jueves, 21 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 20)

Cristian estaba tirado en el suelo sin aliento. Xaj se acercó.
—Lo estás haciendo muy bien, ánimo ya queda poco— La voz del fénix sonaba paternal.
—No puedo más Xaj, esto es muy duro, me duele todo el cuerpo.
—Tranquilo hijo, está todo previsto. Elegí el camino más largo no sólo para que se despertara tu poder, además este camino esconde el lago de la resurrección. Sus aguas devuelven todo el vigor a la persona que la beba. Incluso estando moribundo es capaz de devolverte la vitalidad.
Cristian se levantó a duras penas, se sacudió el polvo y prosiguieron la marcha. La noche se les echaba encima. Hacía frío. Buscaron un llano junto al camino donde poder hacer fuego. Las ramas que consiguieron de los árboles estaban húmedas, pero eso no impide que un fénix pueda prenderlas. Se acurrucaron junto al fuego y durmieron.
Se oyó un chasquido, Cristian se levantó sobresaltado.
—¿Xaj?
No obtuvo respuesta. Se levantó muy nervioso y miró a su alrededor. Un rugido ensordecedor lo dejó helado. Venía de su espalda. Al girarse Cristian observó una enorme criatura abalanzarse sobre él. La esquivó tirándose a un lado. Se puso en pie y pudo verla de frente. Era un ser aterrador. Medía unos cinco metros de largo por unos tres metros de alto. Su cuerpo era el de un león gigante, pero tenía cara de ser humano con densa cabellera y barba.
—Ten cuidado Cristian….
La voz del fénix provenía de detrás de un seto, estaba malherido.
—Es una mantícora, el guardián de la puerta sur, nos atacó al despuntar el sol…. Cuidado con su cola.
El animal se giró y apareció su cola. Cayó sobre Cristian con fuerza, clavándose en el suelo. Estaba rematada en púas de acero. Tenía miedo. No sabía como enfrentarse a esa criatura. Tenía alas enormes parecidas a las de los murciélagos pero en gigante. Las usaba para volar y moverse muy ágilmente. Se lanzó otra vez sobre Cristian que no pudo esquivarlo a tiempo. Su zarpa se clavó en la piel produciéndole un corte profundo. Dolor. La sangre caliente pronto brotó enrojeciendo toda su camisa. Cayó al suelo medio desmayado por el sufrimiento. La mantícora  dio velocidad a su cola con un giro de cuerpo y la lanzó contra Cristian. No tenía fuerzas para defenderse. Levantó su brazo izquierdo para protegerse la cara. Le temblaba. Un espasmo recorrió su cuerpo. Sus ojos se llenaron de sangre y cayó inconsciente. Despertó de golpe. Abrió sus ojos. No eran humanos. La púas de la cola de la criatura chocaron contra un escudo de fuego que brotó de su brazo izquierdo. Se puso en pie empujando la cola del animal haciéndolo rodar. De su puño cerrado nació la espada flamígera. Miró fijamente a la mantícora quien mostró una mirada de terror. Cristian corrió hacia ella. La mantícora dio media vuelta y empezó a batir las alas para huir. La espada penetró justo entre las alas saliendo por su pecho. La criatura abrió la boca y vomitó sangre. Sus patas se doblaron y cayó muerta. Cristian jadeaba. Sus ojos volvieron a normalidad. Miró a Xaj asustado.
— ¿Te encuentras bien?
El fénix estaba mal herido la bestia los descubrió durmiendo y le hirió de gravedad con un zarpazo.
—Cristian, necesito que me hagas un favor…
—Lo que quieras. Xaj. Pídeme lo que quieras.
—Necesito— le costaba grandes esfuerzos hablar.— Necesito que avives la hoguera y que dejes que mi cuerpo arda en ella.
—¡No puedo hacer eso Xaj!
—Hazlo.
Y el cuerpo del fénix quedó inerte. Cristian entre lágrimas hizo lo que le pidió.  Echó el cuerpo sin vida de Xaj y lo dejó sobre la hoguera. Se quedó inmóvil viendo como el fuego consumía el cuerpo de su amigo. Sus lágrimas caían al suelo. Era ya medio día cuando la hoguera se consumió dejando solo unas cenizas. Cristian volvió al camino y continuó andando. La herida del pecho le dolía con fuertes punzadas. No sangraba.

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