martes, 1 de mayo de 2007

El por qué de Pablo

Pablo tenía siete años, iba sentado en asiento trasero del coche de sus padres. Estaba muy contento, llevaba puesta su camisa favorita de spiderman, la primavera despertaba con un sol que sin ser asfixiante te templaba la sangre agradablemente. Un par de calles más y llegarían al cine a ver esa película nueva de dibujos que tanto anunciaban en la tele. Estaban parados en un semáforo y Pablo se quedó absorto mirando un pajarillo bebiendo agua de un charco. De pronto unos gritos asustaron al gorrión haciendo que se llevase la atención de Pablo.

— ¡Eres gilipollas Ana! Te dije que el dinero lo gasté en cambiar el aceite al coche— gritaba su padre a su madre.
— Eres un cabrón mentiroso, llamé al taller y me dijeron que allí no tenían ningún opel zafira azul.
— Ah muy bonito, al señora no se fía de mi y tiene que investigarme, me parece genial, ¿qué va a ser lo próximo, un detective? Eres una manipuladora Ana, que sepas que llevé el coche a otro taller que me recomendó Juan que es más barato.
Ana sabía que era mentira, pues encontró una camisa de su marido que estaba para lavar manchada con carmín. Durante la discusión miró por el espejo retrovisor del interior del coche y vio la cara de su hijo, era cara de miedo, el mismo que tenía ella.
La película distrajo a Pablo de lo ocurrido, se lo pasó muy bien, llegaron a casa envueltos en un silencio que incluso a él incomodaba, su madre le acostó, y dándole un beso en la frente le dio las buenas noches.
— Mami, ¿por qué os gritáis papá y tú? 
— Son cosas de mayores Pablito, venga duérmete que mañana tienes que madrugar para ir al cole.
Pablo tardó en quedarse dormido, nunca había visto a sus padres gritarse así, cuando el le gritaba de esa manera a Víctor cuando le tiraba cosas en clases la profe les castigaba, pero no sabía quién podía castigar a sus padres por gritarse, y no quería que les castigaran, porque cuando se lo hacían a él director del colegio les reñía y les hacía llorar, y no quería que su madre llorase. A las cuatro de la mañana le entraron ganas de hacer pis, se levantó y fue al baño, que quedaba justo en frente del salón, al encender la luz distinguió a su padre durmiendo en el sofá. Pablo meo y volvió a su cama, si sus padres no dormían juntos era porque no se querían, y eso era un problema, ¿por qué habría pasado? Empezó a darle vueltas y llegó a la conclusión de que sería porque ayer le dijeron que recogiera los juguetes y no lo hizo, mañana al levantarse lo haría corriendo, porque por no comerse la verdura no sería, aunque intentaría comérsela la próxima vez, o puede que llamaran a sus padres del colegio para decirle que su hijo era malo y siempre estaba peleándose con Víctor, si, seguro que era eso, a partir de mañana no se pelearía más.
La semana fue muy larga, sus padres fueron el jueves a recogerlo, era raro, normalmente iba su padre, entraron a su clase y hablaron con la profesora, el tubo que quedarse en el patio jugando, se subió a un columpio y su mente empezó un ir venir a la velocidad de su balanceo, no se había peleado con Víctor en toda la semana, y no sabía porque sus padres estaban hablando con la profe, ¿sería por algún examen? Pablo no sabía que había hecho mal, todo era un lío. Al salir de la clase sus padres le cogieron de la mano, el los miró.
— Mamá, papá, la culpa no es mía es Víctor que empieza primero.
Su madre lo miró y rompió a llorar.
— Tranquilo Pablo, tú no tienes la culpa de nada, es que mamá y yo estamos pasando por un mal momento, y se ve que eso indirectamente te ha afectado y tu profesora te ha visto triste y nos ha llamado para ver que pasaba en casa.
Llegaron a casa, y cenaron. Espinacas, que asco pensó Pablo, pero hizo un esfuerzo y empezó a comer. No masticaba las tragaba directamente, a la tercera cucharada Pablo devolvió. Su madre se levantó corriendo tirando el vaso el suelo, cayó rompiéndose en mil pedazos, y de pronto Ana, su madre empezó a llorar.
Su padre acostó esta vez a Pablo, ya que Ana se había encerrado en su habitación.
— Lo siento papi, es que no me gusta la verdura.
Lo miró a los ojos, le pasó la mano por el pelo y le dijo.
— Tranquilo Pablito, todo se arreglará.
Apagó la luz y oyó como su padre lloraba.
Su madre le despertó, y lo duchó ese día, llegaron a la cocina a desayunar y la silla de su padre estaba vacía.
— ¿Dónde está papá?
— Se ha ido
— ¿A comprar el pan?
— No Pablo, no, se ha ido para siempre.
Se quedó de piedra, ayer le dijo que todo se arreglaría, su papá era un mentiroso.
Pasaron las semanas sin tener noticias de su padre, y su madre siempre estaba pegado al teléfono hablando con un señor que llamaba abogado, era un nombre un poco raro, pero eso no le incumbía a Pablo. Un lunes al salir de clase Pablo vio el coche de su padre.
— ¡Papá, papá!— fue hacia él gritando.
— Pablo que alegría, cuanto tiempo sin verte.
— ¿Quién es esa señora rubia que va contigo?
— Se llama Laura y es una amiga de Papá, dile hola.
— Hola Laura— dijo Pablo con poco entusiasmo.
— Hola Pablito— contestó una rubia con la cara muy pintada, —¿Cuántos años tienes?
— Siete
En ese momento apareció Ana la madre de Pablo
— ¡Qué haces con mi hijo maldito capullo!
— ¿Capullo dices? La custodia de este fin de semana me tocaba a mí, te llamé por teléfono, llamé a la puerta de casa y no me abriste, así que me debes dos días, este lunes y martes me lo quedo yo.
— Eso no es así, y encima vienes con tu putita para que te respalde.
La policía fue quien resolvió el asunto. Ese día fue el punto de inflexión en la vida de Pablo, tenía siete años y comprendió que ya nada sería igual. Su historia fue un ir y venir de una casa a otra, un juego de falsos cariños y compra de amor, creación de odio infundado de un padre hacia una madre usándolo como mensajero. A los dieciocho años empezó a trabajar, como peón de albañil, ganaba dinero como para vivir de alquiler, se marchó de dos hogares que nunca concibió como propios, sino como fríos escenarios de autocomplacencia y rencor. No quiso saber más de ellos.