viernes, 2 de diciembre de 2011

Las crónicas de wulfric (capítulo 7)

Agnus y Wulrfric recorrieron las tribus de la zona reclutando gente. Al principio todos dudaban pero al ver la impresionante imagen del musculoso hijo de los rayos se apuntaban a aquel extraño ejército. La gente no podía más, todos habían sufrido pérdidas de seres queridos por aquella maldita raza. Era la única oportunidad, uno de los hijos de los rayos le ayudaría a poner fin a aquel horror. Sólo tenían esa oportunidad.
-¿Wulfric, tienes algún plan?- preguntó Agnus mientras se calentaban aquella noche fría de primavera junto a una hoguera. La actividad de los hombres reclutados era frenética. Levantaron un campamento apenas a un día de la tribu de su padre.
-Si, lo tengo.
Aquella mañana los doses vieron algo que creían que jamás pasaría. Un pequeño grupo de hombres atacó la aldea de los hijos de los rayos. Pronto todas las casas ardieron. Sus habitantes salían tosiendo y aturdidos al verse atacados. Pronto  se armaron y subieron a sus caballos, entre las nubes de humo negro vieron una figura aterradora. Un hijo de los rayos encima de un oso gigante con una antorcha en las manos.
-Wulfric- articuló el jefe de la tribu que encabezaba a los hombres allí formados.
-Padre- dijo para si Wulfric, lanzó la antorcha con todas sus fuerzas. Wulfila se agachó y esta se clavó en la cabeza de uno de sus hombres matándolo en el acto.
Los cuernos empezaron a sonar y rápido todos los hijos de los rayos formaron.
-¡Quiero que matéis a todos esos cerdos que han osado atacarnos! ¡Que no quede nadie con vida!
-Padre, quiero matar a Wulfric- dijo Erik mirando fijamente a wulfric.
-Hijo mío, hazle sufrir.
Todos los hijos de los rayos iniciaron una carga hacia aquél pequeño grupo de hombres con armas de campesinos. todos corrieron al refugio del bosque. Al entrar en él los enormes jinetes una lluvia de flechas los recibió.
Erik logró escapar, sus ojos buscaban a Wulfric por todo el bosque. De pronto alguien cayó sobre él y lo tiró del caballo, los dos rodaron por el suelo.
-Vaya, si es mi hermanito- dijo Erik con tono burlón mientras desenfundaba su espada.
-Acabaré con todos vosotros.
Las palabras de Wulfric estaban cargadas de odio. Erik se lanzó con la espada en ristre, Wulfric sacó el hacha a tiempo y consiguió parar el golpe. Erik empezó a tirar estoques mortales, pero Wulfric los esquivaba. Un mandoble de espada desde lo alto intentó partir en dos la cabeza de Wulfric, levantó su arma con fuerza partiendo en dos la espada. Hizo un giro sobre su pie derecho de trescientos sesenta grados y seccionó la cabeza sorprendida de Erik.
Wulfric volvió a su viejo y ahora pasto de las cenizas hogar, todo estaba repleto de cadáveres. Pudo ver el de su padre ensartado por seis flechas. Era el único superviviente, no quedaba ni ser humano ni hijo de los rayos en pie excepto él. La cabaña en la que encerraban a las mujeres secuestradas se había librado de las llamas. Wulfric quitó el pesado travesaño que cerraba las puertas por fuera. Todas las mujeres salieron corriendo.
-¡Ana!- gritó varias veces.
-¡Wulfric!- sonó una voz al fondo.
Corrieron abrazarse. Ya era tarde, Wulfric notó una incipiente barriga de preñada en ella. Su destino estaba escrito.

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