Cristian despertó, estaba en una cama con sábanas limpias en una habitación inundada por los rayos del sol. A su lado sentada en una silla estaba laura con el brazo vendado.
—Fue una herida limpia— dijo cogiendo de la mano a Cristian quien se incorporó y la besó en los labios.
Esa noche se celebró una gran fiesta en la ciudad. Gentes de todas las ladeas acudieron. Todos los amigos celebraban la victoria, pero estaban tristes, querían volver a casa. Salieron de la gran sala en la que se celebraba la victoria hacia una amplia terraza. Un hombre cubierto por una capa estaba allí, al sentir presencia se volvió.
—¡Erlond!— exclamron todos al unisono.
—Se lo que os preocupa, cerrad los ojos y juntad las manos.
El ruido de la fiesta empezó a desvanecerse hasta el punto de no oirse. Ana abrió los ojos.
—¡Oh diso mío! Luis, mira.
Todos abrieron los ojos, estaban en la vieja casa donde habían perdido el balón hace… Les parecía una eternidad. Encontraron la pelota en el salón justo detrás de un viejo sofá y salieron corriendo hacia el colegio. La campana sonaba avisando de que empezaba la clase, el primer día de clase.
—Y colorín colorado este cuento… Vaya se ha dormido.
—Cristian— irrumpió una voz desde la puerta de la habitación— te he dicho muchas veces que no me gusta que le cuentes esa historia a nuestro hijo.
—Pero Laura, puede que un día vuelvan a necesitar al heredero del último dragón blanco, y nuestro hijo debe estar preparado.
FIN
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