Al terminar de comer Pepito y Jaime dieron una vuelta por aquel extraño pueblo. Una calle central y cinco casas a cada lado, todas de madera al estilo americano de siglo dieciocho. La urbanización estaba rodeada por un profundo bosque a excepción del lado de abajo de la calle en la que estaba la parada del tren. Se internaron en el bosque por un pequeño sendero que bajaba hacia un lago. Al llegar anocheció.
-Que pronto anochece aquí.
-Mire chico aquí el tiempo funciona de otra manera, mire su reloj.
Jaime observó como la aguja de las horas giraba en sentido contrario de forma rápida, el minutero giraba aún más veloz en sentido correcto y el segundero giraba tan rápido que era imposible verlo.
-Subamos a cenar, chico, pronto refrescará mucho y será mejor estar en casa.
Fueron al restaurante de María, sólo había un hombre calvo dentro.
-María mi "amol"- dijo Pepito abriendo los brazos.- Venimos a cenar, póngame unas lentejas de esta mañana que estaban rebuenas.
-Yo...-titubeó Jaime-quiero... unas tostadas y un vaso de leche.
-Chico con lo delgado que está y comiendo tan poco me va a desaparecer- y estalló en una carcajada.
Se sentaron dos mesas antes de la del extraño hombre calvo, quien se giró a saludar a Pepito. Tampoco tenía pelos en las cejas, ni barba, pero tenía los poros muy abiertos. Jaime se sentó mientras Pepito reía con aquel hombre.
-Ese señor Luis es muy gracioso- dijo Pepito volviendo de la otra mesa y sentándose con Jaime.
María trajo las tostadas, como no, la mitad hechas y la otra no, untadas a la mitad y el vaso de leche templado. Jaime comió resignado. Tras la cena Fueron a la casa de Pepito, tenía dos plantas.
-¿Le gusta chico? Antes era un granero, yo mismo la reformé hace ya mucho tiempo.
Jaime dormía en una habitación de invitados en la planta de abajo. No paraba de dar vueltas, seguía metido en su cabeza aquel pitido rítmico de la máquina a la que le conectaron en el hospital. Decidió salir a dar una vuelta. Justo la casa de enfrente tenía la puerta abierta. Jaime entró, tenía un largo pasillo que estaba a oscuras. Una tenue luz nacía al fondo. Caminó despacio hasta llegar a la sala de la que emanaba la luz. Había un hombre desnudo sentado en un taburete. En su mano había una de esas pinzas pequeñas que se usan para quitar pelos. Un hombre calvo estaba mirándose obsesivamente todo su cuerpo y en cuanto veía un pelo se lo quitaba.
-Un pelo, otro pelo, otro pelo, un pelo, otro pelo, otro pelo...- repetía sin parar.
De pronto dejó de hablar y de quitarse pelos. Se giró y miró fijamente a Jaime. Tenía los ojos rojos y las pupilas dilatadas. Era Luis el hombre de la cafetería. Jaime se asustó y salió corriendo. Se metió en la cama e intentó dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario