miércoles, 6 de julio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 13)

Tyuark era un pueblo de cabañas de madera, circundado por un muro de trocos secos de árboles formando una triste empalizada como única defensa. En su interior las casas estaban muy juntas unas de otras, formando estrechas calles, muchas de las casas se encontraban abandonadas, dando testimonio de años de alegría y prosperidad. La casa de Ualgaraj se encontraba al final de una de las calles más anchas, era grade, más que las de el resto, por lo que los cinco amigos supusieron que era alguien importante. Entraron dentro, un fuego calentaba el gran salón plagado de armas, corazas, estanterías con planos y demás accesorios de guerra como guantes hechos con anillas de metal, cascos….
—Erlond me avisó con una paloma mensajera de que vendríais por aquí— se sentó en un sillón de manera soltando un largo suspiro.
—¿De qué conoce al anciano?— preguntó Ana.
—Es una vieja historia.
Hace muchos años, en esta región hubo una gran guerra, el poblado prosperaba rápido, pronto sería una ciudad importante, el señor de la oscuridad no dejaría que eso pasara jamás, así que envió un ejército de bárbaros para destruirla. Por aquellos años yo era un joven fornido, había militado en el ejército de la ciudad de Prosperius, en su batallón denominado Alpha, unos guerreros de élite que se entrenaban hasta casi la muerte, moviendo pesos increíbles y derrotando a las más poderosas criaturas. Yo estaba aquí disfrutando de un permiso cuando los bárbaros irrumpieron en la ladera, me puse mis armas y organice las milicias lo mejor que pude. La batalla fue dura, murieron muchos vecinos y amigos, pero conseguimos rechazar el ataque ocasionando muchas bajas entre las filas enemigas. El señor oscuro se enfureció y mandó un ejército de elfos oscuros. Eran seres muy ágiles y fuertes. Erlond  descubrió una avanzadilla por su bosques, los apresó y los torturó hasta que le dijeron su objetivo. Sabía que nuestra aldea sería arrasada por lo que decidió ayudarnos, los humanos deben resolver sus propios problemas, pero si otro rama de elfos decide atacar a la raza humana sin razón, los elfos del bosque ayudarán a los humanos. La batalla fue más dura que la anterior, Erlond que por aquellos tiempos era menos anciano luchaba con vigor contra dos adversarios, un elfo oscuro se le aproximo por la espalda, alzó su espada y la descargó con fuerza sobre él, yo vi el ataque e interpuse mi arma, pero la fuerza de ese ser era muy superior a la mía, partió mi espada y clavó la suya en mi muslo, provocándome una herida enorme, casi mortal, caí al suelo inconsciente. Cuando desperté estaba tendido en mi cama, me habían amputado la pierna derecha por debajo de la rodilla. Erlond, me curó, podría haber muerto por las heridas pero él puso todo su poder y su conocimiento en hierbas medicinales para que sobreviviera. Me hizo una pierna de palo para que pudiese andar si ayuda. Jamás pude volver con los guerreros Alpha. El señor oscuro enfureció tanto ante la derrota que haciendo uso de magia oscura creó un ser maligno, el Kraken, para que dejara sin vida el lago y succionara la vida del valle para que muriésemos de hambre.
—Hasta que vosotros aparecisteis y la matasteis, seguro que Karkroll, el señor oscuro, estará muy muy enfadado.
De pronto se empezaron a oír gritos de terror en el poblado. Ualgaraj se asomó por la ventana y se le heló la sangre.
—¿Qué te pasa?— preguntó Cristian notando que sucedía algo.
—Espero que sepáis hacer uso de las armas.
—Erlond no enseñó a defendernos— contestó Ana.
Ualgaraj fue descolgando armas de las paredes que conservaba como si fueran recuerdos, abrió un armario y sacó cotas de malla, guantes, yelmos, botas. Los amigos ya parecían fieros guerreros.
—A ver chicos, fuera hay una gárgola, el problema es que es la guardiana de la puerta norte de la Puerta del Infierno. Si  Karkroll la ha enviado es porque quiere acabar con vosotros inmediatamente, ya que guarda de uno de los accesos a su reino, y parece que prefiere poner en riesgo su fortaleza a que vosotros sigáis vivos.
Los amigos salieron a la plaza del pueblo donde un animal alado de más de dos metros de altura, con la piel de piedra color gris y ojos inyectados en fuego atacaba sin piedad a la gente de la aldea. Ana extrajo una flecha de su carcaj, la colocó en el arco, tensó la cuerda y disparó. El proyectil trazó una parábola en el aire golpeando a la bestia en el pecho. La flecha rebotó estallando en mil astillas que cayeron al suelo. La preocupación inundó a los amigos. La gárgola se giró y clavó la vista en el grupo de chicos de dónde le habían atacado. Corrió para cargar con fuerza contra ellos. Arturo extrajo su espada y golpeó a la criatura cuando esta pasaba a su lado. La espada le rebotó arrollándole contra el suelo y escupiendo la espada que se quedó clavada en la puerta de una de las casas de la aldea. Los demás amigos se quedaron bloqueados por el miedo. Todos a excepción de Cristian, que cerró los ojos juntó sus manos y de ellas brotaron una espada flamígera. Los amigos no daban crédito a sus ojos, Cristian era el elegido.
—¡Ven por mí estúpida criatura!—Gritó Cristian fijando en su persona la ira de la gárgola.
La criatura abrió sus alas, y se elevó en el aire, provocando un vendaval de aire aterrador. Cuando hubo alcanzado una altura considerable descendió en picado en dirección al elegido, quien clavó sus piernas con fuerza en el suelo para resistir la brutalidad del ataque. Una flecha apareció de la nada en dirección al animal. Iba en línea recta. Se introdujo en el ojo derecho provocando un horrible dolor en la criatura. Ésta se detuvo en el aire llevándose las manos a la cara. De su boca empezó a escupir lava incandescente. Su cuerpo se hinchó y explotó. Una lluvia de piedras pequeñas cayó sobre la aldea. Todo el mundo tuvo que ponerse a cubierto. Laura había lanzado aquel certero proyectil.
 Esa noche se celebró una gran fiesta en honor a los muchachos. Estaban todos alrededor de una hoguera en la que se asaba un cerdo. Laura se levantó, y se apartó un poco de todo aquel jaleo de música de flautas, gritos de alegría y bailes. Cristian se percató y salió tras ella.
—No tendrías que haber disparado, yo sólo la habría matado.
—Vaya, el niño tiene poderes y ya se cree dios— contestó Laura en tono burlón.—Miró hacia todos lados y le dio un beso en los labios, cogió su mano— Cristian, ten cuidado, que tu poder no te ciegue, estamos todos juntos en esto y todos juntos saldremos— soltó su mano y volvió con el grupo.
Al llegar Cristian recibió capones de Luis y Arturo.
—Vaya hombre, ahora me explico como unos flojillos como nosotros pudimos con el Kraken— dijo Luis despeinándole.
—Oye, ahora que eres tan poderoso podrás hacernos volver a casa— la voz de Ana denotaba preocupación y melancolía.
Cristian no pudo contestarle, los habitantes de la aldea los levantaron y les hicieron bailar al alegre son de las flautas y timbales. Las palabras de Ana quedaron resonando toda la noche en la cabeza de Cristian.

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