martes, 7 de junio de 2011

El último dragón blanco (capítulo 2)

Tras ver que nadie contestaba Laura, Luís y Ana decidieron buscar la forma de salir de aquel lugar, avanzaban con dificultad entre aquella jaula de árboles, a cada paso observaban que una gigantesca enredadera se iba adueñando de todo. Poco tiempo después era imposible distinguir el suelo, ya que solo pisaban la enredadera que tapaba todo el paisaje.
—Tener cuidado de por dónde pisáis— dijo Laura— con esta vegetación tan espesa podemos caer en algún agujero o tropezar y caer.
Andar resultaba un esfuerzo titánico y a cada paso que daban tanteaban con el pie por no dar un paso fatal y caer. Llegaron a un pequeño claro cerrado justo en frente de ellos por una pared rocosa gigantesca.
—Parece que tendremos que volver sobre nuestros pasos.
—Espera un momento Ana, tal vez la enredadera tape alguna salida— dijo Luis acercándose a la pared y pasando la mano por su superficie. —Mirar creo que he encontrado una gruta.
Todos se acercaron y apartaron las ramas descubriendo un agujero de no más de un metro de diámetro por el que a gatas podrían entrar.
—Necesitaremos luz para poder orientarnos por ahí dentro.
—Yo tengo un mechero Ana, busquemos una rama gruesa para prenderla y usarla a modo de antorcha, supongo que en este bosque no será muy difícil encontrarla.
Todos hicieron caso a Luis y se pusieron a buscar, unos minutos más tarde aparecía Laura con una rama que daba las medidas y los tres amigos se introdujeron en la gruta.
Era muy estrecho y frío a la vez que húmedo, de vez en cuando notaban como alguna fría gota les caía en la espalda provocándoles algún escalofrío. Aunque la antorcha era grande no iluminaba mucho, por lo que progresaban muy lentamente, además, como iban a gatas tenían las manos congeladas. El aire se iba haciendo muy pesado por lo que costaba respirar, lo que unido a la humedad tan alta que había los amigos iban empapados en sudor, hecho este que les hacía tener más frío aún.
Poco a poco la gruta fue descendiendo, así que gateaban cuesta a bajo a lo lejos vieron un pequeño agujero iluminado, aceleraron el paso ya que tenían ganas de poder ponerse en pie, pues tanto rato a cuatro patas les había provocado dolor de espalda y rodillas.
El agujero les llevó a un pasillo más ancho y grande, de unos dos metros de alto por unos dos de ancho, además tenía antorcha cada cuatro metros a ambos lados que iluminaba bastante mejor que la suya. El pasillo se encontraba cada diez metros apuntalado por unos arcos que habían sido tallados en la propia roca. Pasaron un largo rato andando cuando casi sin darse cuenta el pasillo terminó con una sala inmensa, era difícil acotarla en metros ya que parecía miles de pasillos con columnas enormes de las cuales no se podía apreciar el final, paralelos unos a otros. El aire era mucho más limpio, se notaba una brisa que llegaba hasta los huesos y hacía tiritar. Avanzaron los tres juntos, llegaron a lo que parecía ser el final de aquel enorme salón, cada calle que formaban los pasillos se adentraba en la pared pero cada uno en distintas partes y alturas de la misma, unos ascendían, otros descendían, algunos giraban a la izquierda otros a la derecha, así en infinitas direcciones.
—Será mejor que vayamos todos por un mismo camino, no quiero que se pierda nadie más.
Todos asintieron ante las palabras de Laura, todavía no sabían nada de Cristian y de Arturo, y estaban en un extraño lugar que parecía peligroso. Como para llegar a aquel lugar habían tenido que descender por un oscuro pasillo, decidieron ir por un pasillo que ascendía con un ángulo pronunciado. Era un pasillo similar al que les llevó a la gran sala, iluminado con antorchas y con grandes arcos tallados en la roca que servían de apuntalamiento. La pendiente hacía que avanzar fuera costoso, llevaban ya más de seis horas entre aquel extraño bosque y los pasadizos y ya tenían hambre, su último alimento fue un desayuno a base de leche y cereales en la seguridad de la cocina de sus hogares.
Tras una buena caminata el pasillo se ensanchó formando una sala de unos treinta metros cuadrados, en las paredes habían excavados unos agujeros donde cogían perfectamente unas tres personas en su interior, estos estaban cerrados por unas gruesas puertas de metal con barrotes, se trataba de unos calabozos. Avanzaron con la intención de salir de aquel frío lugar que erizaba la piel, pero oyeron algo.
—Ayudadme por favor— sonó una lastimosa voz.
— ¿Qué ha sido eso?— Preguntó Ana arrimándose a Luis.
En uno de los calabozos había una criatura tirada en el suelo, no conseguían ver muy bien que clase de ser se trataba ya que el interior era muy oscuro, Laura descolgó una antorcha de la pared y la acercó, los tres amigos se sobresaltaron a la vez. En el interior se encontraba lo que parecía un ser humano, de apariencia frágil y delicada, pero con unas extrañas orejas puntiagudas, piel pálida y ojos almendrados, era alto y muy delgado, pelo rubio en una corta y cuidad melena, y su ropa era en diferentes tonos de verdes. A Ana le pareció que era una persona guapísima, pero sus orejas eran muy raras.
— ¿Eres un elfo?— preguntó Luis casi tartamudeando de la impresión.
—Me llamo Dhuar, soy u  elfo del bosque y
—Un momento— interrumpió Laura, — ¿has dicho elfo?
—Si, así es, ¿es que no sois de por aquí?
—Me parece que la expresión no ser de por aquí se queda corta
—Calla Luis, ayúdame a sacarlo de aquí— le apremió Laura.
El calabazo se encontraba cerrado con una cadena y un candado que parecía bastante robusto, Luis buscó con la mirada, se acercó a una de las antorchas, la apagó apoyándola en el suelo, la metió entre la cadena y la hizo girar en sentido a las agujas de reloj, a la segunda vuelta empezó a costarle trabajo seguir girando.
—Ayudadme, rápido— chilló.
Laura y Ana cogieron de uno de los extremos, del cual ya tiraba Luis, y haciendo un gran esfuerzo consiguieron dar una vuelta más, se oyó un chasquido metálico y la cadena cayó al suelo provocando un gran estruendo.
—Vaya, parece que sois muy inteligentes, ahora corramos habrán oído el ruido y ahora vendrán a por nosotros.
— ¿Vendrán?— dijeron los tres amigos mientras echaban a correr.
Un ruido de gritos roncos se empezó a oír tras ellos, tras lo cual una mezcla de pasos acelerados y maldiciones llenó el ambiente.
—Estaban consultando el oráculo para ver que hacían conmigo y el ruido de las cadenas les ha vuelto a la realidad— les dijo elfo mientras corrían cuesta arriba.
—Si, pero, de quiénes estamos hablando—  preguntó Laura entre jadeos.
Aquel ser se movía con una agilidad increíble, a pesar de la delicadeza que aparentaba sus zancadas eran poderosas, les costaba conseguir ir a su ritmo. Al final de aquel pasadizo se veía un pequeño punto e luz, aquello quería decir que se estaban acercando a la salida, en ese momento una flecha impactó contra la pared rozando la mejilla de Luis, lo que provocó que un hilo de sangre le brotara del pómulo. Laura intentó girar la cabeza para ver que era lo que les seguía, pero al tener la luz delante de ellos hacía que el pasadizo fuera más oscuro desde su punto de vista, lo cual le hizo pensar que ellos serían fácilmente visibles. Consiguieron llegar al exterior, saliendo por una cueva de la cual colgaba una vegetación que creaba una cortina vegetal que escondía aquel agujero de ojos que no supieran que aquello existía. Seguía siendo de día, aunque el sol empezaba a bajar, por lo que debería ser media tarde, y seguían en un espeso bosque. De pronto Dhuar se paró, las criaturas habían conseguido rodearlas. Eran seres de un metro y veinte cinco centímetros, de complexión gruesa aunque musculosa, llevaban el pelo largo, al igual que la barba y el bigote, unos tenían el pelo  moreno, otros castaños, rubios etcétera. Sus ropas eran en distintos tonos de color tierra, y todos iban armados con hachas, que a pesar de ser bastante grandes para su tamaño, manejaban con gran destreza. Les rodeaban cerca de veinte de ellos, de pronto una piedra impactó en la cabeza de uno de esos seres, consiguiendo derribarlo en el acto. Los compañeros del enano se giraron en dirección a donde procedía la piedra y vieron a un chico.
— ¡Cristian!— gritaron todos los amigos al unísono.
En ese momento el joven corrió en dirección al enano que yacía en el suelo, le quitó el hacha y velozmente arremetió contra otro de aquellos enanos, que cayó a tierra sin tener tiempo ni a pestañear.
— ¡Rápido correr!— apremió a sus amigos.
Todos aceleraron consiguiendo distanciarse poco a poco del grupo de pequeños bárbaros, en ese momento uno de ellos, el más rubio y que abroncaba a los demás como si fuese el jefe de aquella avanzadilla, sacó una ballesta, la cargó y lanzó una flecha a una velocidad endemoniada, ésta impactó en la espalda de Cristian, quel cayó al suelo.
— ¡No! Cristian— dijo Laura parándose a socorrer a su amigo.
— ¡Corre! No seas tonta
—Pero...
— ¡Corre joder!— vociferó empujándola.
Laura corrió entre lágrimas echando un último vistazo atrás. Cristian se levantó dolorido, aferró el hacha y se encaró hacia los enanos.
— ¡Venid a por mí!
Un enano con el pelo negro como la noche lanzó un tajo contra el chico, pero logró bloquearlo, propinándole una fuerte patada en el mentón  que dejó inconsciente al agresor. Otra criatura le lanzó un puñetazo por la espalda, agachándose logró esquivarlo, pero notó como algo helador le penetraba por el hombro derecho, le hirieron con un hacha produciéndole un fatal corte. Era terriblemente doloroso, sintió un gran escalofrío que le obligó a soltar el hacha, ya que notó como el brazo perdía fuerza, era como si se le durmiese. Cayó al suelo de rodillas, de pronto Cristian notó un fuerte golpe en la cabeza, todo se tornó oscuro.

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