca de la aldea en dirección a Prosperius.


miércoles, 6 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 13)

Tyuark era un pueblo de cabañas de madera, circundado por un muro de trocos secos de árboles formando una triste empalizada como única defensa. En su interior las casas estaban muy juntas unas de otras, formando estrechas calles, muchas de las casas se encontraban abandonadas, dando testimonio de años de alegría y prosperidad. La casa de Ualgaraj se encontraba al final de una de las calles más anchas, era grade, más que las de el resto, por lo que los cinco amigos supusieron que era alguien importante. Entraron dentro, un fuego calentaba el gran salón plagado de armas, corazas, estanterías con planos y demás accesorios de guerra como guantes hechos con anillas de metal, cascos….
—Erlond me avisó con una paloma mensajera de que vendríais por aquí— se sentó en un sillón de manera soltando un largo suspiro.
—¿De qué conoce al anciano?— preguntó Ana.
—Es una vieja historia.
Hace muchos años, en esta región hubo una gran guerra, el poblado prosperaba rápido, pronto sería una ciudad importante, el señor de la oscuridad no dejaría que eso pasara jamás, así que envió un ejército de bárbaros para destruirla. Por aquellos años yo era un joven fornido, había militado en el ejército de la ciudad de Prosperius, en su batallón denominado Alpha, unos guerreros de élite que se entrenaban hasta casi la muerte, moviendo pesos increíbles y derrotando a las más poderosas criaturas. Yo estaba aquí disfrutando de un permiso cuando los bárbaros irrumpieron en la ladera, me puse mis armas y organice las milicias lo mejor que pude. La batalla fue dura, murieron muchos vecinos y amigos, pero conseguimos rechazar el ataque ocasionando muchas bajas entre las filas enemigas. El señor oscuro se enfureció y mandó un ejército de elfos oscuros. Eran seres muy ágiles y fuertes. Erlond  descubrió una avanzadilla por su bosques, los apresó y los torturó hasta que le dijeron su objetivo. Sabía que nuestra aldea sería arrasada por lo que decidió ayudarnos, los humanos deben resolver sus propios problemas, pero si otro rama de elfos decide atacar a la raza humana sin razón, los elfos del bosque ayudarán a los humanos. La batalla fue más dura que la anterior, Erlond que por aquellos tiempos era menos anciano luchaba con vigor contra dos adversarios, un elfo oscuro se le aproximo por la espalda, alzó su espada y la descargó con fuerza sobre él, yo vi el ataque e interpuse mi arma, pero la fuerza de ese ser era muy superior a la mía, partió mi espada y clavó la suya en mi muslo, provocándome una herida enorme, casi mortal, caí al suelo inconsciente. Cuando desperté estaba tendido en mi cama, me habían amputado la pierna derecha por debajo de la rodilla. Erlond, me curó, podría haber muerto por las heridas pero él puso todo su poder y su conocimiento en hierbas medicinales para que sobreviviera. Me hizo una pierna de palo para que pudiese andar si ayuda. Jamás pude volver con los guerreros Alpha. El señor oscuro enfureció tanto ante la derrota que haciendo uso de magia oscura creó un ser maligno, el Kraken, para que dejara sin vida el lago y succionara la vida del valle para que muriésemos de hambre.
—Hasta que vosotros aparecisteis y la matasteis, seguro que Karkroll, el señor oscuro, estará muy muy enfadado.
De pronto se empezaron a oír gritos de terror en el poblado. Ualgaraj se asomó por la ventana y se le heló la sangre.
—¿Qué te pasa?— preguntó Cristian notando que sucedía algo.
—Espero que sepáis hacer uso de las armas.
—Erlond no enseñó a defendernos— contestó Ana.
Ualgaraj fue descolgando armas de las paredes que conservaba como si fueran recuerdos, abrió un armario y sacó cotas de malla, guantes, yelmos, botas. Los amigos ya parecían fieros guerreros.
—A ver chicos, fuera hay una gárgola, el problema es que es la guardiana de la puerta norte de la Puerta del Infierno. Si  Karkroll la ha enviado es porque quiere acabar con vosotros inmediatamente, ya que guarda de uno de los accesos a su reino, y parece que prefiere poner en riesgo su fortaleza a que vosotros sigáis vivos.
Los amigos salieron a la plaza del pueblo donde un animal alado de más de dos metros de altura, con la piel de piedra color gris y ojos inyectados en fuego atacaba sin piedad a la gente de la aldea. Ana extrajo una flecha de su carcaj, la colocó en el arco, tensó la cuerda y disparó. El proyectil trazó una parábola en el aire golpeando a la bestia en el pecho. La flecha rebotó estallando en mil astillas que cayeron al suelo. La preocupación inundó a los amigos. La gárgola se giró y clavó la vista en el grupo de chicos de dónde le habían atacado. Corrió para cargar con fuerza contra ellos. Arturo extrajo su espada y golpeó a la criatura cuando esta pasaba a su lado. La espada le rebotó arrollándole contra el suelo y escupiendo la espada que se quedó clavada en la puerta de una de las casas de la aldea. Los demás amigos se quedaron bloqueados por el miedo. Todos a excepción de Cristian, que cerró los ojos juntó sus manos y de ellas brotaron una espada flamígera. Los amigos no daban crédito a sus ojos, Cristian era el elegido.
—¡Ven por mí estúpida criatura!—Gritó Cristian fijando en su persona la ira de la gárgola.
La criatura abrió sus alas, y se elevó en el aire, provocando un vendaval de aire aterrador. Cuando hubo alcanzado una altura considerable descendió en picado en dirección al elegido, quien clavó sus piernas con fuerza en el suelo para resistir la brutalidad del ataque. Una flecha apareció de la nada en dirección al animal. Iba en línea recta. Se introdujo en el ojo derecho provocando un horrible dolor en la criatura. Ésta se detuvo en el aire llevándose las manos a la cara. De su boca empezó a escupir lava incandescente. Su cuerpo se hinchó y explotó. Una lluvia de piedras pequeñas cayó sobre la aldea. Todo el mundo tuvo que ponerse a cubierto. Laura había lanzado aquel certero proyectil.
 Esa noche se celebró una gran fiesta en honor a los muchachos. Estaban todos alrededor de una hoguera en la que se asaba un cerdo. Laura se levantó, y se apartó un poco de todo aquel jaleo de música de flautas, gritos de alegría y bailes. Cristian se percató y salió tras ella.
—No tendrías que haber disparado, yo sólo la habría matado.
—Vaya, el niño tiene poderes y ya se cree dios— contestó Laura en tono burlón.—Miró hacia todos lados y le dio un beso en los labios, cogió su mano— Cristian, ten cuidado, que tu poder no te ciegue, estamos todos juntos en esto y todos juntos saldremos— soltó su mano y volvió con el grupo.
Al llegar Cristian recibió capones de Luis y Arturo.
—Vaya hombre, ahora me explico como unos flojillos como nosotros pudimos con el Kraken— dijo Luis despeinándole.
—Oye, ahora que eres tan poderoso podrás hacernos volver a casa— la voz de Ana denotaba preocupación y melancolía.
Cristian no pudo contestarle, los habitantes de la aldea los levantaron y les hicieron bailar al alegre son de las flautas y timbales. Las palabras de Ana quedaron resonando toda la noche en la cabeza de Cristian.