miércoles, 15 de junio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 5)

— ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy?— dijo Arturo mirándose las manos.
Ya no era de piedra, había vuelto a la normalidad y estaba un poco aturdido.
— ¡Cristian!— gritó— Sigo en este bosque, sólo recuerdo aquella extraña criatura…
— Yo lo vi todo— dijo una suave voz que venía de entre los árboles— tu amigo aprovechó que la criatura te atacaba para huir y ponerse a salvo.
— ¡Quién eres!— exclamó— Cristian jamás haría eso.
En ese momento la criatura se mostró, era una mujer tremendamente hermosa, un poco más alta que Arturo, con el pelo rubio, su voz era melódica y suave, llevaba una túnica blanca, radiante, casi cegaba al mirarla, era una ninfa.
—Mi nombre es Ural, y yo solo quiero que sepas la verdad, un amigo no haría eso, ¿tú consideras a ese tal Cristian tu amigo?
— Creo que…
— No— le interrumpió suavemente acariciándole la cara— Yo conozco un lugar en el cual los amigos lo son de verdad, no se dejan tirados a la mínima dificultad. Porque dime Arturo, ¿dónde está ahora Cristian? ¿Qué harías si yo no estuviera aquí? ¿A dónde irías?
— ¿Cómo sabes mi nombre?
— Porque yo soy tu verdadera amiga, ven conmigo y te llevaré a ese lugar donde serás bien recibido.
— Pero yo lo único que quiero es volver a casa— contestó asomándole las lagrimas a los ojos.
— Ven conmigo y te prometo que haré todo lo posible para que puedas volver a tu casa, cógeme la mano y te llevaré con mi gente para que te ayuden.
Arturo titubeó un momento levantó su mano despacio y temblando por la duda, La ninfa le extendió su mano y al fin se la estrechó. Su piel era increíblemente suave y cálida, de pronto todo se iluminó de una blanca luz hasta cegarlo, cerró los ojos cuando, notó que la luz se desvanecía los volvió abrir. Ya no estaba en el bosque.
Entraron en una sala inmensa, estaba dentro de un castillo situado en lo alto de una montaña, la cual estaba circundada por una muralla negra. En el interior de aquel recinto había criaturas increíbles, de las que solo existían en los cuentos. Observó como habitaban cientos de minotauros fuertemente armados, eran bestias increíbles, enormes y feroces, Los minotauros son inmensos humanoides con cabeza y cola de toro, muy fuertes y musculosos,  había también orcos.
En aquella sala el frío helaba los huesos, lo que hacía que temblara, Ural le dejó en medio del salón se acercó a un trono situado en el fondo. El trono era gigantesco, medía más de unos cinco metros de alto, terminando en la figura de un demonio con las piernas flexionadas y las alas abiertas como si estuviera tomando impulso para volar. Los posas brazos eran dos cuernos enormes, todo decorado con pieles oscuras. Sentado en el se hallaba una criatura no humana. Su cabeza, torso y brazos  eran de hombre, pero su cuerpo era de caballo, era un centauro, de enorme proporciones, su cabeza estaba a unos dos metros de distancia del suelo, y era increíblemente musculoso.
—Así que tú eres Arturo— estalló una voz oscura y fría que retumbaba por la sala creando un eco aterrador.
—Si… si… señor— salió de su boca casi inaudible.
—Bien, mi nombre es Karkroll si no me equivoco tus amigos te dejaron tirado en el bosque— iba acercándose mientras halaba. —Parece que no valoran tu auténtico potencial—. Apoyó su enorme brazo en su hombro rodeándole la cabeza y con un seco empujón lo condujo hacia una puerta que existía detrás del trono.
— ¿Dónde me llevas? Y si puede saberse, señor ¿qué puede necesitar de mi una persona tan poderosa como Usted?
—Eres muy inteligente hijo —contestó el centauro con una gran carcajada.
Abrieron la puerta y dentro había apoyada en una silla una armadura reluciente, su brillo iluminaba toda la sala, junto a ella una espada que en su centro llevaba incrustada una esmeralda.
—Te voy a contar una historia, mí buen amigo, en estas tierras existe una leyenda en la que reza que un guerrero venido de muy lejanas tierras es el heredero del todo este mundo, pues es el hijo del dragón blanco creador de él. Y tú eres esa persona, ¿estás sorprendido?
—Pues si mi señor.
—Bien, así me gusta, hay un reino muy al sur de aquí llamado Prosperius, es una ciudad increíblemente bella y rica, pero muy egoísta, ya que mientras ellos comen frutas de un increíble dulzor, y disfrutan de la luz del sol y de su calor, nosotros tenemos que vivir en este oscuro y lúgubre lugar. Por eso, tú amigo mío, me ayudarás a que esa asquerosa ciudad comparta con todos los que habitamos estas tierras todas sus riquezas, porque ¿verdad que hay compartir con los demás las cosas?
Arturo asintió dubitativo con la cabeza.
—Muy bien, ponte esa armadura y lucha conmigo, juntos seremos invencibles, descansa ahora y te enseñaré a luchar.
Ural lo acompañó por un pasillo iluminado tenuemente por antorchas a su habitación, era un cuadrado perfecto con una sola ventana y una gran cama en le centro de la habitación. Arturo se tumbó en ella y su cabeza empezó a dar vueltas, no entendía nada, se quedó durmiendo. Empezó a hacer calor, y una fuerte luz inundó el cuarto, abrió los ojos posado en la ventana pero por dentro había un pájaro envuelto en llamas, tenía su vista fija en él.
— Espero que no te hayas creído nada de lo que por aquí te han contado Arturo.
El eco de su voz llenaba la habitación, no era voz de mujer ni de hombre pero te llenaba el cuerpo de calor y paz.
— ¿Quién eres?
— Soy Xaj, mensajero del Dragón Blanco creador de la bondad, Ural llenó tu oído de mentiras, pon tu mano en mi cabeza y cierra los ojos.
— Pero me quemaré.
— Tranquilo.
Arturo se levantó de la cama y con temor se acercó al fénix y puso la mano en su cabeza, cerró los ojos y de repente vio a aquél horrible animal convertirlo en piedra y como Cristian gritaba y lloraba. Pudo verlo luchar con el basilisco, pero tuvo que huir. La imagen cambió y vio a Laura, Ana y Luis con un extraño ser, era un elfo, mataron a la criatura y lo buscaron por todas partes sin éxito, observó a Cristian en una cama herido.
— Ellos te buscaron, hicieron todo lo posible, son tus amigos y jamás te fallarán—.Apartó la mano del fénix.
— ¿Qué puedo hacer ahora?
— Dile a Karkroll que no quieres unirte a él, huye.

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