Jaime se despertó pronto, había pasado muy mala noche. Pepito estaba vistiéndose.
-¿Ya se levantó chico? Discúlpeme que le deje solo es que tengo que ir al hospital a trabajar. ¿Se las apañará bien no?
-Si tranquilo, estaré bien- pronunció desperezándose.
Pepito salió a la estación, Jaime le acompañó para despedirlo e ir luego a desayunar. El tren llegó en menos de un minuto. Era raro, parece que aquel cubano mandaba más de lo que parecía en ese extraño pueblo. Cuando salió el tren Jaime decidió seguir las vías, para ver si daban a algún lugar más civilizado que aquel. Anduvo durante una hora cuando de pronto las vías morían al pie de un árbol enorme. Encima de una de sus ramas le pareció ver una casa de madera. Se encaramó hasta llegar a la puerta. La casa era de una planta y parecía grande desde fuera. Había algo raro, las cortinas estaban colgadas al revés, como si el suelo fuera el techo. Fue a llamar a la puerta pero ésta se abrió. Entró y de pronto una sensación de vértigo le sacudió. Estaba andando por el techo, si estiraba las manos podía tocar el suelo. Se oía una voz hablar en la cocina.
-Toma anda, y no te lo acabes todo o te pondrás gordo.
-¡Hola!- grito Jaime asustado
-Si un momento ahora salgo que estoy dando de comer al pez.- Contestó una voz.
La puerta de la cocina se abrió y salió un hombre de unos treinta años, muy delgado y nervioso.
-Hola, amigo, ¿Qué hace ahí colgado?
El hombre si que podía caminar por el suelo.
-Yo... no se explicarle...
La puerta de la cocina se abrió de golpe y un pez del tamaño de un pastor alemán irrumpió en la sala buscando a su dueño. Jaime no tenía palabras.
-Ah, mi viejo amigo sardinilla, llevamos mucho tiempo juntos, sabe.
-Ya...- Jaime no creía lo que miraba.
Echó un vistazo a la casa desde su incomoda posición en el techo, cada pared era de un color chillón diferente, amarillo, verde, azul. Causaba paranoia estar en ese lugar. Jaime se empezó a marear. El pitido que escuchaba por las noches volvió a invadir su cabeza. Salió tambaleándose, bajo del árbol de forma atropellada y se sentó junto a su tronco. Todo le daba vueltas. El pitido se hizo constante. Perdió el conocimiento.
En el control de planta la luz roja de la habitación 302 se iluminó. Una enfermera salió corriendo hacia el despacho del médico de planta.
-Doctor, el paciente del accidente de tráfico ha entrado en parada.
De pronto la habitación se llenó de personal sanitario. Intentaron reanimarlo de todas las formas posibles. Nada. Todos salieron de la habitación.
-Bueno Jaime, no has podido salir del coma, descansa en paz.- Pronunció un médico mientras escribía la hora de la defunción en su historial clínico.
Mientras tanto en la habitación de al lado un mulato limpiaba la habitación, cuando de pronto una chica que entró por un atropello y había estado en coma despertó.
-Buenos días mi linda muchacha. ¿Cómo se llama?
FIN
FIN
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