Hacía frío, mucho frío, tiritaban, Luis se despertó, empezó a escupir agua, estaba aturdido. Miró a su alrededor, era un islote pequeño, del centro nacía una torre que crecía hasta alcanzar una altura superior a cincuenta metros. Se levantó y se encontró a sus amigos en su misma situación, volviendo en si y mojados.
—Esta debe ser la torre en la que se encuentra Arturo— dijo Luís ya recuperado.
—Lo que no se es cómo vamos a subir, es totalmente lisa y no tiene ninguna puerta.
Cristian miraba dando vueltas a la torre sin ver puerta alguna, no era muy ancha, pero parecía imposible llegar hasta una ventana que se veía coronando la torre sin poder volar. Eso era, volar. Cristian instintivamente se tocó el pecho buscando la botellita, no estaba, la había perdido en la pelea con el Kraken.
—¿Lleváis las botellitas?— preguntó.
Todos se llevaron la mano al pecho.
—Yo si que la tengo— contestó Ana.
Fue la única, todos la habían perdido.
—Pero me queda sólo una toma.
Los ánimos decayeron, era lo único que les podría sacar de cualquier problema en aquel lugar. Además Laura había perdido la espada de Cristian, solo tenían los arcos y la espada de Luís. <<No creo que necesite espada>> pensó Cristian acordándose de la pelea con aquel monstruo marino. Decidieron que Ana tomase la última dosis y ascender a la torre para recatar a Arturo.
La alegría inundó a todos los amigos al verse juntos de nuevo, tenían mucho que contar, así que se pusieron al día de sus aventuras y desventuras.
—Oye Cristian— dijo Arturo— que sepas que jamás dudé de ti, se que intentaste rescatarme, gracias amigo— le puso la mano en el hombro.
—Ven aquí mariquita— Contestó Cristian apartando la mano del hombro y dándole un abrazo.
Todos rieron,
en ese momento unas extrañas criaturas se acercaron al islote.
—Hola, amigos, vosotros debéis ser los humanos que han matado al Kraken.
Los amigos se giraron y se quedaron estupefactos, la criatura que les habló era una especie de caballo marino, tenía la cabeza y el pecho como si fuera un caballo pero en las patas en lugar de cascos gozaba de aletas, era azul y con el cuerpo cubierto de escamas.
—Soy un hipocampo, ese ser gigante atormentaba a mi especie diezmándola hasta casi hacerla desaparecer, como muestra de gratitud mis compañeros y yo os acercaremos hasta la orilla, se que es poca cosa a cambio, pero os estaremos siempre agradecidos.
Los amigos subieron a los lomos de las criaturas, su cuerpo era escamoso. Les dejaron en la orilla y se despidieron.
—Que animales más maravillosos— comentó Laura.
—Desde que estamos en este extraño mundo nada más que hemos visto seres maravillosos o extraños— contestó Luis.
Estaban empapados, tenían frío y hambre, parecía que era cerca de medio día, tenían que hacer fuego y encontrar algo de comer, parecía difícil pues no sabían como encender fuego, y por allí parecía que no vivía nadie. Se pusieron en marcha buscando algo que llevarse a la boca, tras una hora de caminata a lo lejos observaron una columna de humo. Parecía que habían encontrado un poblado de pescadores.
—Debemos ir con cautela— les avisó Cristian a los demás. — No sabemos si serán criaturas amigables o no, deberíamos rodearla y observar desde lejos antes de irrumpir en ella y confiar en nuestra suerte.
—No creo que eso sea necesario— dijo una voz a sus espaldas.
Los amigos se giraron sobresaltados, ante sus mirados apareció un hombre de unos sesenta años, iba cargado de ramas secas, y portaba un cubo a rebosar de pescado, cojeaba ostensiblemente al andar.
—Supongo que vosotros seréis quienes han matado a la bestia del lago.
—¿Por qué lo pregunta?— repuso Luis a la defensiva.
—No os preocupéis muchachos, tanto mi pueblo como yo os estamos muy agradecidos de vuestra increíble hazaña. El lago no tenía apenas vida, pues ese monstruo devoraba todo lo que encontrase, este valle hace mucho tiempo, tanto que casi ya no recuerdo estaba lleno de vida, los árboles eran verdes, el lago rebosaba de peces y mi pueblo Tyuark gozaba de prosperidad y alegría, pero el señor oscuro mandó aquí a esa criatura y mucha gente del pueblo tuvo que emigrar otras ciudades, pues nuestra forma de vida, la pesca, se convirtió en algo muy peligroso. Todo aquel que se aventuraba con su barca por el lago moría. Ahora gracias a vosotros Tyuark volverá a prosperar, venid conmigo, os daremos ropas secas y celebraremos vuestra hazaña.
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