Wulfric tenía diez años, vivía en una aldea en lo que actualmente conocemos como Noruega, era el menor de siete hermanos todos hijos del señor de la guerra Wulfila. Wulfric era tratado como un esclavo”tu no eres un hijo de los rayos puro como tus hermanos”, “eres un bastardo que no merece ni siquiera vivir con nosotros”. Todo esto se lo repetían sus hermanos y le pegaban palizas. El motivo de que lo llamaran bastardo o impuro era porque Wulfric no tenía el pelo rubio como todos los de su raza, era de color negro, oscuro como la noche, además otra diferencia había en él, sus ojos, los hijos de los rayos tenían los ojos de color azul eléctrico, como los rayos de las tempestades, de ahí su nombre, Wulfric los tenía castaños, como los troncos de los árboles en verano. Cada dos semanas su padre junto con otros hombres de su tribu salía de cacería según decían ellos. Iban fuertemente armados junto con sus caballos para al cabo de unos días, volver con carros repletos de comida, oro y objetos valiosos, pero a Wulfric le intrigaba los esclavos. Traían largas hileras de mujeres atadas unas a otras por las manos formando largas filas, las cuales eran recluidas en una casa larga y grande en la que solo habían camas. Lo peor venía por las noches después de estas cacerías, solo se oían los gritos desgarradores de pánico de las esclavas y las risas de los hombres de su tribu. Después tras nueve meses todas morían reventadas al dar a luz a los hijos de sus violadores, pues un niño de esta tribu es tres veces más grande al nacer que un bebé normal, ningún bebé nacía hembra por eso secuestraban mujeres, para la supervivencia del clan. Los cuerpos inertes de las madres se consumían lentamente en las hogueras mientras la tribu se llenaba del llanto de los recién nacidos mientras eran inspeccionados en busca de alguna tara física que rompiera la perfección de la raza. Wulfric se escapó al nacer porque su pelo era rubio, pero se fue oscureciendo poco a poco con la edad.
-Tu bastardo, prepara mi caballo que nuestro padre me ha llamado para que le acompañe en mi primera cacería.- dijo Erik.
Erik era el hermano mayor de Wulfric, heredero de la tribu de su padre, era un ser increíblemente fuerte, alto y de porte noble. Cuando llegaban a los quince años de edad los hijos primogénitos acompañaban a sus padres en las cacerías y debían de demostrar su valor. Wulfric se dirigió a los establos y preparó el caballo de su hermano, pero en ese momento empezó a sentir curiosidad por como eran las cacerías, él solo observaba grandes filas de guerreros salir del poblado para unos días después volver con grandes riquezas, comida y largas caravanas de mujeres, quería saber qué era lo que hacían. Mientras ensillaba al caballo de Erik un hermoso corcel negro de pecho ancho, se percató de que estaba un guerrero de la tribu preparando su caballo, pero estaba en un estado lamentable, había estado toda la noche bebiendo y ahora no se podía tener en pie, vio su oportunidad, se acercó por detrás y con la espada envainada de su hermano le golpeó con fuerza en la cabeza, agarró su caballo que se puso nervioso y lo tranquilizó, le puso la montura cogió su armadura de cota de cuero y sacando al animal del establo metió al guerrero inconsciente en él. Se puso su casco que por suerte le tapaba toda la cara, dejó el caballo de su hermano atado a la puerta de su casa, se subió al suyo se marchó al grupo de jinetes que esperaba al jefe y a su hijo.
-Hombre Gunnar te veo raro, ¿es que hoy no vas borracho?- dijo unos de los jinetes a lo que siguieron los demás con un sonoro estallido de risas. Wulfric agachó la cabeza y se puso el último.
-Pues parece que hoy ha bebido tanto que se le ha olvidado hablar- dijo otro entre carcajadas.
-Atención Wulfila se acerca— dijo el guerrero más veterano del grupo.
Todos se pusieron en formación subieron a sus caballos y se irguieron mostrando sus descomunales músculos.
-Padre en cuanto volvamos tienes que mandar azotar a Wulfirc, se está volviendo contra nosotros no acepta nuestras ordenes, le he dicho que preparara mi caballo y lo ha dejado atado a la puerta de casa, eso es inconcebible.
-Pues parece que hoy ha bebido tanto que se le ha olvidado hablar- dijo otro entre carcajadas.
-Atención Wulfila se acerca— dijo el guerrero más veterano del grupo.
Todos se pusieron en formación subieron a sus caballos y se irguieron mostrando sus descomunales músculos.
-Padre en cuanto volvamos tienes que mandar azotar a Wulfirc, se está volviendo contra nosotros no acepta nuestras ordenes, le he dicho que preparara mi caballo y lo ha dejado atado a la puerta de casa, eso es inconcebible.
Wulfila miró a su hijo, tal era su fuerza y frialdad que provocaba miedo incluso en los miembros de su propia familia, y con voz grave como la de los truenos dijo -En cuanto volvamos será azotado. Muy bien mis guerreros, la cacería de hoy es importante, el invierno se está mostrando en su forma más hostil y seguramente en unas semanas nuestro poblado quede cerrado por las nieves. Hoy debemos conseguir los máximos alimentos posibles, en cuanto a las mujeres eso lo dejo a vuestra elección, serán más bocas que alimentar en este crudo invierno, traer solo las necesarias y más bellas, las demás matarlas.
Dicho esto azuzó su caballo y los demás jinetes salieron en perfecta formación en columnas de cuatro tras él, eran unos cien guerreros, entre los cuales Wulfric ocupaba la última posición. Fueron dejando atrás el pueblo, pequeñas casas de madera que crecían entre árboles todo inundado por una inmensa capa de nieve, las chimeneas escupían humo que hijos y esclavos mantenían encendido para que a la vuelta de sus guerreros la casa estuviera caliente. Los caminos eran casi invisibles, suerte de los rastreadores que eran los mejores del norte, cabalgaron durante más de medio día encima de lenguas de nieve entre árboles frondosos, tuvieron que bajar de los caballos a la llegada de la tarde porque sus patas se hundían hasta el pecho dificultando mucho la marcha, que era eterna y reventaba a hombres y caballos por su extrema dureza.
-Como no encontremos pronto una maldita aldea moriremos todos de frío.
Era el comentario que más se oía entre los guerreros, en ese momento que ya empezaba a anochecer la columna se detuvo, recibieron orden de formar dos círculos, uno exterior que se encargaría de la defensa del grupo y otro interior, el cual relevaría al exterior a las tres horas, comieron y descansaron, a las tres horas le tocó hacer guardia a Wulfric, nunca en su vida había pasado tanto frío, se sentó encima del escudo de madera que portaba para que no le traspasara el frío, se apretó bien debajo de su capa y miró lo más lejos que pudo. La noche era clara, las estrellas brillaban con fuerza y la luna de un tamaño enorme mandaba sobre ellas orgullosa.
Era el comentario que más se oía entre los guerreros, en ese momento que ya empezaba a anochecer la columna se detuvo, recibieron orden de formar dos círculos, uno exterior que se encargaría de la defensa del grupo y otro interior, el cual relevaría al exterior a las tres horas, comieron y descansaron, a las tres horas le tocó hacer guardia a Wulfric, nunca en su vida había pasado tanto frío, se sentó encima del escudo de madera que portaba para que no le traspasara el frío, se apretó bien debajo de su capa y miró lo más lejos que pudo. La noche era clara, las estrellas brillaban con fuerza y la luna de un tamaño enorme mandaba sobre ellas orgullosa.
-Cuando las noches están despejadas suele hacer mucho más frío, las nubes suelen aguantar el calor que se escapa de la tierra, va a ser una noche muy dura.
-Supongo-, dijo Wulfric al guerrero que había a tres metros suyo compartiendo la guardia.
-Supongo-, dijo Wulfric al guerrero que había a tres metros suyo compartiendo la guardia.
-Muchacho, tu no eres Gunnar, no hace falta que intentes disimular, la verdad es que de todos los guerreros que hay en la tribu has ido a reemplazar al más borracho y que más se hace de notar y en cambio tú pasas muy desapercibido, ¿quién eres?
-¿Me guardarás el secreto?
El guerrero asintió.
-Soy Wulfric, hijo menor de Wulfila.
-Me lo imaginaba hijo, tienes ganas de demostrarle a tu padre lo que vales ¿verdad?- soltó una risotada.- Me parece que tendremos unos buenos jefes cuando tu padre ya no pueda guiarnos, mi nombre es Gunnjorn, y tu verdadera identidad está a salvo conmigo muchacho. Así pasaron las tres horas hasta que vino el relevo, pero solo les dijo que recogieran que empezaban temprano la marcha, no podían permitirse muchas más noches como esa. Comieron rápidamente unas gachas de trigo y carne de caza, unos jabalíes despistados que los exploradores descubrieron por la noche y así con el estomago lleno la marcha se reinició, por lo menos durante las primeras horas el sol fue cogiendo fuerza dándoles un ínfimo calor haciendola un poco más llevadera. Gunnjorn se fue retrasando poco a poco hasta llegar a la altura de Wulfric.
-En cuanto lleguemos al poblado que vayamos a atacar no te pongas nervioso, tienes que seguir al pie de la letra las órdenes de los capitanes, los cuales formarán grupos para atacar por todas las direcciones y así provocar sorpresa y temor.
-Pero Gunnjorn, ¿por qué atacamos a esa pobre gente? Que yo sepa ninguna aldea nos ha atacado nunca, y no tenemos enemigos en toda la zona.
-Mi querido Wulfric, si no tenemos enemigos es gracias a estos ataques que crean el respeto en todas las tribus cercanas hacia nosotros. La mejor defensa es un buen ataque.
En ese momento un sonido grave sonó por encima de los árboles produciendo una desbandada de aves.
-¿Qué es ese sonido?
-Wulfric, hijo, ese es el sonido de la batalla, estamos cerca de un poblado y nos han visto, prepara tus armas y ten cuidado.
Wulfric tragó saliva, sintió miedo, era la primera vez que tenía esa sensación, se le secó la boca y se empezaron a oír gritos de los capitanes de sección organizándolos en grupos de veinte para atacar por los distintos flancos le tocó con Gunnjorn.
Su capitán alzó un hacha de tamaño descomunal que tapaba el sol que estaba ya muriendo por el horizonte y gritó:
-¡Hijos de los rayos nuestra supervivencia al invierno depende esta batalla! ¡Vivir o morir!
-¡Hijos de los rayos nuestra supervivencia al invierno depende esta batalla! ¡Vivir o morir!
Todas las compañías arengadas por sus capitanes de forma similar gritaron al unísono.
-¡Vivir o morir! ¡Vivir o morir! ¡Vivir o morir!
Tantas voces unidas sonaron como un terrible trueno, el trueno que precedía en todos los ataques a los hijos de los truenos.
La compañía de Wulfric fue la primera en atacar, entraron al pueblo por la zona principal, una vía que lo dividía por la mitad, alzó una gran espada que pesaba demasiado todavía para él espoleó su caballo y gritó como los demás. Fueron recibidos por una lluvia de flechas, piedras y utensilios para la labranza, una piedra golpeó en el casco al Wulfric y cayó del caballo, varios campesinos fueron a rematarlo, uno llegó primero levanto un palo terminado en punta y al bajarlo un reguero de sangre le cayó en los ojos y la cabeza del campesino le cayó en los pies.
-Amigo mío, ten cuidado o tu padre se cabreará, haz uso del adiestramiento que todo hijo de los rayos recibe desde pequeño.
Wulfric se levantó agarró su espada con fuerza y corrió al encuentro de sus enemigos, fue asestando golpes, cortó por la mitad al primero, al segundo le cortó un brazo hizo un giro de trescientos sesenta grados volteando en el aire la espada y le cortó la cabeza, la cual rodó por el suelo. La nieve fue cogiendo un color rojizo a la vez que se iba derritiendo por el calor de la sangre que se iba vertiendo. Intentó localizar a su siguiente presa, algo raro pasaba, no atacaban, retrocedían, su compañía se unió a otra y cargaron contra los campesinos que se habían agrupado cerrando el paso. Fue una carnicería, en unos minutos cuerpos mutilados llenaron el suelo y Wulfric comprendió por qué esa tribu había actuado así. Detrás de los cuerpos sin vida se encontraban todas las mujeres protegiendo a los niños. Los soldados de su padre las empujaron y comenzaron a matar a los niños de todas las formas posibles, unos se encargaron de atar a las mujeres a una cuerda quedando todas unidas en una fila, las que intentaban negarse eran golpeadas hasta perder el conocimiento, los arqueros, entre risas, mataban a los niños que intentaban apostando para ver quién tenía mejor puntería.
Wulfric estaba de pie, inmóvil, la espada se le resbaló de la mano y quedó clavada en la nieve, un hilo de sangre caía de la empuñadura y al contacto con el hielo formo un pequeño circulo oscuro. Gunnjorn lo miraba sonriendo con la cabeza de un campesino cogida por los pelos con su gran mano izquierda. Wulfric hincó las rodillas en el suelo y las lágrimas llenaron sus ojos, se quitó todas las armas y se internó en un frondoso bosque que cerraba la parte izquierda del poblado. Desde ese momento nunca más se supo del séptimo hijo de Wulfila, nadie lo echó de menos.
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