Wulfric vagaba sin rumbo fijo por aquel bosque, los largos árboles tapaban la luz del sol, la sangre de los inocentes de aquella aldea se había secado y formado una película en su cara. Tenía hambre y frío, pero jamás volvería, eran asesinos. Llegó a un riachuelo donde se pudo limpiar los restos de aquel día, se quedó sentado en una roca mirando una cría de arce que buscaba algo de comer en aquella alfombra blanca. Unas ramas de arbusto se movieron y una bestia emergió como un rayo. Era un lobo, con una velocidad endiablada se lanzó contra el arce clavándole los colmillos en el cuello, el pobre animal se derrumbó en el suelo vaciándose. Más lobos aparecieron y comenzaron a arrancarle la carne a mordiscos mientras todavía parecía que el arce intentaba moverse. Wulfric se horrorizó, la naturaleza era tan cruel como su tribu. Fueron pasando los días alimentándose de agua y hierbas, se sentía débil, le empezó a entrar sueño y se quedó dormido en la roca junto a aquel riachuelo. Se despertó varios días más tarde, tenía que comer, iba a morir si seguía así, aquel lobo mató al arce más débil para dar de comer a su familia, ahora parecía entenderlo, la naturaleza no era cruel, se basaba en la supervivencia, su tribu era cruel, mataba para vivir a costa de los demás. Se puso en pie busco un árbol y comenzó a tallarse un arco y flechas, se acercó al cadáver del arce y con los tendones se hizo una cuerda para tensarlo, preparó un fuego encima de aquella roca junto al riachuelo, era un buen lugar, creaba un pequeño circulo despejado de árboles desde el que se podían ver las estrellas. Volvió más tarde con dos liebres, fue recuperando fuerzas.
Así fueron pasando los días y los meses, pronto llegó la primavera y los deshielos, Wulfric corría por el bosque, era su nueva aldea, se alimentaba cuando tenía hambre, no mataba por matar. Los años pasaron, Wulfric era un hombre, tenía 16 años, había desarrollado una musculatura asombrosa, mayor que los de su aldea, él se había criado en la naturaleza sin las comodidades del hogar, ni la protección del grupo. Los animales del bosque le respetaban, era la cúspide de la cadena alimenticia. Esto comenzó a crear problemas.
En aquellos tiempos en los que la raza humana apenas se empezaba a extender por las tierras del norte de Europa, todavía convivían con seres mágicos que llegaban ya a su etapa final en este mundo. En cada bosque una ninfa lo gobernaba, intentaba mantener el equilibrio, que solo se comiera con hambre y se bebiera con sed, que se viviera en paz entre todas las criaturas. Wulfric empezó a desequilibrar el orden, las criaturas les respetaban, nadie iba a cazarle, le temían más que a la ninfa, una fría tarde se apareció en el claro donde estableció su casa la ninfa que reinaba en aquel bosque.
-No puedes vivir aquí, vete con los tuyos o me veré obligada a mandar que te devoren las criaturas que aquí habitan-. Era una mujer cubierta con pieles de lobo, sus ojos eran grises, su pelo negro, iba descalza.
-¿Quién eres tú para echarme de mi hogar?- la voz de Wulfric retumbó.
-Soy Grádiel, la reina de este bosque, si no cumples con mi orden morirás-. El suelo empezó a sudar una niebla muy densa, Wulfric puso una flecha en su arco y se preparó para un posible ataque. La niebla fue desapareciendo hasta descubrir que estaba solo. ¿Había sido un sueño? Mañana lo descubría.
El sol empezó a asomarse al horizonte, Wulfric se despertó, el viento estaba calmado, los pájaros no cantaban, todo estaba demasiado quieto, el aire le susurraba en el oído peligro. El suelo empezó a temblar, algo se acercaba, algo oscuro saltó de detrás de un árbol a gran velocidad le lanzó un zarpazo que esquivó echándose hacia atrás pero le rozó el pecho. Cuatro arañazos vomitaron sangre de su pecho. Se miró, era profundo, aunque no grave, miro hacia su adversario. Increíble. Uno oso el pelo negro brillante, pero lo extraordinario era su tamaño, medía unos tres metros de longitud, debía de pesar más de ochocientos kilos, pero se movía muy rápido.
El oso se puso sobre sus patas traseras y rugió, todo tembló, los árboles se estremecieron y Wulfric sintió miedo.
-Bien, parece que has encontrado un enemigo decente- dijo una voz femenina entre risas que procedía de las ramas de un árbol a las espaldas de Wulfric.
-¡Tú!- exclamó Wulfric con sorpresa girándose- Te mataré en cuanto termine con esta criatura.
-No podrás, se llama Akila, y es la criatura más feroz de este bosque, era cuestión de tiempo que os enfrentarais.
Akiila posó sus patas delanteras en el suelo, cargó su peso en las traseras y se lanzó contra Wulfric con las fauces abiertas, quien logró poner sus manos entre la boca de aquel animal impidiendo que se clavaran los comillos en su carne. Pero el ataque fue tan duro que cayeron rodando por el suelo. El animal le clavó las garras en un costado, arrancándole la piel de la que brotó sangre. Wulfric aulló de dolor, sacó sus manos de la boca de aquella bestia y le lanzó un puñetazo en la cabeza que hizo que el animal lo soltara y se retirara dando tumbos a recuperarse para lanzar otro ataque. Akila y Wulfric cara a cara, se miraban, a Wulfric le caía sangre del pecho y del costado izquierdo, los animales del bosque se acercaron formando un círculo, observaban, esperaba un cadáver para comer. Akila se lanzó al ataque a la vez que Wulfric, saltaron y se unieron en el aire la bestia fue a morderle la pierna, Wulfric la dobló, con sus manos cogió la cabeza y la trajo con fuerza hacia su rodilla golpeándole en todo el morro, cayeron los dos al suelo, Wulfric fue más rápido, se abalanzó sobre Akila le cogió del cuello y lo apretó con fuerza, intentaba asfixiarlo o romperle el cuello, lo que antes sucediera. Grádiel miraba fijamente, su bestia había pedido, el oso esperaba ya su final, pero Wulfric le soltó, le dio la espalda y miró a la ninfa.
-No lo mataré, no necesito su piel ni su carne, es demasiado para mi.- Tras estas palabras se desmayó, había perdido mucha sangre.
Hacía calor, olía a mezcla de hierbas, se sentía mareado y cansado, estaba en una cama, dentro de una cueva, vio a Grádiel poniéndole emplastos de hierba en las heridas.
-Estás muy débil, deberías seguir durmiendo.
-Vaya, primero me quieres matar y ahora me curas- su voz sonaba endeble.
-Lo que dijiste en el bosque solo lo puede decir un espíritu bueno, ¿eres de la tribu de los hijos de los rayos verdad?
-No, nací allí, pero nunca fui uno de ellos, por eso vivo en el bosque.
-El bosque no te esconderá por mucho tiempo de ellos, te encontraran.
-¡Si lo hacen les mataré!- gritó y el dolor le invadió doblándose sobre si.
-Tranquilo muchacho, no creo que puedas vencerlos solo con un arco, necesitarás mucho más que eso.
-Iré a un pueblo y compraré una espada.
-¿Comprarás?- sonrió la ninfa- ¿con qué dinero? Además una espada no hará nada contra las armas de esa tribu, mírate a ti, has recibido heridas de muerte y has sobrevivido, necesitas un arma especial, forjada por criaturas oscuras con magia oscura.
-¿Dónde está ese arma? La necesito.
-Todo a su tiempo muchacho, primero tienes que mejorarte, luego Akila te acompañará. Si, suena raro, pero te ha cogido cariño, está fuera esperando a que te mejores.
-¿A dónde me acompañará?
-Normalmente no le diría a nadie de ir a ese lugar, pues allí encontrará su muerte segura, pero hay algo en ti… tu destino… no se, algo mágico en ti me dice que tienes un deber que cumplir. Te contaré la leyenda de Krholl el conquistador.
-Normalmente no le diría a nadie de ir a ese lugar, pues allí encontrará su muerte segura, pero hay algo en ti… tu destino… no se, algo mágico en ti me dice que tienes un deber que cumplir. Te contaré la leyenda de Krholl el conquistador.
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