miércoles, 27 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 23)

El día despuntaba, Luis salio de la habitación donde dormía en la gran casa del señor de la ciudad. Salio con paso rápido en dirección a las murallas de la ciudad, la vista era aterradora. Un enorme ejército de minotauros estaba formando rodeando la ciudad. Empezaron a sonar unas campanas de forma nerviosa por toda la ciudad, que se llenó de una actividad frenetica. Cientos de hombres salieron de sus casas ataviados de armaduras y espadas, estos corrían a formar junto a los soldados de la ciudad que ya salían fuera de las murallas para presentar batallas a sus enemigos. Luis bajó corriendo de la muralla en dirección donde tenían todas las máquinas que habían construido. Allí en una gran explanada se encontraban varias catapultas y artefactos capaces de lanzar andanadas de 50 flechas. Luis empezó a gritar órdenes para desplegar las máquinas por diversos puntos estratégicos de la ciudad. De pronto un ruido ensordecedor trono por inundando todas las almas de terror. Ana y Arturo estaban en la muralla observando desde lo alto.
—Este va a ser nuestro fin- Comentó Arturo lleno de terror.
            —No, Cristian vendrá y matará a todos... Vendrá...— repitió para si misma en voz baja intentando convencerse. Una lágrima resbaló por su mejilla.
Todo empezó muy rápido, las ordas corrieron hacia los aterrados soldados que defendían la ciudad, su orden era aguantar. Conforme se iban acercando el suelo temblaba a los pies de los soldados.

— ¡Aguantad, por todos los dioses, aguantad!— Repetían una y otra vez los capitanes de cada compañía.
De pronto de encima de las murallas aparecieron cientos de rocas escupidas con una fuerza increíble, detrás de las rocas aparecieron miles de dardos que surcaban el aire clavándose sobre la carne de aquellas asquerosas criaturas, las piedras habían ocasionado numerosas bajas. En la ciudad se celebraba la victoria. De pronto una criatura apareció sobrevolando la ciudad, una especie de ser humano con unas alas escamosas negras caía en picado sobre la ciudad, era Lord Leven. Apuntó con sus puños hacia las máquinas, de ellos salieron bolas de fuego que fueron destruyendo todas las máquinas a la vez que incendiaban las casas de la ciudad. La actividad se hizo frenética. Toda la gente corriendo intentando apagar los fuegos y salvando las máquinas. Fue en vano. Todas las catapultas y arcos se perdieron. En el exterior las tropas de minotauros que habían iniciado una desorganiza huida se reagruparon ante la parada de la lluvia de piedras y flechas. Cargaron contra las tropas de la ciudad con extremada agresividad. Las tropas pongan cara valientemente. Lord Leven sobrevoló las tropas y empezó a escupir fuego ocasionado que las tropas se rompieran y los minotauros entraran en la ciudad. Todo estaba perdido. De pronto una bola de fuego blanca impactó contra lord Leven haciendo que cayera contra el suelo. Tras esto el cielo se llenó de lenguas de fuego blanco que cayeron sobre los minotauros aniquilando a cientos, lo que provocó que muchos huyeran despavoridos. El resto fueron masacrados por los soldados de la ciudad. 
Arturo y Luis apagaban fuegos de los tejados ardiendo, Ana y María ayudaban a los heridos. Algo raro había pasado. El ensordecedor ruido metálico de miles de armas chocando había cesado. Los angustiosos gritos de dolor también habían cesado. Ana miró al cielo, el sol estaba en su punto más alto, llevaban medio día luchando. Una sombra humana se recortaba con el sol. Era Cristian, de su espalda salían unas las de escamas blancas. Levantó una mano y saludó a ana. Lord Leven se levantó aturdido del suelo, ya lo comprendía, Xaj había fallado, Cristian había controlado su poder, nada podía hacer un fénix contra tanto poder. Se levantó y observó a los ojos a aquel chico, todo se iba a decidir en un combate a muerte entre ambos.

De los puños de ambos brotaron espadas flamígeras, los dos se lanzaron en un choque que provocó una lluvia de lenguas de fuego. Los soldados y minotauros que se quedaron boquiabiertos al ver el espectáculo corrieron para resguardarse del fuego que al caer todo lo prendía. La velocidad de movimientos de Lord Levén y Cristian era alta, luchaban sobrevolando el valle chocando sus armas.
—No puedes hacer nada contra mi muchacho, tu poder es muy débil.
—Eso ya lo veremos.
Lord Levén se envolvió en una bola de fuego que explotó y lanzó a Cristian contra el suelo que se quedó aturdido.
—Ahora malditos minotauros atacad— gritó el señor oscuro con furia.
Cristian estaba en el suelo mareado, vio como el ejército de lord Levén se rehacía y atacaba. Intentó levantarse. No tenía fueras. En lo alto de la muralla pudo ver a Laura, una flecha surcaba hacia a ella impactando en su brazo y tirándola al suelo.
—¡Nooo!— gritó Cristian. Se desmayó.
Su cuerpo empezó a convulsionar en el suelo, los ojos se abrieron de golpe, eran blancos. Se levantó y clavó su  mirada en el señor oscuro. Su cuerpo empezó a elevarse del  suelo hasta situarse a unos tres metros del suelo. El cielo empezó a oscurecer. Se despertaron truenos y rayos. Un agujero de luz rompió el oscuro cielo iluminando a Cristian. Su cuerpo se envolvió en una bola de fuego blanco. Lord Levén desde el cielo clavó la mirada en su enemigo.
—No puede ser.
Un grito retumbó en el valle la bola de fuego blanco se convirtió en una cabeza de dragón, el cual abrió la boca y vomitó fuego blanco hacia el señor oscuro, quien como defensa formó una bola de fuego. El cuerpo de Cristian cayó al suelo inconsciente. Estaba hirviendo. Los minotauros miraron hacia el cielo intentando buscar a su señor. No estaba, había desaparecido. El sonido grave de cientos de tubas resonaron en el  campo de batalla.
—¡Atacad!— gritaban los generales de la ciudad de Prosperius.
Los minotauros huyeron, Prosperius ganó la batalla.

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