-En el cubo de la basura no hay nadie- el sonido era de una voz de hombre.
-Bien, volvamos a informar al jefe- era una voz de mujer.
De pronto un chino vestido de camarero me agarró de la chaqueta abrió la puerta trasera de la cocina y me lanzó a la calle gritando en su idioma. Caí de bruces al suelo. El hombre y la mujer ya no estaban. Salí de nuevo a la calle, ya no llovía. Las paredes de los pisos y las aceras lloraban gotas de agua, el frío húmedo te traspasaba y te hacía tiritar. Me llevé la mano al bolsillo de la chaqueta. Ahí estaba menos mal. Era un pequeño paquete que me habían dado hace una hora.
-Toma, Bruno dice que lo lleves a la calle Teniente Llorca, allí un hombre con sombrero te espera junto a una máquina de refrescos se lo entregas y te largas.
Parecía sencillo, mi amigo Carlos lo hacía a menudo y se llevaba un buen pico. Yo iba mal de dinero y decidí participar.
-Ten cuidado que es gente peligrosa- me dijo.- Debí hacerle caso.
Llegué a la calle donde tenía que dejar el paquete, vi la maquina de refrescos. Olía a meado en esa vieja calle. La noche ya despejada y húmeda hacía retumbar mis pasos. Vi un hombre apoyado en la máquina. Me acerqué.
-Hola amigo, bonito sombrero...- No me contestó.-¡Oye despierta!-
Al ir a tocarlo su cuerpo se desplomó sin vida al suelo. Me asusté. no sabía que hacer. De pronto un joven salió corriendo de detrás de un cabina de teléfonos. Parecía que iba a por mi. Pasó de largo por la acera de enfrente. Lo peor fue la mirada que me echó. Fue como decirme "la has liado tío". Salí de aquella calle en dirección a mi casa.
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