domingo, 15 de marzo de 2009

De cero a cien

Dicen que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa ante tus ojos y debe ser cierto. Todo empezó hace unos veinte años, yo tenía la tierna edad de diez y siempre estaba jugando en la calle con mi amigo Antonio. Vivíamos en un pueblo grande o una ciudad pequeña, depende de quien lo vea, en el verano hacía mucho calor y en invierno mucho frío. Su actividad principal era industrial, por ello tenía multitud de polígonos, yo vivía con mi familia en un barrio pobre, muy cerca de uno de esos polígonos. Mi familia era la típica, una madre, a la cual todo el barrio conocía coma la Lola, un padre Don Manuel, que se dedicaba a vender ropa por los mercadillos de la zona y dos hermanos, el mayor Manuel, que estaba en la cárcel según mi madre porque un juez le tenía manía, y un hermano pequeño que era un bebé por aquel entonces Arturo.
Cierto día se nos quedó pequeño eso de correr en la calle, comprobamos que era más divertido romper cosas, y así empezó todo. Al principio rompíamos cristales de fábricas abandonas y entrábamos a explorarlas, la verdad es que era muy excitante, recuerdo una vez, cuando estábamos en el interior de una, oímos un ruido y de repente en un pasillo salió un perro enorme, al verlo nos asustamos y echamos a correr el perro nos siguió, conseguimos llegar a la ventana y saltar. Siempre recordaré la cara de miedo que puso Antonio, aunque supongo que fue exacta a la mía.
No se como fue el paso intermedio pero de que me di cuenta estaba reventando los cristales de un Seat Ritmo para quitarle el radio casete. Nos pilló una pareja de polis uno mayor y canoso con bigote y el otro joven y alto. Nos llevaron a Comisaría y llamaron a nuestros padres. Vino mi madre y me calló una buena bronca.
Iba andando por la calle, un poco en mi mundo cuando de repente una moto de campo se subió a la acera y casi me atropella, salí corriendo detrás a ver si conseguía pillarle para darle su merecido, este hizo un tremendo derrape.
-Antonio, tío- dije con sorpresa- casi me atropellas capullo.
-Que pasa Vicen, que vas empanado- dijo riéndose- ¿Has visto que cacharro me he “comprado”?
-Joder tío que pasada, vamos a dar una vuelta 
Subí a la motocicleta y nos dirigimos al centro del pueblo. Era una mañana de domingo de un soleado día de otoño, de esos en los que a la sombra hace frío y al sol calor, todavía podía olerse el final del verano. Vimos como empezaban a salir las ancianas de la iglesia, todas súper emperifolladas para aparentar más que la vecina.
-Mira esa vieja, la del pelo rojo- me dijo Antonio
-Vale- le dije sin más dilación.
En ese momento frenó un poco la moto y fue acercándose a la señora casi con la moto parada, la señora caminaba por la acera cerca del borde con la carretera, por lo que resultaría más fácil.
-Ahora corre tío- grité mientras dejando caer mi peso sobre el estribo derecho de la motocicleta alargué el brazo y cogí con fuerza el asa del bolso
Antonio aceleró girando el puño bruscamente, lo que casi hizo que me cayera de la moto.
-¡Mierda tío!- grité asustado al ver que la vieja había agarrado el bolso con fuerza y no pensaba soltarlo- frena, frena ostia.
Antonio giró la cabeza y al ver como la señora iba arrastras gritando auxilio empezó a reírse de forma histérica. Finalmente consiguió soltarlo y pudimos salir en dirección a una nave abandonada para echarle un ojo al botín y así dividirlo.
-Bien, vamos a ver- dijo Antonio mientras abría el bolso- solo lleva un monedero enorme con…- abrió la cremallera- ¡mira vicen! Diez mil cucas colega.
-Ostia tío de coña, pero creo que te has pasado un poco con la vieja ¿no crees?
-Venga anda no me seas sensiblero, si te sientes mal me quedo yo con el dinero- dijo entre carcajadas.
Le pegué un capón cariñoso mientras nos reíamos y nos repartimos el dinero.

Recuerdo un día de primavera, que estábamos sentados en el parque fumando unos cigarrillos, cuando vino un primo de Antonio con la cara llena de sangre y la ropa rota.
-¡Luis primo que te ha pasado!- gritó Antonio mientras se levantaba corriendo para ayudar a andar a su primo.
-Joder primo, han sido esos cabrones del barrio sur, estaba hablando con una chica llegaron por detrás, y me golpearon con palos, casi me matan- y acto seguido se puso a llorar.
-Vicen ya sabes lo que nos toca hacer- asentí con la cabeza, nos subimos a la moto y cogimos dirección al barrio sur.
Era un barrio parecido al nuestro, solo que estaba en la otra punta del pueblo, allí vivían los Ganzúa, unos hermanos muy agresivos que siempre estaban metiéndose en peleas, al llegar fuimos a un callejón donde según Antonio se solían poner a trapichear, el plan era entrar rápido con la moto, y junto con unos palos que habíamos cogido de un contenedor darles una paliza. Teníamos que ir con cuidado porque ellos eran más. Entramos gritando y con la moto al máximo de revoluciones, al oír el motor el más alto del grupo se giró, llevaba encima de su cuello todo el oro que puede haber en una joyería, le di agarrando fuerte el palo y pude observar como le saltaban los dientes. Antonio giró la moto con un brusco derrape ya que casi nos estampamos con el muro que cerraba el callejón y debido a ello caí al suelo, por suerte al que golpee estaba en el suelo y dos salieron corriendo detrás de Antonio y solo uno fue a por mi, el problema era que llevaba una navaja enorme en la mano, yo conservaba el palo en mi mano, él lanzo la navaja directa a mi abdomen conseguí esquivarlo, y lancé con todas mis fuerzas un golpe en la cabeza que lo dejó tirado en el suelo, ante esto aproveché para salir corriendo, no sin antes darle una patada en el estomago al que había dejado mellado.
Unos días más tarde estaba en mi casa y llamaron a la puerta, era Antonio y tenía cara de asustado.
-Vicen tío, te están buscando
-¿Quién?- dije estremecido
-Los Ganzúa te están buscando, has matado a uno de los suyos.
Mi madre lo oyó y apareció corriendo y llorando
-¿Que has hecho vicnetín? – Me gritó- esa gente te va a matar, hay dios mío dios mío.
-Pero yo no...
-Tienes que salir de aquí- interrumpió mi madre- lejos, irás con la prima Dolores.
La prima Dolores era la única de la familia a la que le iban bien las cosas, le gustaba mucho bailar y se pudo apuntar a una academia. Con mucho esfuerzo y trabajando de día consiguió pagarse las clases, era tan buena que fue elegida para cursar sus estudios en Ciudad Capital, en una escuela de Ballet. Así que no había más que decir, saque los billetes y salí para allá.

Cuando llegué a aquella gran estación sentí como que todo iba a salir bien, lo único que tenía era la dirección de donde vivía la prima ya que según mi madre siempre estaba muy ocupada como para llamar y de vez en cuando, le enviaba alguna carta.
Conseguí encontrar su casa pero no coincidía con lo que me había contado mi madre. Era un barrio marginal, con todas las calles llenas de basura, gente calentándose junto a bidones ardiendo y un fuerte olor del todo indescriptible. Me acerqué a un hombre mayor que se frotaba las manos junto a una hoguera que había montado con palés de obra.
-Buenas tardes, ¿me podría decir donde puedo encontrar a Laura Heredia?
-Si chaval, vive en aquel callejón.
En realidad parecía una cueva porque era oscura y había ropa colgando de los cables de la luz, de los cuales tendían enganches de más cables que conducían a diversas ventanas. Subí al tercero ya que eso ponía en la última carta que envió a mi madre y al entrar la vi sentada en una silla con una goma atada a su brazo derecho y medio colocada.
-Vicen primo- dijo con voz gangosa casi sin poder enfocar bien la mirada hacia mi.
-Prima, ¿que te ha pasado?
-Verás, muchas veces las cosas no salen como tu deseas- se levantó de la silla quitándose la goma del brazo- por favor no le digas nada a tu madre, no quiero que sufra más.
Decidí que era lo mejor que se podía hacer.
Poco a poco me fui acostumbrando a vivir allí, había buena camaradería entre los vecinos de aquel barrio. Tras dos años ya era uno más. Un día de caluroso verano se acercó un hombre que decía que era el novio de mi prima, se llamaba Mohamed.
-Así que tu eres su primo- me dijo chapurreando el español.
-Si, ¿por qué?- contesté a la defensiva.
-Tranquilo jefe, solo quería hablarte de negocios- asentí con la cabeza- verás se que vienes de un pueblo mediano con muchas industrias.
-Si, así es
-Tienes a algún amigo de confianza, de los que le encomendarías tu propia vida
-Si al Antonio, lo conozco desde pequeño y siempre nos hemos metido en líos juntos y nunca me ha fallado.
-Bien, necesito que tu amigo venda todo esto en tu pueblo.
Me enseñó una pastilla del tamaño de las de turrón de color marrón.
-¿Qué es eso?- le pregunté 
-Se llama hachís muchacho- contestó riéndose-, llévale estos dos paquetes a tu colega, que los corte en dosis y las venda a dos mil quinientas pesetas, el se queda quinientas y el resto me lo traes, ¿comprendido?
Afirmé con la cabeza
-Si esto sale bien te harás de oro jefe- dijo dándome la mano- pero como me falles lo pagarás caro- y se marchó.
Me había metido en un buen lío sin darme cuenta, pero según parece mi vida estaba destinada a ser siempre así. Se lo expliqué a Antonio y le gustó la idea, en poco tiempo empecé a ganar dinero, cada vez Mohamed me daba más mercancía, por lo que todo iba viento en popa.
Al año de haber empezado el negocio el moro vino a verme.
-Ah jefe, sabía que podía confiar en ti, tenemos que ampliar el negocio.
Me agarró por el hombro y me llevó una calle más arriba, se metió la mano en el bolsillo y un mercedes nuevecito se abrió, dentro llevaba unas bolsas de polvo blanco.
-Ahora tienes que llevar esta mercancía, que es más cara y nos dará más beneficios, ten cuidado de si alguien te sigue, y sobre todo no pierdas ni un paquete o tendrás responsabilidad directa en ello.
Parecía que la cosa se ponía seria, pero bueno, era lo mismo pero en vez de hachís, coca, a mi me daba igual. Gané mucho dinero, me compre un piso en otro barrio que olía mejor y dejé a mi prima la cual en esos tres años que estuve allí nada más que se colocaba y se acostaba con tíos, resultó que Mohamed no era su novio, era su chulo. Le mandaba cartas a mi madre, la cual estaba muy orgullosa, pero no le decía nada de los paquetes que manejaba, tan solo que trabaja de representante para una empresa textil. Un día recibí una carta que jamás olvidaré. Era de mi madre, me contaba que Antonio, mi amigo del alma había muerto por una sobredosis de no se qué. ¡Que idiota! Fue lo primero que pensé, solo tenía que venderla, no meterse esa mierda. Como el correo era lento no pude asistir al entierro pero fui a visitar su tumba. No quise pasar por casa porque mi madre empezaría a preguntarme cosas y al final acabaría contándoselo.
-Descansa en paz amigo mío- dije mientras acariciaba la foto que había en su tumba, siempre sonriente, descansa en paz.
Mientras salía del cementerio me di cuenta de que sin Antonio ya no tenía a nadie que introdujese la droga en mi pueblo, y eso enfurecería a Mohamed, así que busque a algún viejo amigo que pudiera suplirle.
Dando una vuelta por el barrio me encontré a Luis, que era el primo de Antonio al que pegaron los del barrio sur y al que por ayudar me tuve que ir de allí.
-Hola Luis, es que no te acuerdas de mi- le dije al cruzarme con el, ya que no me había conocido.
-Joder, Vicen tío, no te había conocido con esa ropa tan cara, tienes pinta de que te va de lujo.
-Si, la verdad es que no me quejo, siento lo de Antonio- dije dándole la mano.
-Ah, si, la verdad este último año estaba huidizo, y muy demacrado, pero bueno, era algo que se veía venir.
-Tengo que proponerte algo, recuerdas que yo te ayudé cuando te pegaron los del barrio sur ¿verdad? Y que por eso tuve que salir pitando de aquí.
-Si, lo recuerdo y sigo en deuda contigo.
-Pues bien, ha llegado el momento de cobrártela, ¿estarías dispuesto a mover por el pueblo una mercancía un tanto especial?
-Así que eras tú el que se la daba a Antonio, nunca dijo nada.
Eso era típico de él, nunca me traicionó.
-Ganarás mucha pasta Luis.
-De acuerdo, necesito la pasta tío, en casa estamos bastante mal.
Sellamos el acuerdo con un apretón de manos, recordándole lo que podría pasar si me fallaba.
Todo fue bastante bien los primeros meses, pero un día Luis me llamó porque necesitaba quedar para negociar el precio que el se quedaba. Yo accedí pero no le subiría mucho más su parte ya que Mohamed también me apretaba con el precio. Quedamos en la estación, bajó y nos fuimos a mi coche a hablar.
-¡Joder vicen! te has comprado un Audi, como tiras.
-Si, parece que el negocio va bien, bueno vamos al grano, cuanto quieres- dije secamente.
-Quiero cinco mil pesetas más por bolsa de beneficio.
-Eso es demasiado, te doy dos mil más.
-Bien, eso me gusta más.
Me extrañó que llegáramos a un acuerdo tan rápido, pero bueno, había sido fácil.
-Mira ya que estás aquí tengo varias bolsas que podrías llevarte, las llevo en el maletero.
Bajamos del coche para dárselas, Luis estaba muy nervioso y sudaba, justo cuando me disponía a abrir el maletero vi algo que me llamó la atención, justo en la acera de enfrente estaba estacionado un opel calibra, muy tuneado, con alerones, bajos y una pintura verde brillante muy fea, los cristales traseros estaban tintados pero pude ver al piloto, era uno de los ganzúa, al que le rompí los dientes, me sonrió y pude ver que tenía tres sientes de oro. Empujé con fuerza a Luis y me subí al coche.
-¡Eres un maldito hijo de puta, me has vendido!
-Los siento tío, el pueblo ha cambiado mucho y ya no tengo a Antonio, lo siento…- dijo entre sollozos de rodillas en el suelo.
El opel salió chillando rueda, era muy veloz, subí por la calle principal iba haciendo eslalon por entre los coches, me seguían de cerca, giré a la derecha por la primera calle que pude, había un ford fiesta saliendo de su aparcamiento por lo que tuve que clavar los frenos, las ruedas chillaron salvajemente, olía a goma quemada, me quedé a un centímetro del morro del ford, giré el volante hacia la izquierda y me metí por otra calle, parecía que los había perdido, pero en ese momento aparecieron por mi derecha en un cruce de calles, no me lo esperaba ya que por esa calle es dirección prohibida de subida. Se estamparon contra el morro de mi Audi dejándolo fuera de combate, giré la llave pero no arrancaba, salí corriendo, al parecer el opel quedó también averiado, se abrieron las puertas y salieron cuatro personas de él, en las manos llevaban cadenas, llaves inglesas y palos. Atravesé un parque empujando a la gente, giré hacia la derecha, no sabía donde estaba, el pueblo había cambiado y yo estaba desorientado por el golpe. La cagué, era un callejón, mas bien el callejón, si, aquel en donde desdenté al que me perseguía y donde maté a otro.
-Bueno chaval, parece que el destino nos vuelve a juntar, tú, mi familia y este callejón, bueno mi familia entera no, falta mi hermano, el Oscar, tú lo mataste capullo.
-Tío en el coche tengo dos bolsas de coca de las que puedes sacar un pasta- dije nervioso, cógelas te forrarás.
-Si, eso ya lo he hecho, pero yo solo quiero ver tu sangre en el suelo de este callejón, se lo debo a mi hermano.
-No, oye podemos hablarlo- dije aterrado- te doy lo que quieras- dije acercándome a él.
En ese momento note como algo se introducía en mi estómago, escocía mucho, se oyó una sirena de policía, sacó la navaja girando su muñeca para que la herida fuese mucho más grande y salió corriendo, caí al suelo, sentía frío, estaba muy cansado, un coche llegó y salió un hombre, era la poli.
-Chaval, tranquilo que viene la ambulancia- dijo con voz nerviosa mientras me tapaba la herida, era aquel poli joven que iba con el viejo gordo cuando rompí el cristal de aquel Seat ritmo, solo que empezaban a asomarle canas a su pelo, cerré los ojos, ya no podía más.
Dicen que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa ante tus ojos y debe ser cierto, tumbado en ese mal oliente callejón, mientras iba durmiéndome y el calor se me escapaba, reviví toda mi vida, la verdad es que no he sido tan malo, todo podría resumirse con la frase “es que siempre estaba en el lugar equivocado”. Ahora ya no hay marcha atrás, cuando pasas de cero a cien demasiado rápido no frenas hasta que no es demasiado tarde.

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