sábado, 23 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 21)

Luís dibujó unos esbozos de catapultas y máquinas capaces de lanzar hondonadas de flechas. Organizó a los carpinteros y a los herreros para que cada uno hiciera su parte de las piezas. Los jefes de cada gremio se quedaron sorprendidos de las ingeniosas máquinas que tenían ante sus ojos dibujas en papel. Fuera en el patio principal del torreón de Lord Levén se celebraba una reunión con cada jefe de cada compañía, infantería, arqueros, lanceros, caballería… para preparar una estrategia. Luís tomó la palabra una vez más.
—Pondremos las catapultas dentro de las murallas por el centro, con el fin de diezmar la infantería enemiga. Por los flancos y subidos a las murallas colocaremos los lanza flechas, apuntando hacia los flancos para detener a la caballería enemiga y así impedir que envuelvan a nuestras tropas. Los arqueros inundarán el centro con una intensa lluvia de flechas creando un caos que obligue al ejército enemigo a retirarse. Justo en ese instante de confusión lanzaremos al escuadrón alpha a que aniquile a todo ser que permanezca en el campo de batalla.
Los jefes de las compañías miraban con asombro a aquel chico que había preparado tan minuciosamente una estrategia tan excelente. Se encontraban a cerca de la gran batalla que anunciaba la profecía y unos chicos la había planificado de sobremanera.
La ciudad se llenó de una frenética actividad. Hicieron acopio de víveres. Llenaron las calles de cubos de agua para apagar los fuegos de flechas incendiarias, se entregaron armas a todo varón que habitase en la ciudad o en las aldeas vecinas que tuviera un mínimo de trece años y fuerza para levantar una espada.
A la mañana siguiente Lord Levén junto con sus invitados subieron a lo más alto del torreón.
—Es increíble, nunca hubiera podido imaginar que se pudiera organizar un ejército semejante.
Estaban ya a un día de distancia, pero se podía observar una inmensa nube de polvo levantada por el andar de un terrible ejército de más de cien mil minotauros machacando la tierra. Cuando el viento soplaba hacia la ciudad se podían oír lejanos gritos de órdenes y el sonido de los cuernos organizándolo todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario