Llovía, era una fría mañana de finales de octubre, le costó levantarse ya que cuando tiene tarde mañana la noche anterior no duerme bien. Se subió a su coche con pesado andar debido al cansancio, bostezaba a cada paso que daba por el garaje de camino a su vehículo. Se subió y lo arrancó encendiendo la radio.
—Hoy es una fría mañana de un otoño invernal, hoy será un día de intensas lluvias….
Pulsó el botón que accionaba el mecanismo de apertura de la pesada puerta que daba al exterior, esta se abrió con un sonoro chasquido, metió primera aceleró y salió. Estaba oscuro todavía y empezaron a caer gotas en el parabrisas, cada vez con más insistencia teniendo que poner en marcha el limpia. En coche no se tardaba más de diez minutos en llegar a comisaría, además fue fácil aparcar ya que era domingo y entraba en servicio poco personal.
—buenos días Gregorio— saludó al compañero de seguridad, un hombre de unos 52 años gordo con ganas de pasar ya a segunda actividad, el cual tenía siempre en sus labios un cigarro de tabaco negro que desafiaba de forma incomprensible las leyes de la gravedad al no caérsele jamás que le teñía los dientes de un asqueroso amarillo sucio.
Bajó a la planta de abajo que era una sala rectangular de de unos 70 metros cuadrados que tenía puestas unas diez hileras de taquillas. Llegó a la que era su taquilla desde hacía 25 años, la abrió y se empezó a cambiar, en la hilera de su espalda y unas cinco taquillas de distancia había unos chavales de prácticas, jovencillos.
—Tío, ¿no te molesta la pistola?
—Si, un poco pero será hasta que nos acostumbremos.
—Oye ¿nos cogemos la gorra?
—No se, pregúntale al caimán ese.
—Joder, que te va a oír.
Y se marcharon riendo. Siguió cambiándose sin hacer el más mínimo comentario, no era la primera vez que asistía a una conversación de ese tipo, cada seis o siete meses se repetía.
—Como cambian los tiempos— pensó en voz alta.
Se apretó el nudo de la corbata, se abrochó le anorak hasta arriba y salió por otra puerta que daba a un patio interior donde estaban estacionados los vehículos, allí había un compañero con la puerta abierta y medio cuerpo dentro comprobando que las linternas estuvieran bien puestas y colocando la carpeta la gorra y la defensa.
—Buenos días Juan— dijo mientras se metía corriendo en le Z para no mojarse.
—Buenos días Luis, ¿qué tal?
—Uff, ayer no dormí nada, le están saliendo los dientes a mi nieta Eva y no paró de llorar.
—Jeje, pobrecita, ¿y eso que tenías a la nievecita en casa?
—Porque María y su marido se fueron de cena de cumpleaños de un compañero de su trabajo.
—Bueno, supongo que domingo y lloviendo será tranquilo, ah por cierto hoy te toca conducir.
—No gracias Juan, estoy muy cansado y no me apetece, solo necesito un café cargadito para empezar a ser persona.
—Perfecto, es lo mismo que yo necesito, vamos al bar del gitano, H-50, H-50 para Z-40.
—Adelante Z-40— contestó una voz de hombre con sonido robótico.
—Si, en servicio el Z-40 con dos funcionarios de uniforme, buenos días a todos.
—Buenos días Z-40 y buen servicio.
Juan y Luis se tomaron dirección a la zona norte, que era la que tenían asignada de siempre, era una zona marginal, en la que con el paso del tiempo había dado a luz a una mezcla de culturas que producía muchos conflictos entre gitanos y marroquíes, marroquíes y argelinos, estos y colombianos, en fin un todos con todos. Lo bueno es que en sus 25 años de servicios juntos habían conocido a todos, y todos los conocían y respetaban a ellos, pues muchas veces ayudaban más que perjudicarlos con palotes inútiles.
El bar del gitano estaba en el centro de aquella jungla de bloques de ladrillos cara vista con calles atestadas de basura, el dueño Andrés había sido un carterista de los buenos, que durante un tiempo de hace muchos años ya, trajo locos a todos los z de la zona norte, pero al final lo pillaron, y fue entonces cuando le vio las orejas al lobo y tras escapar de ingresar en prisión por puro milagro se decidió a abrir un bar con el dinero de la herencia que una tía que tenía en un pueblo de Granada, la cual cantaba flamenco en un tablao, le dejó ya que le tenía mucho cariño y se había criado huérfano.
—Buenos días Andrés— dijo en alto Juan— ponme un café bien fuerte o si no tendré que volver a darte algún que otro bofetón.
—Hombre buenos días agentes— contestó girándose y dándoles la mano a ambos tras dejar unos vasos que estaba fregando. —De todas formas esa amenaza no me da miedo, porque de toda la comisaría tu eras el que daba los guantazos más de nena que nadie.
—Que cabrón que eres Andrés— dijo riendo.
Se tomaron el café con tostadas recordando viejos tiempos y riendo.
—Oye ¿sabes algo de Joaquín?, ese que casi me atropella hace quince años cuando le quité el monedero a una vieja que resultó ser su madre.
—No se nada, oye Luis ¿no era tu vecino?
—Si exactamente, era, fue pasar a segunda actividad, hacerse un chequeo médico y le diagnosticaron un cáncer, y en seis meses se murió, no somos nada, toda la vida currando y cuando por fin puedes disfrutar a la, a la mierda.
Se terminaron el café con un aire más de pena por la noticia de Joaquín y de lo triste que resulta hacerse viejo, cuando de pronto el equipo cobró vida.
—a ver, indicativos de norte nos llama un vecino comunicando que un yonqui está aporreando la puerta de entrada al finca en la Calle Poeta Ridaura, ¿han recibido?
—Recibido Z-40— contestó Juan
—Recibido Z-30— se escuchó por el equipo.
—Bueno Andrés, ha sido un placer compartir contigo está asquerosa mañana de frío y lluvia, que tengas un buen día.
—Venga agentes buenos días y a ver si hacen algo productivo de una vez.
Se despidieron entre risas subiéndose al Z y saliendo hacia la calle que estaba a dos manzanas de distancia. Al llegar ya se encontraba en el lugar el Z-30, el cual tenía al yonqui tirado en el suelo y esposado a la espalda.
—Buenos días dijo Luis, acercándose, ¿qué es lo que ha pasado?
— Al ver el yonqui al hombre mayor calvo de coronilla coronado con un pelo corto canoso se tranquilizó.
—Pues verá jefe, mi madre vive aquí y no quiere dejarme entrar, vivo con ella, pero si vengo borracho le da miedo y….
—Tú eres Manuel el hijo de la Bienve ¿verdad?— dijo Luis interrumpiéndole.
—Si jefe
—Joder, te conozco desde que tenías once años, ¿cómo cojones has acabado así? Con lo buena gente que es tu madre, ¿por qué le habéis puesto los grillos? ¿Por intentar matar una puerta? Quitárselos hombre por dios.
—Los dos chavales del Z-30 les hicieron caso de malas ganas levantaron al yonqui y le empujaron hacia dónde estaba Luis.
—Pues mire jefe, — empezó a hablar agraciándose sus doloridas muñecas— la vida muchas veces nos pone pruebas que no podemos superar.
—Voy a hablar con tu madre ¿vale?, pero si no quiere que entres te das una vuelta hasta que se te pase el ciego y luego vuelves pero sin armar escándalos, hablas tranquilamente con ella y punto, ¿de acuerdo?
—Si jefe.
—A ver, vosotros— dijo Luis dirigiéndose a los chavales de Z-30— quitarle los grillos y subir a hablar con el requirente para si quiere denunciar algo que va a ser que no y le dais el resultado a la sala de que se soluciona con presencia, nosotros vamos a hablar con la madre.
Luis y Juan subieron a un tercero si ascensor, llamaron a la puerta y les abrió una señora muy mayor, devorada por el paso de los años, años de sufrimiento, de noches sin dormir por no saber dónde está su hijo, por inútiles malabarismos económicos para poder comer.
— ¿Bienve? — consiguió pronunciar Luis lentamente asombrado por como podía deteriorarse un cuerpo.
— ¡Oh, dios mío! Luis y Juan— los ojos por primera vez se iluminaron de alegría al ver viejos conocidos— siento que los hayan molestado, pero es cuando mi hijo viene bebido me da miedo abrirle porque a veces me pega y me quita el dinero.
— ¿Pero por qué no lo denuncias joder?
— ¿Tu denunciarías a tu propio hijo y lo expondrías a que lo metiesen en la cárcel gracias a ti?
La Bienve había sido una mujer alegre y fuerte, además de bastante rellenita, fuerte era porque a los treinta años de edad se quedó viuda y con un hijo de nueve, su marido que era camionero murió en un accidente de tráfico. En ese momento mostró su fortaleza, ya que lejos de que las deudas la inundaran y deprimirse, cogió el dinero del seguro y abrió un bar en aquel barrio que no tenía nada que ver con lo que era ahora. Por aquel entonces bullía de actividad, gente trabajadora que se hacía su cafecito mañanero, o que veían el fútbol o eternos parroquianos que no perdonaban su partida de dominó. Luís y Juan dos recién llegados a ese barrio eran asiduos, no perdonaban aquel almuerzo de bocadillo de calamares con mayonesa que era famoso en toda la ciudad. Al cumplir su hijo los once años y tener nadie en casa empezó a criarse en la calle, al principio solo eran travesuras romper cristales a pedradas, peleas con otros niños… Todo se solucionaba llevando a Manuel cogido de la oreja, así lo solía hacer Luís, al bar donde su madre le daba unos azotes y lo castigaba. Conforme el chaval se fue haciendo mayor llegó un nuevo y silencioso amigo al barrio, pero letal, su nombre era heroína. Por lo que se ve Manolo se hizo íntimo amigo de ella, y en su caída arrastró a su madre que tuvo que vender el bar para hacer frente a las deudas que su hijo había acumulado con mala gente. A pesar de todos los sufrimientos Bienve nunca echó a su hijo de casa, pues solo se tenían el uno al otro y una madre jamás dejaría que su hijo viviera tirado en la calle hasta su muerte. La heroína actuó creando una simbiosis, pues quitaba la vida a su hijo y absorbía toda la increíble vitalidad que tenía la madre a través de Manuel, secándola año tras año.
El día transcurrió entre lluvias torrenciales y pequeños descansos de grisácea claridad, las palabras de la Bienve resonaban en sus cabezas, a veces la experiencia que curte en mil intervenciones no te hace inmune a los sentimientos de los que de verdad tiene problemas insuperables. Falsas alarmas en comercios por los truenos, tres identificados y un par de actas por sustancias estupefacientes fueron el resumen de una mañana oscura y fría como la vida, aparcaron el Z en el patio de la comisaría, bajaron sus cosas y se dirigieron al vestuario. Desde aquella intervención en Poeta Ridaura los inundaba un silencio atropellado de ideas contradictorias que los ahogaba, Luis se giró hacia Juan el cual llevaba los partes y las actas en la mano y se dirigía a unas escaleras que subían a la primera planta dónde estaba la sala para dejar los papeles en la bandeja de secretaría.
—Oye si volvieses a nacer, ¿qué te gustaría haber sido?
—Pues, sin duda alguna volvería a ser policía— contestó lentamente Juan meditando mirando al cielo que empezaba a despejar y dejaba ver los rayos de luz mostrándole una sonrisa a Luis. — ¿Y tú?
—Yo no cambiaría nada en absoluto de lo que he hecho, creo que el destino me tenía preparada esta vida. Nos vemos esta noche Juan contestó dándole una palmada en el brazo.
—Si, esta noche, jodido turno africano, todo el domingo trabajando, el lunes subo a hablar con esos escaqueados del sindicato y me cago…
—El lunes estarás durmiendo— le interrumpió riendo— siempre estás igual viejo cascarrabias, venga hasta luego.
Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora.
lunes, 14 de septiembre de 2009
lunes, 7 de septiembre de 2009
Preguntas retóricas
Tenemos una costumbre muy fea, que es desesperante y puede ocasionar peleas ya que si uno llega del trabajo y está enfadado, o mejor dicho, le han tocado mucho los cojones lo último que espera oir es mientras cierra la puerta de su casa es "¿ya has llegado?". Vamos a ver, llevo todo el día fuera de casa me ves entrando y preguntas; pues no, no he llegado ya que algún gilipollas me está haciendo preguntas estúpidas en la puerta de mi casa. Y es que este tipo de preguntas no hacen falta hacerse, se responden solo con acciones, por ejemplo, siempre que llaman a la puerta de casa te levantas y dices "¿quién será?", esta pregunta se resuelve en un segundo al mirar por la mirilla de la puerta, con el teléfono pasa igual no se crean, años de investigación consiguen que los teléfonos móviles y fijos identifiquen a quién te llama y seguimos preguntando lo mismo, si es que no hemos evolucionado.
La peor pregunta retórica que te pueden hacer es una que hicieron famosa dos personajes homosexuales de la tele, Epi y Blas, esto hará que mucha gente se desgarre las vestiduras, que lloren de pena, que se manifiesten en todas las plazas importantes de todas las ciudades del mundo pero es cierto, dos tíos que viven juntos, duermen juntos aunque en cama separadas por menos de un metro por si se tiene que apretar y además visten jerseys muy parecidos, lo siento, pero es cierto, bueno a lo que ibamos, ellos hicieron famosa la frase "¿estás durmiendo?". Si una persona está con los ojos cerrados, sin mostrar síntomas de consciencia y lo más importante, está rocando como un jodido búfalo, no hace falta hacer esta pregunta ¿verdad? Tal vez sea por esto por lo que la pregunta la acompañan con patadas en las espinillas o manotazos en la espalda, que las preguntas retóticas tiene también su técnica.
Existen muchas preguntas de estas que en vez de retóricas tendrían que llamarlas toca cojones, aquí va un resumen:
1.- Cuando vas al cine con los colegas y en la escena de más acción te da un toque con el codo y te dice "¿has visto eso?", no capullo he pagado seis euros para venir a mirarte la cara de pringado que tienes.
2.- Esta es retórica en si misma "¿Puedo preguntarte una cosa?" ya lo estás haciendo mermado mental.
3.-Quién no ha estado esperando en la parada del autobús se le ha acercado una persona y le ha preguntado "¿ha pasado ya el autobús?" yo a un hombre le contesté con otra pregunta, me supo mal ya que dicen que responder con otra pregunta es de mala educación pero le dije "¿si hubiera pasado yo estaría aquí esperándolo mamón?" y se lo tomó mal el tío, si es que nunca hay que contestar con preguntas.
4.-Cuando te preguntan "¿qué hora es?" señalándose la muñeca, te dan gansa de decirle "ya se dónde llevo el reloj ímbecil, acaso me toco los cojones cuando pregunto dónde está el aseo", si es que hay gente para todo.
5.- Esta me gusta mucho, estás comiendo en un restaurante a doble carrillo que te falta tiempo y espacio en la boca para comer pan y te preguntan "¿está bueno?", no, es pura mierda, me encanta comer cosas que me dan arcadas.
6.- Accidente de tráfico, brazo amputado, más sangre que en la última película de Rambo se acerca un tío "¿estás bien?", si voy a por un mocho para recger la sangre, busco el brazo y me marcho.
Bueno después de unas buenas vacaciones vuelvo a escribir en este blog, espero colmar las grandes esperanzas que la inmensa afición de seguidores que me siguen, he recibido un aluvión de e-mails felicitandome por este bolg, bueno en realidad solo he recibido uno y era de propaganda de Viagra, gracias, espero que no tarde mucho el pedido.
Un saludo sigo escribiendo, leer esto último en tono de amenaza. Hasta la semana que viene.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)