martes, 19 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 19)

Los cuatro amigos junto con el viejo guerrero salieron del bosque a un camino llano. Pararon para coger aire. Ualgaraj observó a su alrededor.
—Bien, parece que estamos cerca, sigamos antes de que se haga de noche.
Tras unas horas de camino oyeron un ruido de galope lejano, se volvieron para ver de que se trataba, era un jinete cubierto de polvo cabalgando a gran velocidad, Luís dio un paso al frente para entablar conversación. El jinete se acercaba cada vez más sin signos de querer parar, Luís dio un salto intentando esquivar al animal en vano, chocó contra el pecho del caballo que lo lanzó al margen del camino, jinete y caballo a penas se inmutaron.
—¿Estás bien Luís?— Dijo Arturo tendiéndole la mano para ayudarle a levantarse.
—Sí, parece que tenía prisa.— Se sacudió el polvo de la ropa y continuaron andando.
 El sol moría ya desangrado en el horizonte dando vida a una luna llena de tamaño espectacular cuando ante sus ojos apareció una ciudad increíble. Era enorme, de forma circular, estaba compuesta por una muralla que formaba un anilloperfecto, cerrando la ciudad completamente. La muralla de piedra marrón oscura alcanzaba una altura de unos diez metros, dando protección a una bella ciudad salpicad de tejados rojos caliza. La muralla tenía doce torreones que daban apoyo a las murallas, coronados en su parte superior con conos de piedra a fin de proteger a los diversos cuerpos de guardia que realizaban dentro sus relevos. Se dirigieron a la puerta principal, que era de un tamaño majestuoso, debía de medir más de 7 metros de alto por cinco ancho. Un soldado que montaba guardia en lo alto les gritó.
— ¡Quiénes sois y que buscáis!
—Somos viajeros perdidos que buscan dónde pasar una noche a cubierto— contestó Ualgaraj.
— Esta ciudad está en guerra no sois bienvenidos, volver por….
Una mano se posó en el hombro del vigilante de la puerta.
—Tranquilo dicen la verdad, me crucé con ellos hace unas horas en el camino, déjalos pasar.
Las puertas se abrieron lentamente dejando ver como era posible que tanto peso se pudiera mover, la respuesta era que había dos filas de cinco bueyes a cada lado de la puerta para que esta subiera y bajara. Entraron todos sorprendidos de la belleza de aquella ciudad, era hermosa, con sus casas de arquitectura sólida, de piedra hasta la altura de la cintura, y color blanco de cal hasta el techo.
—No ha cambiado casi nada. Dijo el viejo soldado pensando en voz alta.
—Tú debes ser Ualgaraj, antiguo general del Batallón Alpha, me complace volver a verte viejo amigo.
El hombre que hablaba derrochaba poder, su porte era noble, su ropa de telas preciosas, su rostro de hombre de cuarenta años surcado de arrugas de preocupación y decorado con una canosa perilla denotaba preocupación.
—Mi nombre es Lord Revén, regente de Prosperius hasta la venida de su verdadero heredero.— Su voz era grave y llena de preocupación.— Seguidme hacia mis aposentos, tenemos que preparar la defensa de la ciudad.
Recorrieron varias calles de principales de la ciudad. Eran anchas, la gente corría con víveres en cestas, otros tapiaban puertas y ventanas con tablones de madera. El miedo reinaba la ciudad. La calle ascendía hacia un gran torreón que emergía de la ciudad hasta alcanzar una altura asombrosa desde la que se divisaba toda Prosperius, se elevaba incluso por encima de las murallas. Entraron por una puerta finamente orneada con bestias diabólicas, unicornios y criaturas fantásticas. Ascendieron por una escalera de caracol durante un tiempo casi interminable. Llegaron a una gran estancia, muy iluminada, en el centro se hallaba un trono sin muchas florituras ni adornos. Lord Levén se sentó en él.
—Asomaos a la ventana— Dijo mientras tomaba asiento.
Se asomaron y vieron una gran columna de tierra.
—Eso que veis es un gran ejército que se acerca hacia aquí, la batalla final que cuneta la leyenda está cerca de celebrarse, Xaj me habló de vosotros, y de que uno era el heredero de estas tierras, el descendiente del último dragón blanco. Espero que sea cierto, o en este mundo reinará el terror para siempre.— Lord Levén pronunció todo el discurso sin apenas mirarlos, con la vista y la mente perdidas en la lejanía.
—Señor no debe preocuparse, el heredero está con nosotros, vendrá pronto.— Arturo hablaba con convicción.— Cristian venció al Kraken y nos ha protegido para que lleguemos con vida hasta aquí. Su poder ha ido creciendo exponencialmente. Venceremos.
—Sí Lord Levén— continuó Luís.— No se preocupe, prepararemos la defensa de la ciudad para hacerla inexpugnable. ¿Con qué maquinaria de largo alcance contamos?
—¿Maquinaria?— Pronunció el regente de la ciudad mirando fijamente a Luís.— No se a que te refieres.
—¿No tenéis catapultas, ni ballestas gigantes?
—No se de que hablas, las ballestas se inventaron hace pocas décadas por la raza de los enanos, pero son pequeñas, nadie podría manejar una ballesta gigante. Y ¿Catapultas? Jamás había oído hablar de esa cosa.
—Muy bien señor, tráigame papel y algo con lo que escribir, haré unos bocetos, también necesito hablar con los mejores carpinteros y herreros de la ciudad.
Lord Levén miró a un soldado que custodiaba la puerta movió la cabeza y el soldado salió corriendo por las escaleras de caracol en busca de lo que Luis había solicitado.
—Bueno, chico, mientras mi escolta busca todo lo que has solicitado yo solo puedo hacer una cosa, y es poner bajo las ordenes de mi mejor batallón al mejor general. Se levantó del trono y miró a Ualgaraj.— Mi querido general, se te devuelve el cargo de mando sobre le batallón Alpha, baja y disponlos para la batalla.
Ualgaraj se cuadró ante Lord Levén, lo miró a los ojos con una mirada de eterna gratitud.
—No se arrepentirá mi señor.

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