La madrugada creaba una densa niebla en el valle, a lo lejos en un llano se podía ver un edificio de dos plantas. Era un hospital, un extraño hospital pues sólo tenía la planta de nacimientos y la planta de defunciones. En el interior había una garita. Estaba a oscuras, era tarde, de madrugada. Un celador dormía sentado en su silla frente a un panel de luces, debajo de cada cual se podía leer un número. De pronto una lucecilla roja del panel empezó a parpadear, debajo se leía 215. Una alarma empezó a sonar. El celador se despertó de un sobresalto, miró el panel y corrió hacia el cuarto de las enfermeras de guardia, abrió de forma brusca despertándolas.
—Rápido, la alarma de la doscientos quince está sonando.
Las tres enfermeras del turno de guardia se miraron preocupadas, subieron al ascensor, sus caras mostraban tristeza, ninguna hablaba. Se abrió la puerta del ascensor y corrieron por un largo pasillo hacia la puerta del la habitación. Entraron encendiendo la luz torpemente. Le pusieron un gotero que emitía unos brillos multicolores, como si estuviera lleno de polvos mágicos.
—No se puede hacer nada por él— dijo la enfermera de más edad.
—Que lástima, era muy joven. Que te vaya bien Miguel Martínez.
Miguel Martínez era un chico de 25 años, era muy alegre, siempre había tenido un sueño, tener su propio restaurante. Había ahorrado todo lo que podía, pero aún así no le llagaba para el alquiler del local. Andrés Urrutia era su amigo, se conocieron en el instituto. Siempre salían juntos de fiesta. Andrés también quería abrir un negocio, aunque a él le gustaba más la noche, quería abrir un pub. Miguel le propuso el negocio del restaurante, Andrés pensó que como inversión estaría bien y que con el tiempo convencería a su amigo y acabarían teniendo su ansiado pub. Las cosas empezaron bien, demasiado bien para Miguel. Andrés también estaba contento, manejaba mucha pasta y todas las noches salía de fiesta. Desfasaba demasiado, pronto empezó a tomar más que copas, empezó con la coca, se le fue mucho dinero. Empezó a apostar para recuperar, perdió todo su dinero y todo lo que le prestó Miguel. Perdió incluso el restaurante. Andrés desapareció. Miguel heredó deudas, muchas de ellas a gente peligrosa que quería cobrárselas lo antes posible. El sueño de Miguel murió, de pronto se vio enterrado de problemas.
Cuando un sueño muere, una parte de nosotros muere con él.
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