Mientras me dirija ami casa sopesé la idea de echar un vistazo al contenido de aquel pequeño paquete cuadrado. Las instrucciones eran muy claras respecto a este extremo. "Jamás lo abras". Paso a paso mi mente no paraba de darle vueltas al asunto. ¿Por qué no? total el contacto al que debía entregárselo estaba muerto. De pronto sin darme cuenta tropecé con un chiquillo.
-Perdone señor.
-Ten más cuidado niñato.
Tras varias calles de calentamiento de cabeza decidí abrirlo. Un poco más adelante había una vieja cafetería, justo en esa misma acera. Entré. Sonó un timbre que avisaba que un nuevo cliente estaba en el local.
-Un café solo- dije a la camarera mientras me sentaba en un mesa junto al gran ventanal.
La camarera me sirvió con una sonrisa, era rubia, gordita y de unos cuarenta años, muy simpática. Metí la mano en el bolsillo interior de la chaqueta para coger el paquete. Mierda. No estaba. Me levanté tan rápido que me tiré encima el café. Salí corriendo a la calle ante la mirada asustada de la camarera. Miré por el suelo. ¡Joder! De repente tuve un flash. El niñato. Estaba en un buen lío.