domingo, 25 de septiembre de 2011

Las Crónicas de Wulfric (Capítulo 4)


Pasaron los días y Wulfric empezó a cicatrizar de sus heridas, volvió a su llano en el bosque al abrigo de una gran roca con el oso. Encendió una hoguera y fue al riachuelo que pasaba cerca de aquel claro a pesacar algo para comer. Oyó  un grito de mujer  que le alertó. Se puso rápido en pie y oteó todo el cauce y sus orillas, una chica corría aterrada, Wulfric se zambulló en el río lo cruzó a nado y alcanzó a la mujer
-¿Qué te pasa chica?- dijo Wulfric saliendo del agua totalmente empapado.
-Un oso enorme está en el río. 
-No te preocupes, viaja conmigo, es un buen amigo. La chica lo miró extrañada. 
-Sois una pareja peculiar. Wulfric sonrió.
-Qué haces por aquí tu sola.
-Vivo en una aldea a medio día de camino desde aquí, el frío hiela nuestros pozos y tenemos sed, así que traigo agua de aquí.
-Ten cuidado chica, el bosque es peligroso.
-Me llamo Ana-. sonrió dio media vuelta y se fue.
-Me llamo... Wul...fric...- ya se había ido.
Pasaron los días, Ana venía todos los medios días a por agua, poco a poco fueron haciéndose amigos, más que amigos. Wulfric olvidó la historia que la ninfa le contó sobre el hacha del minotauro. Una mañana de primavera, la chica no acudió a por agua. Tal vez con el deshielo ya no necesitaran agua y no mandaban a Ana, pensó Wulfric. No, ya estaban bien adentrados en la primavera, habria dejado de subir antes, además Ana ya no subía con cubos, subía a verlo a él. Wulfric decidió bajar al pueblo a ver que pasaba. Cuando llegó se le heló la sangre. Las casas habían sido pasto de las llamas, sólo quedaban cenizas. Pero lo peor era el olor a putrefacción y los cuerpos. Donde quiera que mirase habían cuerpos, unos con las tripas colgando. Otros con cara de horror ensartados por lanzas, diversos miembros esparcidos por toda la aldea. No había duda, los hijos de los rayos habían atacado el pueblo. Su padre había secuestrado Ana. Wulfric llamó a Akila con un agudo silbido. El oso apareció a los pocos segundos.
-Amigo tenemos un minotauro al que matar.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Las Crónicas de Wulfric (Capítulo 3)

La leyenda de krholl el conquistador.
Hace mucho tiempo, cuando el ser humano no habitaba este mundo tuvo lugar la gran guerra, en ella lucharon todos los seres mágicos que la habitaban. Existían dos grandes ejércitos, los seres mágicos que vivían en paz y los seres mágicos que querían conquistar todo el mundo para someterlo y así poder enfrentarse a los dioses de igual a igual. Pocas criaturas sobrevivieron a la gran  guerra por eso hoy en día existen extraños lugares en los que suceden cosas inexplicables o desaparecen personas. Son lugares en los que viven los supervivientes de aquella matanza. Al norte de estas tierras justo donde acaba el mundo conocido, existen unas cuevas en las que habita un ser muy poderoso. Es un minotauro, su nombre es Krholl el conquistador. Cuentan algunos seres que lo conocieron que antes de la gran guerra era un herrero excelente, y que al saber que el mundo estaba abocado a un enfrentamiento entre todas las razas forjó un arma muy poderosa. Se trata de una enorme hacha de doble hoja forjada con oro negro vomitado en la tierra por las lágrimas de gaia al ver que sus hijos iban a matarse. Es un arma pesada, que sólo un ser fuerte podría usarla. El minotauro escribió en su mango unas runas en su lengua, "la muerte es mi camino". Con ella participó en la batalla, destripó, seccionó miembros y desangró a todo ser que se le oponía, fue una matanza y muy pocos sobrevivieron. Al ver los resultados Krholl supo que había creado un arma mortal, se retiró a esas cuevas, con el único fin de que nadie se haga con el hacha, pues ningún arma humana ni armadura ni escudo puede detenerla. Así que wulfric si quieres acabar con tu tribu, tendrás que vertelas primero con el minotauro.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Las crónicas de Wulfric (Capítulo 2)

Wulfric vagaba sin rumbo fijo por aquel bosque, los largos árboles tapaban la luz del sol, la sangre de los inocentes de aquella aldea se había secado y formado una película en su cara. Tenía hambre y frío, pero jamás volvería, eran asesinos. Llegó a un riachuelo donde se pudo limpiar los restos de aquel día, se quedó sentado en una roca mirando una cría de arce que buscaba algo de comer en aquella alfombra blanca. Unas ramas de arbusto se movieron y una bestia emergió como un rayo. Era un lobo, con una velocidad endiablada se lanzó contra el arce clavándole los colmillos en el cuello, el pobre animal se derrumbó en el suelo vaciándose.  Más lobos aparecieron y comenzaron a arrancarle la carne a mordiscos mientras todavía parecía que el arce intentaba moverse. Wulfric se horrorizó, la naturaleza era tan cruel como su tribu. Fueron pasando los días alimentándose de agua y hierbas, se sentía débil, le empezó a entrar sueño y se quedó dormido en la roca junto a aquel riachuelo. Se despertó varios días más tarde, tenía que comer, iba a morir si seguía así, aquel lobo mató al arce más débil para dar de comer a su familia, ahora parecía entenderlo, la naturaleza no era cruel, se basaba en la supervivencia, su tribu era cruel, mataba para vivir a costa de los demás. Se puso en pie busco un árbol y comenzó a tallarse un arco y flechas, se acercó al cadáver del arce y con los tendones se hizo una cuerda para tensarlo, preparó un fuego encima de aquella roca junto al riachuelo, era un buen lugar, creaba un pequeño circulo despejado de árboles desde el que se podían ver las estrellas. Volvió más tarde con dos liebres, fue recuperando fuerzas.
Así fueron pasando los días y los meses, pronto llegó la primavera y los deshielos, Wulfric corría por el bosque, era su nueva aldea, se alimentaba cuando tenía hambre, no mataba por matar. Los años pasaron, Wulfric era un hombre, tenía 16 años, había desarrollado una musculatura asombrosa, mayor que los de su aldea, él se había criado en la naturaleza sin las comodidades del hogar, ni la protección del grupo. Los animales del bosque le respetaban, era la cúspide de la cadena alimenticia. Esto comenzó a crear problemas.
En aquellos tiempos en los que la raza humana apenas se empezaba a extender por las tierras del norte de Europa, todavía convivían con seres mágicos que llegaban ya a su etapa final en este mundo. En cada bosque una  ninfa lo gobernaba, intentaba mantener el equilibrio, que solo se comiera con hambre y se bebiera con sed, que se viviera en paz entre todas las criaturas. Wulfric empezó a desequilibrar el orden, las criaturas les respetaban, nadie iba a cazarle, le temían más que a la ninfa, una fría tarde se apareció en el claro donde estableció su casa la ninfa que reinaba en aquel bosque.
-No puedes vivir aquí, vete con los tuyos o me veré obligada a mandar que te devoren las criaturas que aquí habitan-. Era una mujer cubierta con pieles de lobo, sus ojos eran grises, su pelo negro, iba descalza.
-¿Quién eres tú para echarme de mi hogar?- la voz de Wulfric retumbó.
-Soy Grádiel, la reina de este bosque, si no cumples con mi orden morirás-. El suelo empezó a sudar una niebla muy densa, Wulfric puso una flecha en su arco y se preparó para un posible ataque. La niebla fue desapareciendo hasta descubrir que estaba solo. ¿Había sido un sueño? Mañana lo descubría.
El sol empezó a asomarse al horizonte, Wulfric se despertó, el viento estaba calmado, los pájaros no cantaban, todo estaba demasiado quieto, el aire le susurraba en el oído peligro. El suelo empezó a temblar, algo se acercaba, algo oscuro saltó de detrás de un árbol a gran velocidad le lanzó un zarpazo que esquivó echándose hacia atrás pero le rozó el pecho. Cuatro arañazos vomitaron sangre de su pecho. Se miró, era profundo, aunque no grave, miro hacia su adversario. Increíble. Uno oso el pelo negro brillante, pero lo extraordinario era su tamaño, medía unos tres metros de longitud, debía de pesar más de ochocientos kilos, pero se movía muy rápido.
El oso se puso sobre sus patas traseras y rugió, todo tembló, los árboles se estremecieron y Wulfric sintió miedo.
-Bien, parece que has encontrado un enemigo decente- dijo una voz femenina entre risas que procedía de las ramas de un árbol a las espaldas de Wulfric.
-¡Tú!- exclamó Wulfric con sorpresa girándose- Te mataré en cuanto termine con esta criatura.
-No podrás, se llama Akila, y es la criatura más feroz de este bosque, era cuestión de tiempo que os enfrentarais.
Akiila posó sus patas delanteras en el suelo, cargó su peso en las traseras y se lanzó contra Wulfric con las fauces abiertas, quien logró poner sus manos entre la boca de aquel animal impidiendo que se clavaran los comillos en su carne. Pero el ataque fue tan duro que cayeron rodando por el suelo. El animal le clavó las garras en un costado, arrancándole la piel de la que brotó sangre. Wulfric aulló de dolor, sacó sus manos de la boca de aquella bestia y le lanzó un puñetazo en la cabeza que hizo que el animal lo soltara y se retirara dando tumbos a recuperarse para lanzar otro ataque. Akila y Wulfric cara a cara, se miraban, a Wulfric le caía sangre del pecho y del costado izquierdo, los animales del bosque se acercaron formando un círculo, observaban, esperaba un cadáver para comer. Akila se lanzó al ataque a la vez que Wulfric, saltaron y se unieron en el aire la bestia fue a morderle la pierna, Wulfric la dobló, con sus manos cogió la cabeza y la trajo con fuerza hacia su rodilla golpeándole en todo el morro, cayeron los dos al suelo, Wulfric fue más rápido, se abalanzó sobre Akila le cogió del cuello y lo apretó con fuerza, intentaba asfixiarlo o romperle el cuello, lo que antes sucediera. Grádiel miraba fijamente, su bestia había pedido, el oso esperaba ya su final, pero Wulfric le soltó, le dio la espalda y miró a la ninfa.
-No lo mataré, no necesito su piel ni su carne, es demasiado para mi.- Tras estas palabras se desmayó, había perdido mucha sangre.
Hacía calor, olía a mezcla de hierbas, se sentía mareado y cansado, estaba en una cama, dentro de una cueva, vio a Grádiel poniéndole emplastos de hierba en las heridas.
-Estás muy débil, deberías seguir durmiendo.
-Vaya, primero me quieres matar y ahora me curas- su voz sonaba endeble.
-Lo que dijiste en el bosque solo lo puede decir un espíritu bueno, ¿eres de la tribu de los hijos de los rayos verdad?
-No, nací allí, pero nunca fui uno de ellos, por eso vivo en el bosque.
-El bosque no te esconderá  por mucho tiempo de ellos, te encontraran.
-¡Si lo hacen les mataré!- gritó y el dolor le invadió doblándose sobre si.
-Tranquilo muchacho, no creo que puedas vencerlos solo con un arco, necesitarás mucho más que eso.
-Iré a un pueblo y compraré una espada.
-¿Comprarás?- sonrió la ninfa- ¿con qué dinero? Además una espada no hará nada contra las armas de esa tribu, mírate a ti, has recibido heridas de muerte y has sobrevivido, necesitas un arma especial, forjada por criaturas oscuras con magia oscura.
-¿Dónde está ese arma? La necesito.
-Todo a su tiempo muchacho, primero tienes que mejorarte, luego Akila te acompañará. Si, suena raro, pero te ha cogido cariño, está fuera esperando a que te mejores.
-¿A dónde me acompañará?
-Normalmente no le diría a nadie de ir a ese lugar, pues allí encontrará su muerte segura, pero hay algo en ti… tu destino… no se, algo mágico en ti me dice que tienes un deber que cumplir. Te contaré la leyenda de Krholl el conquistador.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Las crónicas de Wulfric (Capítulo1)

Wulfric tenía diez años, vivía en una aldea en lo que actualmente conocemos como Noruega, era el menor de siete hermanos todos hijos del señor de la guerra  Wulfila. Wulfric era tratado como un esclavo”tu no eres un hijo de los rayos puro como tus hermanos”, “eres un bastardo que no merece ni siquiera vivir con nosotros”. Todo esto se lo repetían sus hermanos y le pegaban palizas. El motivo de que lo llamaran bastardo o impuro era porque Wulfric no tenía el pelo rubio como todos los de su raza, era de color negro, oscuro como la noche, además otra diferencia había en él, sus ojos, los hijos de los rayos tenían los ojos de color azul eléctrico, como los rayos de las tempestades, de ahí su nombre, Wulfric los tenía castaños, como los troncos de los árboles en verano. Cada dos semanas su padre junto con otros hombres de su tribu salía de cacería según decían ellos. Iban fuertemente armados junto con sus caballos para al cabo de unos días,  volver con carros repletos de comida, oro y objetos valiosos, pero a Wulfric le intrigaba los esclavos. Traían largas hileras de mujeres atadas unas a otras por las manos formando largas filas, las cuales eran recluidas en una casa larga y grande en la que solo habían camas. Lo peor venía por las noches después de estas cacerías, solo se oían los gritos desgarradores de pánico de las esclavas y las risas de los hombres de su tribu. Después tras nueve meses todas morían reventadas al dar a luz a los hijos de sus violadores, pues un niño de esta tribu es tres veces más grande al nacer que un bebé normal,  ningún bebé nacía hembra por eso secuestraban mujeres, para la supervivencia del clan. Los cuerpos inertes de las madres se consumían lentamente en las hogueras mientras la tribu se llenaba del llanto de los recién nacidos mientras eran inspeccionados en busca de alguna tara física que rompiera la perfección de la raza. Wulfric se escapó al nacer porque su pelo era rubio, pero se fue oscureciendo poco a poco con la edad.
-Tu bastardo, prepara mi caballo que nuestro padre me ha llamado para que le acompañe en mi primera cacería.- dijo Erik.
Erik era el hermano mayor de Wulfric, heredero de la tribu de su padre, era un ser increíblemente fuerte, alto y de porte noble. Cuando llegaban a los quince años de edad los hijos primogénitos acompañaban a sus padres en las cacerías y debían de demostrar su valor. Wulfric se dirigió a  los establos y preparó el caballo de su hermano, pero en ese momento empezó a sentir curiosidad por como eran las cacerías, él solo observaba grandes filas de guerreros salir del poblado para unos días después volver con grandes riquezas, comida y largas caravanas de mujeres, quería saber qué era lo que hacían. Mientras ensillaba al caballo de Erik un hermoso corcel negro de pecho ancho, se percató de que estaba un guerrero de la tribu preparando su caballo, pero estaba en un estado lamentable, había estado toda la noche bebiendo y ahora no se podía tener en pie, vio su oportunidad, se acercó por detrás y con la espada envainada de su hermano le golpeó con fuerza en la cabeza, agarró su caballo que se puso nervioso y lo tranquilizó, le puso la montura cogió su armadura de cota de cuero y sacando al animal del establo metió al guerrero inconsciente en él. Se puso su casco que por suerte le tapaba toda la cara, dejó el caballo de su hermano atado a la puerta de su casa, se subió al suyo se marchó al grupo de jinetes que esperaba al jefe y a su hijo.
-Hombre Gunnar te veo raro, ¿es que hoy no vas borracho?- dijo unos de los jinetes a lo que siguieron los demás con un sonoro estallido de risas. Wulfric agachó la cabeza y se puso el último.
-Pues parece que hoy ha bebido tanto que se le ha olvidado hablar- dijo otro entre carcajadas.
-Atención Wulfila se acerca— dijo el guerrero más veterano del grupo.
Todos se pusieron en formación subieron a sus caballos y se irguieron mostrando sus descomunales músculos.
-Padre en cuanto volvamos tienes que mandar azotar a Wulfirc, se está volviendo contra nosotros no acepta nuestras ordenes, le he dicho que preparara mi caballo y lo ha dejado atado a la puerta de casa, eso es inconcebible.
Wulfila miró a su hijo, tal era su fuerza y frialdad que provocaba miedo incluso en los miembros de su propia familia, y con voz grave como la de los truenos dijo -En cuanto volvamos será azotado. Muy bien mis guerreros, la cacería de hoy es importante, el invierno se está mostrando en su forma más hostil y seguramente en unas semanas nuestro poblado quede cerrado por las nieves. Hoy debemos conseguir los máximos alimentos posibles, en cuanto a las mujeres eso lo dejo a vuestra elección, serán más bocas que alimentar en este crudo invierno, traer solo las necesarias y más bellas, las demás matarlas.
 Dicho esto azuzó su caballo y los demás jinetes salieron en perfecta formación en columnas de cuatro tras él, eran unos cien guerreros, entre los cuales Wulfric ocupaba la última posición. Fueron dejando atrás el pueblo, pequeñas casas de madera que crecían entre árboles todo inundado por una inmensa capa de nieve, las chimeneas escupían humo que hijos y esclavos mantenían encendido para que a la vuelta de sus guerreros la casa estuviera caliente. Los caminos eran casi invisibles, suerte de los rastreadores que eran los mejores del norte, cabalgaron durante más de medio día encima de lenguas de nieve entre árboles frondosos, tuvieron que bajar de los caballos a la llegada de la tarde porque sus patas se hundían hasta el pecho dificultando mucho la marcha, que era eterna y reventaba a hombres y caballos por su extrema dureza.
-Como no encontremos pronto una maldita aldea moriremos todos de frío.
Era el comentario que más se oía entre los guerreros, en ese momento que ya empezaba a anochecer la columna se detuvo, recibieron orden de formar dos círculos, uno exterior que se encargaría de la defensa del grupo y otro interior, el cual relevaría al exterior a las tres horas, comieron y descansaron, a las tres horas le tocó hacer guardia a Wulfric, nunca en su vida había pasado tanto frío, se sentó encima del escudo de madera que portaba para que no le traspasara el frío, se apretó bien debajo de su capa y miró lo más lejos que pudo. La noche era clara, las estrellas brillaban con fuerza y la luna de un tamaño enorme mandaba sobre ellas orgullosa.
    -Cuando las noches están despejadas suele hacer mucho más frío, las nubes suelen aguantar el calor que se escapa de la tierra, va a ser una noche muy dura.
-Supongo-, dijo Wulfric al guerrero que había a tres metros suyo compartiendo la guardia.
 -Muchacho, tu no eres Gunnar, no hace falta que intentes disimular, la verdad es que de todos los guerreros que hay en la tribu has ido a reemplazar al más borracho y que más se hace de notar y en cambio tú pasas muy desapercibido, ¿quién eres?
-¿Me guardarás el secreto?
El guerrero asintió.
-Soy Wulfric, hijo menor de Wulfila.
-Me lo imaginaba hijo, tienes ganas de demostrarle a tu padre lo que vales ¿verdad?- soltó una risotada.- Me parece que tendremos unos buenos jefes cuando tu padre ya no pueda guiarnos, mi nombre es Gunnjorn, y tu verdadera identidad está a salvo conmigo muchacho. Así pasaron las tres horas hasta que vino el relevo, pero solo les dijo que recogieran que empezaban temprano la marcha, no podían permitirse muchas más noches como esa. Comieron rápidamente unas gachas de trigo y carne de caza, unos jabalíes despistados que los exploradores descubrieron por la noche y así con el estomago lleno la marcha se reinició, por lo menos durante las primeras horas el sol fue cogiendo fuerza dándoles un ínfimo calor haciendola un poco más llevadera. Gunnjorn se fue retrasando poco a poco hasta llegar a la altura de Wulfric.
-En cuanto lleguemos al poblado que vayamos a atacar no te pongas nervioso, tienes que seguir al pie de la letra las órdenes de los capitanes, los cuales formarán grupos para atacar por todas las direcciones y así provocar sorpresa y temor.
-Pero Gunnjorn, ¿por qué atacamos a esa pobre gente? Que yo sepa ninguna aldea nos ha atacado nunca, y no tenemos enemigos en toda la zona.
-Mi querido Wulfric, si no tenemos enemigos es gracias a estos ataques que crean el respeto en todas las tribus cercanas hacia nosotros. La mejor defensa es un buen ataque.
En ese momento un sonido grave sonó por encima de los árboles produciendo una desbandada de aves.
-¿Qué es ese sonido?
-Wulfric, hijo, ese es el sonido de la batalla, estamos cerca de un poblado y nos han visto, prepara tus armas y ten cuidado.
Wulfric tragó saliva, sintió miedo, era la primera vez que tenía esa sensación, se le secó la boca y se empezaron a oír gritos de los capitanes de sección organizándolos en grupos de veinte para atacar por los distintos flancos le tocó con Gunnjorn.
Su capitán alzó un hacha de tamaño descomunal que tapaba el sol que estaba ya muriendo por el horizonte y gritó:
-¡Hijos de los rayos nuestra supervivencia al invierno depende esta batalla! ¡Vivir o morir!
Todas las compañías arengadas por sus capitanes de forma similar gritaron al unísono.
-¡Vivir o morir! ¡Vivir o morir! ¡Vivir o morir!
Tantas voces unidas sonaron como un terrible trueno, el trueno que precedía en todos los ataques a los hijos de los truenos.
La compañía de Wulfric fue la primera en atacar, entraron al pueblo por la zona principal, una vía que lo dividía por la mitad, alzó una gran espada que pesaba demasiado todavía para él espoleó su caballo y gritó como los demás. Fueron recibidos por una lluvia de flechas, piedras y utensilios para la labranza, una piedra golpeó en el casco al Wulfric y cayó del caballo, varios campesinos fueron a rematarlo, uno llegó primero levanto un palo terminado en punta y al bajarlo un reguero de sangre le cayó en los ojos y la cabeza del campesino le cayó en los pies.
-Amigo mío, ten cuidado o tu padre se cabreará, haz uso del adiestramiento que todo hijo de los rayos recibe desde pequeño.
Wulfric se levantó agarró su espada con fuerza y corrió al encuentro de sus enemigos, fue asestando golpes, cortó por la mitad al primero, al segundo le cortó un brazo hizo un giro de trescientos sesenta grados volteando en el aire la espada y le cortó la cabeza, la cual rodó por el suelo. La nieve fue cogiendo un color rojizo a la vez que se iba derritiendo por el calor de la sangre que se iba vertiendo. Intentó localizar a su siguiente presa, algo raro pasaba, no atacaban, retrocedían, su compañía se unió a otra y cargaron contra los campesinos que se habían agrupado cerrando el paso. Fue una carnicería, en unos minutos cuerpos mutilados llenaron el suelo y Wulfric comprendió por qué esa tribu había actuado así. Detrás de los cuerpos sin vida se encontraban todas las mujeres protegiendo a los niños. Los soldados de su padre las empujaron y comenzaron a matar a los niños de todas las formas posibles, unos se encargaron de atar a las mujeres a una cuerda quedando todas unidas en una fila, las que intentaban negarse eran golpeadas hasta perder el conocimiento, los arqueros, entre risas, mataban a los niños que intentaban  apostando para ver quién tenía mejor puntería.
Wulfric estaba de pie, inmóvil, la espada se le resbaló de la mano y quedó clavada en la nieve, un hilo de sangre caía de la empuñadura y al contacto con el hielo formo un pequeño circulo oscuro. Gunnjorn  lo miraba sonriendo con la cabeza de un campesino cogida por los pelos con su gran mano izquierda. Wulfric hincó las rodillas en el suelo y las lágrimas llenaron sus ojos, se quitó todas las armas y se internó en un frondoso bosque que cerraba la parte izquierda del poblado. Desde ese momento nunca más se supo del séptimo hijo de Wulfila, nadie lo echó de menos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Las crónicas de Wulfric (Prólogo)


     Al principio de los tiempos cuando los seres humanos,  seres mágicos y los mitológicos compartían la tierra, existía una raza al norte de Europa conocidos como los hijos de los rayos. Eran seres humanos muy altos, de entre metro noventa y dos metros, con una musculatura asombrosa pero muy ágiles a su vez. Se distinguían  del resto de tribus del norte por sus largos cabellos rubios y sobre todo por que tenían los ojos del color azul eléctrico de los rayos que anuncian las tormentas. Se organizaban como clanes, había un Señor de la guerra que gobernaba sobre todos y varios jefes de cada clan. En sus tribus no existían mujeres pues sólo nacían varones. Desde que podían andar eran adiestrados en el arte de la lucha. Por todo ello y puesto que eran una raza guerrera y no conocían la agricultura, atacaban a aldeas vecinas matando a todos los hombres y secuestrando a  mujeres para violarlas y que engendraran a sus hijos. Hubo un momento en que la raza humana comenzó a estar en peligro de extinción, los hijos de los rayos eran una tribu muy numerosa y estaban diezmando a toda la población del norte de Europa. Por ello los dioses antiguos, preocupados por el desorden en su creación, decidieron poner fin a esta raza superior usando métodos al gusto de las deidades. Usarían el dolor y el odio.
    Esta es la historia de Wulfric, hijo del Wulfila Señor de la guerra de la tribu conocida como los hijos de los rayos que dominó el norte de Europa durante los primeros años de vida del ser humano, destinado a eliminar su tribu del árbol genealógico de la raza humana.