jueves, 1 de abril de 2010

Dios no está ni vendrá

Sonó el teléfono del despacho, Carlos descolgó.
—¿Dígame?
—Soy yo…— sonó una voz de mujer con tono abatido.
—Dime, Carol, cariño, ¿Qué te ha dicho el doctor?
—El tumor… es maligno… me tienen que hacer más pruebas, pero…. — y rompió a llorar.
—No cariño, no, no llores— un nudo en la garganta le impedía decir nada más. —Ahora mismo salgo de la oficina y voy para casa, no te muevas de allí.
Carlos salió corriendo de su despacho, la gente le miraba. Lágrimas poblaban sus ojos descendiendo por las arrugas de su cara. Arrugas de preocupación, de meses de angustia hasta saber los resultados. Resultado, el peor posible. <<Dios, por qué le haces esto>>.
Carlos había sido muy creyente desde pequeño. Se crió en un orfanato porque no tenía padres. Allí el único lugar en el que se encontraba cómodo era en la capilla, se sentaba y hablaba con ese hombre en una cruz. Le contaba sus sueños, sus penas, le preguntaba por sus padres. Allí encontraba consuelo, sentía calor en su alma.
De camino a casa pasó por la iglesia a la que asistía todos los domingos desde que se casó con Carol hace ya diez años. <<Como pasa el tiempo>>. Entró y se sentó en un banco, miró fijamente a ese hombre clavado en una cruz.
—Sólo quiero que me digas por qué, es la mejor mujer que he conocido en mi vida, dime por qué quieres arrancarla de mi lado.
No había respuesta.
—¡¡No lo conseguirás!!— Gritó— Haré lo imposible para que gane esta lucha— dijo en voz más baja derramando lágrimas.
Matías, el párroco de la iglesia se acercó asustado por los gritos.
—Carlos, hijo mío, ¿qué te pasa?
—Padre Matías, es Carol, tiene un tumor maligno en los pulmones. — Se abrazó al cura y rompió su llanto en su hombro.
—Tranquilo Carlos, tienes que estar sereno para ayudar a Carol, te necesita más que a nadie en estos momentos. Reza conmigo.
—¡¡No!!— Chilló— de que sirve ¡Dime de que sirve! ¡He pasado más tiempo hablando con él!— señaló temblorosamente a cristo crucificado— ¡que con nadie en el mundo! Y ahora me hace esto.
—Hijo mío por tu boca habla la desesperación, cálmate y reza con migo.
Carlos se levantó bruscamente y volcó el banco delantero. El eco rebotó por toda la iglesia, por suerte a esas horas de la mañana estaban solos.
—Reza, reza, reza…. Parecéis un disco rayado. Todos los curas lo arregláis todo rezando. ¡Dime!— levantó la voz y retumbó en todas las columnas— acaso puede una oración curarla. ¡La puede abrazar! Puede darle consuelo—balbuceaba y escupía saliva por la desesperación y los nervios. No podía parar sus lágrimas.
Salió de la iglesia, allí no le podían ayudar. Se fue a casa, tenía miedo, terror. Mirar a los ojos a su mujer e intentar consolarla, eso era lo que tenía que hacer. Fácil, mira a los ojos a la persona que amas e intenta ser fuerte, es muy difícil. 
Abrió la puerta de casa, dejó las llaves en el mueble de roble de la entradita, corrió hacia el salón, allí estaba Carol, se había quedado dormida en el sofá. La luz que entraba por la ventana se reflejaba en las lágrimas secas que habían resbalado por sus mejillas. Carlos se tumbó junto a ella, la abrazó <<Vamos a ganar esta batalla>>.

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