sábado, 5 de febrero de 2011

Correr

Ayer me fui a correr por primera vez desde que tenía 14 años. Al principio la cosa iba bien, luego se me fueron cargando un poco los gemelos y a los dos minutos desde que salí de mi casa me tuve que parar a vomitar. Luego volví dando un paseo, lo más raro es que tarde menos en volver a mi casa andando que desde mi casa hasta donde tiré mi hígado corriendo. Supongo que si me hubiese ido con un espejo no habría llegado a ese punto. Debí suponer el jugoso final ya que cada vez que pasaba junto a alguien oía como sacaban su teléfono móvil y con voz nerviosa decían “si rápido, necesitamos una ambulancia, hay un chico corriendo al que le está dando un infarto… que cómo lo sabemos… pues porque tiene la cara totalmente descompuesta y de un color violeta oscuro, no creo que dure dos esquinas más”.
Lo pero de todo no fue salir a correr, lo dramáticamente insoportable me sobrevino al día siguiente, ¿quién demonios inventó el nombre de agujetas? Así dicho parece una tontería, algo poco importante, para el insoportable dolor que yo sufrí deberían inventar un nuevo termino, no se algo como muerte muscular, músculos taladrados, no se algo que al oírlo la gente sepan de verdad por lo que estás pasando, como cuando alguien te pregunta como estás y le dices que ayer se murió tu padre.
Otra cosa que pasa después de correr es intentar llevar tu vida diaria de forma normal con esas terribles agujetas, si nada más que ponerte un pantalón necesitas más infraestructura que para montar el puente de brooklin, que si te apoyas en la cama, subes una pierna a la silla con la otra pierna intentas mantener el equilibrio… si es que no puedes doblarlas, es como si te desaparecieran las rodillas. En fin, hacer deporte es muy malo. Bueno queridos reclutas de la vida, nos vemos la semana que viene con otro caso que me haya acontecido, un saludo y que nadie os toque los cojones.

viernes, 4 de febrero de 2011

El viaje de Jaime capítulo 5

Jaime se despertó pronto, había pasado muy mala noche. Pepito estaba vistiéndose.
-¿Ya se levantó chico? Discúlpeme que le deje solo es que tengo que ir al hospital a trabajar. ¿Se las apañará bien no?
-Si tranquilo, estaré bien- pronunció desperezándose.
Pepito salió a la estación, Jaime le acompañó para despedirlo e ir luego a desayunar. El tren llegó en menos de un minuto. Era raro, parece que aquel cubano mandaba más de lo que parecía en ese extraño pueblo. Cuando salió el tren Jaime decidió seguir las vías, para ver si daban a algún lugar más civilizado que aquel. Anduvo durante una hora cuando de pronto las vías morían al pie de un árbol enorme. Encima de una de sus ramas le pareció ver una casa de madera. Se encaramó hasta llegar a la puerta. La casa era de una planta y parecía grande desde fuera. Había algo raro, las cortinas estaban colgadas al revés, como si el suelo fuera el techo. Fue a llamar a la puerta pero ésta se abrió. Entró y de pronto una sensación de vértigo le sacudió. Estaba andando por el techo, si estiraba las manos podía tocar el suelo. Se oía una voz hablar en la cocina.
-Toma anda, y no te lo acabes todo o te pondrás gordo.
-¡Hola!- grito Jaime asustado
-Si un momento ahora salgo que estoy dando de comer al pez.- Contestó una voz.
La puerta de la cocina se abrió y salió un hombre de unos treinta años, muy delgado y nervioso.
-Hola, amigo, ¿Qué hace ahí colgado?
El hombre si que podía caminar por el suelo.
-Yo... no se explicarle...
La puerta de la cocina se abrió de golpe y un pez del tamaño de un pastor alemán irrumpió en la sala buscando a su dueño. Jaime no tenía palabras.
-Ah, mi viejo amigo sardinilla, llevamos mucho tiempo juntos, sabe.
-Ya...- Jaime no creía lo que miraba.
Echó un vistazo a la casa desde su incomoda posición en el techo, cada pared era de un color chillón diferente, amarillo, verde, azul. Causaba paranoia estar en ese lugar. Jaime se empezó a marear. El pitido que escuchaba por las noches volvió a invadir su cabeza. Salió tambaleándose, bajo del árbol de forma atropellada y se sentó junto a su tronco. Todo le daba vueltas. El pitido se hizo constante. Perdió el conocimiento.
En el control de planta la luz roja de la habitación 302 se iluminó. Una enfermera salió corriendo hacia el despacho del médico de planta.
-Doctor, el paciente del accidente de tráfico ha entrado en parada.
De pronto la habitación se llenó de personal sanitario. Intentaron reanimarlo de todas las formas posibles. Nada. Todos salieron de la habitación. 
-Bueno Jaime, no has podido salir del coma, descansa en paz.- Pronunció un médico mientras escribía la hora de la defunción en su historial clínico.
Mientras tanto en la habitación de al lado un mulato limpiaba la habitación, cuando de pronto una chica que entró por un atropello y había estado en coma despertó.
-Buenos días mi linda muchacha. ¿Cómo se llama?
FIN

jueves, 3 de febrero de 2011

El viaje de Jaime capítulo 4

Al terminar de comer Pepito y Jaime dieron una vuelta por aquel extraño pueblo. Una calle central y cinco casas a cada lado, todas de madera al estilo americano de siglo dieciocho. La urbanización estaba rodeada por un profundo bosque a excepción del lado de abajo de la calle en la que estaba la parada del tren. Se internaron en el bosque por un pequeño sendero que bajaba hacia un lago. Al llegar anocheció. 
-Que pronto anochece aquí.
-Mire chico aquí el tiempo funciona de otra manera, mire su reloj.
Jaime observó como la aguja de las horas giraba  en sentido contrario de forma rápida, el minutero giraba aún más veloz en sentido correcto y el segundero giraba tan rápido que era imposible verlo.
-Subamos a cenar, chico, pronto refrescará mucho y será mejor estar en casa.
Fueron al restaurante de María, sólo había un hombre calvo dentro.
-María mi "amol"- dijo Pepito abriendo los brazos.- Venimos a cenar, póngame unas lentejas de esta mañana que estaban rebuenas.
-Yo...-titubeó Jaime-quiero... unas tostadas y un vaso de leche.
-Chico con lo delgado que está y comiendo tan poco me va a desaparecer- y estalló en una carcajada.
Se sentaron dos mesas antes de la del extraño hombre calvo, quien se giró a saludar a Pepito. Tampoco tenía pelos en las cejas, ni barba, pero tenía los poros muy abiertos. Jaime se sentó mientras Pepito reía con aquel hombre.
-Ese señor Luis es muy gracioso- dijo Pepito volviendo de la otra mesa y sentándose con Jaime.
María trajo las tostadas, como no, la mitad hechas y la otra no, untadas a la mitad y el vaso de leche templado. Jaime comió resignado. Tras la cena Fueron a la casa de Pepito, tenía dos plantas.
-¿Le gusta chico? Antes era un granero, yo mismo la reformé hace ya mucho tiempo.
Jaime dormía en una habitación de invitados en la planta de abajo. No paraba de dar vueltas, seguía metido en su cabeza aquel pitido rítmico de la máquina a la que le conectaron en el hospital. Decidió salir a dar una vuelta. Justo la casa de enfrente tenía la puerta abierta. Jaime entró, tenía un largo pasillo que estaba a oscuras. Una tenue luz nacía al fondo. Caminó despacio hasta llegar a la sala de la que emanaba la luz. Había un hombre desnudo sentado en un taburete. En su mano había una de esas pinzas pequeñas que se usan para quitar pelos. Un hombre calvo estaba mirándose obsesivamente todo su cuerpo y en cuanto veía un pelo se lo quitaba.
-Un pelo, otro pelo, otro pelo, un pelo, otro pelo, otro pelo...- repetía sin parar.
De pronto dejó de hablar y de quitarse pelos. Se giró y miró fijamente a Jaime. Tenía los ojos rojos y las pupilas dilatadas. Era Luis el hombre de la cafetería. Jaime se asustó y salió corriendo. Se metió en la cama e intentó dormir.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El viaje de Jaime capítulo 3


Fueron juntos a una estación de tren. Sacaron unos billetes y subieron a un cercanías. Jaime miró el destino que ponía en el billete Villa Limbo.
-Le noto preocupado chico, qué le ocurre, ¿no le gusta el nombre de la urbanización en la que vivo?- dijo sonriendo.
-No, no es eso- la voz de Jaime sonaba fatigada- es que no recuerdo nada, y voy en un tren con una persona que acabo de conocer a un lugar del que no he oído hablar en mi vida.
-¿Y eso le preocupa chico? Hay mayores problemas en el mundo, además yo solo soy un pobre cubanito que friega el suelo del hospital desde hace muchos muchos años- y soltó su fuerte carcajada.
Llegaron cerca de mediodía a la urbanización. De urbanización tenía poco, más bien se trataba de una calle recta con cinco casas de madera a cada lado. Era un milagro que tuviera estación de tren. La casa del cubano era la primera más cercana a la estación.
-Póngase cómodo chico que vamos a comer al restaurante de María, hace unas lentejas con chorizo buenísimas.
El restaurante se mantenía en pie de milagro. Era una vieja casa de madera de una sola planta, de forma rectangular con una barra en el fondo. El cubano vio la mirada de terror de Jaime por comer hay dentro.
-No se preocupe chico, esto lleva mucho tiempo en pie y nunca se ha caído. María dos deliciosos platos de lentejas con chorizos de esos tan buenos que tu sabes hacer.
-Marchando pepito dijo una alegre mujer de cuarenta años gordita y rubia.
Jaime se quedó mirándola extrañado. Sólo llevaba media cara maquillada y media cabeza pintada. Al sentarse en la mesa Jaime miró los cuadros que adornaban el restaurante. Habían en total cinco, pero estaban como a medias. El primero era una flor, estaba dibujada como si lo hubiera hecho un niño de seis años, un tallo un círculo encima y varios pétalos, pero solo estaba dibujado la mitad del círculo y la mitad de los pétalos. El siguiente cuadro era un coche, también dibujado al parecer, por un niño, pero solo estaba dibujada la parte delantera. El último cuadro que alcanzaba a ver era el relato de un hombre mulato, pero sólo había dibujada media cara.
-¿Le gustan los dibujos?- sorprendió pepito a Jaime mirando.- Mi favorito es aquél, el del hombre mulato- bajó la voz y casi susurrando dijo- Soy yo- y rompió a reír.
-Pero... están... como a medias.
-Que observador es usted chico. Los pintó María es una artista.
María dejó los platos de lentejas en la mesa y miró a Jaime mostrándole una sonrisa maternal. Se marchó y pepito le dio una palmada en el culo, aceleró el paso soltando risitas. Jaime hundió la cuchara en el plato, tenía hambre, empezó a masticar. Cómo no, la mitad del plato estaba crudo.

martes, 1 de febrero de 2011

El viaje de Jaime capítulo 2

Un rítmico y monótono pitido despertó a Jaime. Estaba en un hospital, el pitido era una de esas máquinas que te miden los latidos del corazón a la que se encontraba conectado.
-No se preocupe chico, no está tan grave-. La voz tenía un inconfundible acento cubano.
Miró al fondo de la habitación del hospital y vio a un mulato de unos cincuenta años limpiando.
-Me llamo José, pero aquí todos me llaman pepito el grillo, ¿sabe por qué, no?- y estalló en una sonora y gutural carcajada. Se acercó a Jaime.
-Usted debe ser...- le cogió la mano y miró la pulsera de ingreso- Jaime, pone aquí. Ah si, he oído que han ingresado a un chico joven con amnesia, debe ser usted. Tranquilo dicen que no es grave, que es por el estrés del accidente. Por cierto despidase de su carro, quedó destrozadito.
Jaime estaba mareado, no recordaba nada y las aceleradas palabras de aquél mulato le llenaban la cabeza.
Esa misma tarde le dieron el alta, se quedó parado en la puerta del hospital sin saber dónde ir.
-¡Camarada!
Estalló una alegre voz tras él. 
-Qué bueno, ya le dieron el alta. Seguro que no tiene a dónde ir. Venga con migo sólo hasta que se cure. Usted tranquilo que no lo voy a violar ni nada de eso-. Y estalló en otra carcajada.